_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El patinador

"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles", murmura Caulfield posando el monopatín en el suelo. Cierra la puerta de su piso en la urbanización de Lacoma, baja en el ascensor y sale a la avenida de la carretera de la Playa, que es como vivir junto al río Hudson. Y Caulfield, que no ejerce de guardián entre el centeno aunque pudiera dedicarse a ello si le aprueban la Historia en el instituto, conduce el monopatín de la mano, como si fuera un crío, por la acera de su casa en esta primera hora de la tarde del sábado, cuando otros adolescentes como él, en su habitación de solteros con banderines en las paredes, sueñan con ganar la competición que se convoca en la pista del Parque Sindical.

Desde la carretera de la Playa a la llanura de El Pardo hay una pendiente aliviada por los ingenieros de Obras Públicas que Caulfield desciende encima de su tabla, situándose a la derecha de la calzada, prácticamente en el arcén, para evitar el atropello de un vehículo desmandado. Caulfield se desliza por el asfalto con una tranquilidad sabia, su madurez asombra a todo el mundo menos a sus padres, que ven más riesgos que beneficios en su odisea con el monopatín, incluso le han prometido un coche si deja este libertinaje de fin de semana. Pero Caulfield responde con las estadísticas oficiales de percances de automóvil, superiores a los de otros medios de locomoción. Todo un cerebro de la dialéctica, este Caulfield.

Seguramente lo más parecido a su viaje sea la aventura de un barco en alta mar. Pero Caulfield tiene la ventaja de que, conforme avanza a bordo de su tabla por la carretera de la Playa, se le revela el paisaje escondido entre urbanizaciones y chalets, de modo que encuentra motivos para alegrar la vista y no aburrirse tanto como el que, desde la barandilla de la cubierta de un buque, contempla el monótono horizonte de cielo y agua. Claro que Caulfield tampoco debe recrearse en el panorama que se extiende frente a él -por más que merezca la pena- y desatender la conducción de su propio cuerpo sobre la madera, que discurre a una velocidad de crucero para no perder el equilibrio o desbocarse.

Llega así al punto más peligroso del recorrido, porque la bajada se curva antes de desembocar en la riada de El Pardo y el patinador debe moderar su impulso para no arrojarse ciegamente al camino que atraviesa. Lo más socorrido es desmontar de la tabla y cruzar andando -como un transeúnte sin importancia para la tele-; pero el patinador sabe del sufrimiento del riesgo e intenta superar el trance con cálculo y habilidad, lo mismo que si estuviera ante el tribunal de oposiciones y de su respuesta correcta a la pregunta de Historia dependiera su colocación laboral y su matrimonio con la chica enamorada del olor a linimento que sostiene su dentadura superior con un alambre.

La chica terminó su trabajo de fisioterapeuta a mediodía, y cuando Caulfield llega a la pista del Parque Sindical la ve coqueteando con los jugadores de rugby, como si él no existiera. También distingue a sus padres, con gafas de sol y un cucurucho compartido de palomitas, en una zona de la grada. Están un poco alejados del núcleo de adolescentes que ansían la gloria de precipitarse con el monopatín por ese cuenco de bajada y subida y, ya en lo alto de todo, cuando el patinador ha tomado carrerilla para dibujar una acrobacia en la que parece tocar el cielo, girar vertiginosamente sin despegarse de la tabla y aceptar la ley de la gravedad, que obliga a descender por donde se ha venido.

Esta tarde de sábado Caulfield vuela en la pista y triunfa, aunque alguna vez caiga sobre el cemento. Al regreso, la trayectoria que fue de bajada se ha convertido en cuesta y los bloques de viviendas ocultan a los chalets. Mientras Caulfield remonta la pendiente de la carretera de la Playa, muchos jóvenes marchan con el monopatín en sentido contrario al suyo. Sabe Caulfield que ha proyectado la semilla de su hazaña en el corazón de todos ellos, aunque no le reconozcan por la calle ni él identifique a su pequeño heredero entre tanto patinador que viaja sobre la tabla. Ya en Lacoma, Caulfield abre la puerta del piso, besa a la mujer con dentadura de alambre y piensa que cuando uno se entera de que la vida sólo tiene trayecto de ida, empieza a echarla de menos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_