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Entrevista:Edurne Uriarte | Catedrática | UN SIGLO DE MUJERES

"La atracción del mal es permanente"

Qué hay, estaba aquí al lado, pero ya se sabe que no hay nada peor para llegar puntual. Vengo de la radio, de la tertulia de la tarde. Y tenía tiempo de sobra. En fin. Sí, ahora paso un par o tres de días en Madrid. El resto en Bilbao. Yo soy de Fruniz, un pueblo muy pequeño de Vizcaya. Bello, pero no idílico. Hija de campesinos. Vacas. Ordeñar, recoger hierba y estudiar, éstos son mis pocos recuerdos. Yo no tengo recuerdos. Es físico. Es que, simplemente, no recuerdo. Mis padres se ganaban bien la vida. Aunque a fuerza de mucho trabajo. Se la ganaban mejor de lo que podía hacer presagiar su estatus social. Porque entonces, en mi niñez, los campesinos, los baserritarras, eran bastante despreciados. Luego he visto que los mismos que entonces los despreciaban han acabado fundando sobre ellos parte de su mística nacionalista. Lo cierto es que hasta los diez años no vi nada más que Fruniz. Fue entonces cuando me llevaron al colegio de Munguía, que era otro lugar pequeño. Pero menos, y a mí me parecía una metrópoli. Pienso poco sobre todo esto. Ni tengo la facultad ni el gusto, del recuerdo. Creo que me pasé la infancia queriendo conocer lo que había más allá de Fruniz. Supe muy pronto, no sé, que algo había aunque fuera impalpable.

"Las mujeres son tan salvajemente violentas como los hombres. No hay diferencias. Sólo se trata de que tengan su oportunidad"
"Cuando los hombres analizan a las mujeres, lo hacen también en términos sexuales. Los hombres, ante una mujer cualquiera, siempre evalúan, sopesan"
"En mi niñez, el 'baserritarra' era bastante despreciado. Quienes entonces lo despreciaban han acabado fundando sobre él parte de la mística nacionalista"
"¿Por qué no recuerdo nada? No creo haberme divertido demasiado. Mi infancia fue más bien aburrida. La causa es que me faltaba el exterior"
"El que estuvieran a punto de matarme no me ha hecho ni más vulnerable ni más dependiente. ¿Cuándo fue lo del atentado? Ni eso soy capaz de recordar"
"Yo quiero el poder. Yo soy ambiciosa. No me importa reconocerlo. Hablo del poder, de la influencia lograda a través de las ideas"

Un café negro, yo. Mujeres vascas. Vayamos por partes. Primero, yo no tengo del todo claro que las mujeres, en su conjunto, tengan en el País Vasco una influencia mayor que en otros lugares. El matriarcado vasco. No digo ni que sí ni que no. No tengo datos. Y mi experiencia personal, lo que he visto a lo largo de mi vida, tampoco me lo aclara. En casa de mis padres el poder siempre ha estado muy equilibrado. Mi padre era, casi siempre, el que tomaba las iniciativas, lo que indicaría una cierta preponderancia masculina. Pero la opinión de mi madre era importante. Contaba en las decisiones. Los dos eran, son, campesinos con mucho sentido común. Abiertos. El equilibrio familiar funcionó siempre muy bien en mi niñez y en mi juventud. No he visto en mi familia rasgos de matriarcado. He visto más bien normalidad absoluta y ninguno de esos exotismos más o menos étnicos.

O sea que esto es lo primero que tenemos que poner en duda. Que las mujeres hayan organizado la sociedad vasca de un modo tan preponderante como dice el tópico. Si lo hubieran hecho comprendería que alguien preguntara a las mujeres vascas por su responsabilidad ante el desencadenamiento de la violencia. ¡Cómo una sociedad de mujeres cría esos hijos! Y esto, claro, afectaría y pondría en duda el otro tópico, tópico feminista, que siempre ha dicho que las mujeres, en el caso de mantener la hegemonía social, organizarían sociedades menos agresivas que las masculinas. Sociedades donde el consenso, y no la violencia, sería la fuente de resolución de los conflictos.

