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Reportaje:

Adiós al irreverente de París

Michael Chang se despide recordando su partido contra Ivan Lendl

Si alguien pregunta a un aficionado con memoria histórica qué recuerda de Michael Chang, probablemente su respuesta se refiera a las tretas que le colocó al número uno Iván Lendl en su partido de octavos de final de Roland Garros en 1989. Aquel año, Chang ganó el título parisino y, al igual que Arantxa Sánchez Vicario, se convirtió en el campeón más joven de la historia del torneo. Sin embargo, más que su final contra el sueco Stefan Edberg, en la memoria de todos permanecen aquellos espectaculares momentos en los que un irreverente chico de 17 años y tres meses sacó por debajo a una leyenda del calibre de Lendl y se atrevió a restarle en la misma línea de saque en el último punto del partido para provocar una doble falta en el segundo servicio del ex checo.

"Lo recuerdo todo a la perfección", reflexiona Chang que, a sus 31 años acaba de retirarse del tenis en Flushing Meadows, tras perder en primera ronda frente al chileno Fernando González. Su estrella brilló con una fuerza inesperada en París, pero después se fue apagando con el paso de los años y renació en 1995 y 1996, cuando volvió a alcanzar la final de París y disputó las del Open de Australia y Estados Unidos. Perdió frente a Thomas Muster, Boris Becker y Pete Sampras. Su problema fue que perteneció a una generación de grandes tenistas que eclipsaron su nombre con un tenis de potencia y velocidad al que sus cortas piernas no le daban acceso.

"Aquel partido contra Lendl lo he visto cientos de veces. Y aún me pregunto cómo pude hacer aquello y ganarle. No sé por qué lo hice. Lo único que sabía era que Agassi lo había utilizado algunas veces en la categoría júnior". Chang se mantuvo en pista 4 horas y 37 minutos, sufrió calambres y ni siquiera se inmutó con algunos silbidos del público y la incredulidad y las quejas de Lendl cuando le sacó con la raqueta en posición de pegar un drive o le restó casi dentro del cuadrante del servicio. Fue increíble. Pero le valió para elevar el listón de su carrera. "Fue Dios quien quiso que ganara", insiste, repitiendo lo que ya afirmó tras levantar la copa de los Mosqueteros aquel 1989.

Para un hijo de inmigrantes chinos en un país tan competitivo como Estados Unidos, ganar en París fue como el cumplimiento del sueño americano. Hombre de gran religiosidad, Chang no sólo ganó un título del Grand Slam y jugó otras tres finales, sino que pese a su precariedad física se mantuvo nueve años entre los 10 primeros jugadores mundiales -fue segundo, en 1996- y ganó 34 títulos. Y todo gracias a su combatibidad y su sentido de la estrategia.

A diferencia de Pete Sampras, Chang se despidió el martes por la noche en el torneo americano sin grandes aspavientos ni ceremonias de clausura.

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