Mecanismos polipoéticos
Pónganse en su lugar. Él no es poeta, sólo tiene 15 años y le quiere enviar un poema de amor por móvil a su amada. Precisamente, la conoció mandando el mensaje "CITA" al 2772. Cogió el Metro y se presentó de noche, a ciegas, como Eros visitando a Psique. Eso sí, después de muchos mensajes a través del móvil, de tantos SMS que eran una inyección de adrenalina, promesas de caricias y abrazos. Porque lo suyo era un amor movilizado. El tono "CREMITA" le advertía de que su enamorada le estaba requiriendo, caprichosa, desde algún lugar. A veces sólo era para decirle un "ven ahora". Una maravillosa canción polifónica que sonaba en cualquier sitio, como un canto de sirena.
El logo de su móvil llevaba un corazón atravesado. A ella siempre le gustó ese logo, y por eso decidió no cambiarlo. El primer día que se conocieron, ella le confesó, con la voz mimosa: "Me encanta tu móvil". Y desde luego que era verdad, un móvil de última generación, una línea guapa, plateado y tal, no sacaba fotos, pero qué más daba. El chaval apreciaba tanto aquel artefacto que le unía a su amada que había colocado en el dorso del móvil una almohadilla protectora contra golpes y deslizamientos. Ella pasó sus dedos sobre la almohadilla y él sintió un estremecimiento. Nunca hubiera pensado que ver a alguien acariciando su móvil fuese tan excitante.
Y la vibración incorporada. Aquel masaje en su bolsillo, en el Metro, en el embotellamiento, en el fragor de la ciudad, aquel temblor que se extendía a todos sus huesos y le consumía en la impaciencia por apretar el botoncito verde antes de que esa tiritona mecánica, nuevo anuncio de Cupido, cesase, tal vez para siempre. A menudo le pareció que el móvil palpitaba, en aquél delirio de mensajes, en el bolsillo, cerca de su miembro, pero era una falsa alarma y en el Metro, en el embotellamiento, en el fragor de la ciudad, el muchacho volvía a colocar su móvil en el sitio más caliente de su cuerpo, hasta la próxima llamada.
Pónganse en su lugar. El chaval no es poeta, sólo tiene 15 años, pero sabe que al aparato se le dan bien las rimas. Llevado por el impulso, manda un mensaje al número 3553, y pide un poema de amor, proporcionando su nombre y el de su enamorada. Ella se llama Raquel y él se llama Ramón. Al instante, dando fe de la inusitada producción poética del sistema literario SMS, el móvil suena con su carga de inspiración. El chico, impaciente, toca la tecla verde, y aparece en la pantalla: "Tus deseos/ RAQUEL/ son órdenes para mí/ porque yo/ RAMÓN/ estoy loco por ti".
Vaya mierda, exclama el chaval, seguramente él lo habría hecho mejor. Sin pensárselo dos veces, pulsa la tecla roja, y borra la poesía. Después, mecido por el traqueteo del Metro, empieza a componer sus primeros versos: "RAQUEL, ¿quieres flipar un montón?", escribe, y añade: "¡Pues llama pronto a RAMÓN!" Luego relee la rima una y otra vez. No está mal. Mucho mejor que esas de pago. Así que aprieta la tecla de "Enviar" y espera la respuesta de su amada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.