Bueno, no lo sé. Bueno. Algo sí sé. Las mujeres son tan salvajemente violentas como los hombres. No hay diferencias. Sólo se trata de que tengan su oportunidad. Esa diferencia sólo era un mito bondadoso, anterior al hecho de que la mujer fuera ocupando el poder. Trozos de poder. Si un 50% de mujeres fueran presidentes de Gobierno habría un 50% de mujeres terroristas. ¡Sin ninguna duda! Las mujeres ya empiezan a formar parte de los comandos suicidas, especialmente islámicos. Y en ETA, las mujeres son cada vez más importantes. No ya sólo las terroristas, que sólo con ver los historiales se comprueba que no son menos sanguinarias que los hombres. En todo el movimiento de apoyo a los presos, por ejemplo, las mujeres se distinguen... por su ferocidad. Estoy hablando de madres, hijas, hermanas, amigas. O de simples militantes. De cualquier parentesco o relación. Fieras.

La Tigresa

La Tigresa. Una asesina etarra. Es verdad. En los periódicos, en los medios en general, se construye con ella un personaje misterioso, especial. Los hombres, los columnistas, escriben sobre ella. Una mezcla de sangre y sexo, seductora, que no se da con ningún hombre. ¿Por qué sucede eso? Es fácil. Cuando los hombres analizan a las mujeres, a cualquier mujer, lo hacen también en términos sexuales. Los hombres, ante una mujer cualquiera, siempre evalúan, sopesan. Es así. La evaluación sexual se extiende ante la terrorista. Esa que llaman Tigresa es un objeto sexual, mediático, como cualquier otro. En principio esto puede parecer humillante para ella. Lo es, seguramente. Pero tampoco nos engañemos: es posible utilizar de manera positiva esa atracción. Y, desde luego, sin necesidad de referirnos explícitamente a la atracción sexual. Ser mujer, muchas veces, puede inspirar piedad. Y oscurecer la responsabilidad ante un crimen o un delito cualquiera. En realidad, si se se piensa a fondo... Incluso en el caso de la terrorista que el periódico trata como objeto sexual, si se piensa hasta el fondo, digo, puede observarse cómo sus crímenes también se difuminan. Prima esa turbia sexualidad y la supuesta extravagancia de que una mujer se vea metida en esto. La pistola, el disparo. Se ven mucho menos. Incluso la víctima se ve mucho menos. Cualquier iluminación del terrorista, sea la que sea, va en detrimento de la víctima. Bien: ésas son las armas de mujer, que dicen.

No, me repugnan. Me repugnan profundamente. Me provocan desprecio. Yo sólo valoro las armas intelectuales. Llevo mucho tiempo relacionándome profesionalmente con el género masculino. Compitiendo con él. Me habría sentido despreciable si en algún momento hubiera utilizado recursos que no fuesen los estrictamente intelectuales. Me habría sentido como el hombre que sopesa, ante una mujer, sus posibilidades... No, nada. He tenido siempre mucho cuidado con no incurrir ahí en un error. El cuidado viene de que yo creo que entre un hombre y una mujer siempre hay un factor distorsionante. Que cualquier amistad entre ellos ha de contar con el factor sexual. Para luego tomar una u otra decisión sobre ese factor, desde luego. Pero hay que contar con él. Es inútil ocultarlo. Contraproducente. De haberme citado esta tarde con una mujer me habría puesto el mismo vestido que llevo y me habría arreglado exactamente igual. Pero lo habría hecho perfectamente consciente de que no es lo mismo citarse con una mujer que con un hombre. Todo lo que se diga del resto es...

Perdón. Sí, dime. Dime. Bueno, pues qué vamos a hacer, hijo. No llores. Ahora no podemos solucionarlo. Mañana lo vemos, ¿eh? Mañana. Ahora estoy ocupada. Un beso. Sí. Un beso. Mi hijo. Esto son los móviles. Los móviles son estupendos. El niño está tranquilo porque sabe que mamá está siempre ahí. El problema es que quiera comprobarlo cada diez minutos. En fin. Antes me había olvidado de algo. Cuando hablaba de las mujeres criminales. La fascinación del sexo. Pero ni siquiera esta fascinación sexual es necesaria. En realidad, basta con el mal, sin mayores concreciones. Los humanos intentamos expandir las ideas de los valores buenos, educar con ellos a nuestros hijos, propagarlos en nuestro trabajo intelectual. Pero la atracción del mal es permanente. La admiración por los grandes criminales está, explícita o implícita, en los quioscos, en las bibliotecas y en la vida.

