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Columna
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Volver

Volver es una enfermedad. Cada año, al acabarse las vacaciones, la depresión de regresar a nosotros mismos y a todo esto devora a miles de personas y llena las oficinas de sillas vacías. Nosotros mismos, con nuestra vida encauzada e irremediable de antes de las olas, los días lentos y las noches sin prisa. Todo esto, con sus obligaciones, su monotonía, sus atascos, su histeria. Este año, sin embargo, las cosas no son como siempre, porque Madrid es otra ciudad.

Algunas cosas coinciden, sin duda; por ejemplo, los anuncios de coleccionables que te quieren vender desde los cascos de Aníbal, Carlomagno o Atila hasta las novelas de Agatha Christie; o las ofertas de nuevos aprendizajes que hacen a tantos pensar que están en otro kilómetro cero de sus vidas donde todo es, una vez más, posible: aprender inglés, francés o alemán; hacerse fotógrafo, pintor o astrónomo, tocar la guitarra, el piano, el ukelele... Siempre he creído que esos fascículos tienen un poder benéfico, porque nos hacen pensar que, si uno se lo propone, siempre existe una segunda oportunidad para cada cosa, porque el hecho de que todo tenga un fin no significa que no pueda tener más de un principio. De modo que, venga, voy a intentarlo otra vez, a ver si a la segunda va la vencida. O a la tercera, la cuarta, qué más da. Hay quienes lo consiguen.

También hemos escuchado el discurso rabioso que cada agosto lanza desde la playa el presidente del Gobierno, al que, al parecer, la sal del mar le envenena la sangre, porque el hombre se baja de su yate hecho una hidra, hay que ver, y vuelve a decir uno de esos discursos suyos, hechos con tinta vacía, que dicen que este país nuestro es un nido de víboras, que aquí no hay más que antipatriotas o él, incompetentes o él, desleales o él. La calle es mía, como dijo su padrino político, Manuel Fraga.

Pero a partir de aquí comienzan las novedades. Para empezar, volvemos a una comunidad autónoma sin presidente y sin gobierno, tras el levantamiento municipal de ese bicho de dos cabezas del que tanto se ha hablado pero al que nadie ha conseguido aplastar, el Tamayosáez, y de sus creadores. Porque el Tamayosáez tiene creadores, igual que Frankenstein, y está hecho de despojos, lo mismo que el ser que inventó Mary Shelley. Durante el verano, desde la playa, hemos visto el circo de la comisión de investigación que no investigaba nada en Madrid, en la que el PP vetaba las comparecencias que no le interesaban, en la que los delincuentes se convertían en jueces de su propio delito y en la que, en definitiva, no ha salido nada, excepto varias toneladas de palabras negras como el chapapote del Prestige y la sensación de que, como siempre, la democracia se acaba donde empieza el dinero. Para algunos, las cosas no tienen un valor, sólo tienen un precio.

Ahora empieza otra campaña electoral, y eso nos va a dar, igual que nos la dan los cursos por fascículos, la ocasión de empezar de nuevo, aunque desde más adelante. Porque yo creo que mucha gente sentirá que ha avanzado, que sabe, o al menos intuye, cosas que no sabía, y que sospecha que algunos de sus temores eran fundados, sobre todo el que relaciona la especulación inmobiliara con la política. ¿Es cierto que hay, en nuestra ciudad y en nuestro país, una mafia político-inmobiliaria?, se preguntarán muchos después de lo que han visto y, especialmente, de lo que han vislumbrado, de lo que se adivina detrás de lo que el PP no quiso que se viera. Porque las mentiras son translúcidas, no son transparentes, pero tampoco son opacas, dejan ver bultos y, a veces, esos bultos son una pista fiable, un camino hacia la verdad. ¿Es cierto todo lo que se rumorea sobre la construcción y el poder? Me parece que ésa es la pregunta que deberíamos hacernos todos durante esta campaña, que va a ser, como todos sabemos, sucia, tramposa, cínica y violenta. Porque lo que sale de esa respuesta son nuestras vidas en ciudades cada vez menos verdes, más llenas de cemento, más agobiantes, menos humanas.

Las elecciones existen para que se pueda votar por algunas cosas y en contra de otras. Creo que estas segundas elecciones a la Comunidad de Madrid deberían ser del segundo tipo. Votar contra los ladrones de guante blanco; contra los involucionistas con corbata; contra Cristina Alberdi y todos los que son, como ella, piratas de sus propios barcos; contra los seres despiadados que nos roban el horizonte con sus montañas de cemento. A ésos es a quienes sería maravilloso darles una lección. Que la gente decida en qué bando están esos miserables. A por ellos. Este año, volver va a ser mucho más divertido.

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