Poco que contar

Tengo poco más que contar, la verdad. En cuanto a mi vida. ¿Por qué no recuerdo nada? Debe de faltarme algún líquido. No creo haberme divertido demasiado. Mi infancia fue más bien aburrida. La causa es que me faltaba el exterior. Nada más entrar ya quise salir de allí. Estudiar, tocar el piano, trabajar en el campo. Dicen, y lo creo, que era una niña muy seria. Por lo demás viví en una familia feliz y en casa siempre hubo un buen ambiente. Un ambiente liberal, casi con un punto anarquista, propio de los campesinos. Católico. Antifranquista. Mis padres oían Radio París para saber cómo iban las cosas de España. Nacionalista. Ser antifranquista era, obligatoriamente, ser nacionalista. En Dios dejé de creer suavemente desde que hice la primera comunión. Yo es que soy muy poco dada a las fantasías. En cuanto al nacionalismo, dejé de creer, sin tanta suavidad y con problemas mucho mayores, cuando me topé con la primera experiencia del fanatismo, en la Universidad, en los años de la transición.

El fanatismo era esto: no admitir a alguien en el grupo nacionalista en el que yo me movía, porque el candidato no hablaba euskera. El euskera es mi lengua materna, naturalmente. Mis padres hablan euskera entre ellos. Así le han hablado a los hijos, aunque ahora mezclemos el euskera y el castellano, y nos prestemos continuamente palabras de uno a otro lado. El euskera. Nunca se me habría pasado por la cabeza rechazar a alguien que no lo hablara. En la Universidad empezó la percepción del fanatismo. Antes que una cuestión política era otra cosa. Cuestión de carácter. A mí me gusta el mundo. Es raro. La gente me interesa. Mi primera impresión sobre los demás es siempre positiva. Cuando conozco a alguien estoy siempre predispuesta a que me caiga bien. Al mismo tiempo soy bastante individualista y las condiciones del grupo, sea cual sea, siempre me acaban agobiando.

Hace frío, sí, cambiémonos de sitio. No es la primera vez que me pasa en este hotel. La verdad es que yo también me estaba quedando helada. No sé... Creo que en aquel rincón estaremos bien.

-Por favor, ya les traslado yo los vasos. ¿Sucede algo?

-El frío. El aire.

-Ah, muy bien, pónganse allí. Ya verán que en aquel sofá hay una temperatura buenísima.

El grupo. Reservas. Yo he sido muy feminista, aunque nunca con todos los rasgos del feminismo clásico. Pero si no lo he sido de manera más activa supongo que se debe a estas reservas. También a otras. Nunca me ha parecido bien que el feminismo haya tratado de imponer un tipo de mujer determinado. O que haya sugerido, o mandado, a las mujeres que ocultaran su feminidad. Su propio atractivo físico. Pero bueno. Estas discrepancias tienen ya poca importancia. Porque hay algo muy importante que, en general, las mujeres feministas no se atreven a decir, pero que a mí me resulta evidente. El feminismo ha logrado ya lo que quería lograr. Esta revolución ya está hecha. Ha sido un siglo duro, fundamental, importantísimo. Y ha sido un siglo triunfante. Pero se trata del siglo pasado. Lo que hay que hacer es aprovechar las oportunidades que esa revolución triunfante ha dado a las mujeres. La principal consecuencia de la revolución es la independencia. Pero ser independiente tiene muchos costes. No sé si todas las mujeres están dispuestas a pagarlos. Entre hombres y mujeres hay diferencias muy conocidas y obvias. Una afecta al sexo. Las necesidades estrictamente sexuales de las mujeres son diferentes a las de los hombres. Es difícil saber si esto es cultural o innato. No sé si las mujeres no compran revistas pornográficas porque socialmente no está bien visto que lo hagan o por otra razón menos cultural. Pero sea cual sea el origen, esta diferencia parece evidente para todos. De otras diferencias se habla menos. Poco vistosas, quizá. Pero muy profundas y muy importantes. Las mujeres tienen menor capacidad de liderazgo. Esta es la razón de que sobresalgan socialmente mucho menos. En la mayoría de los casos la competencia de las mujeres es idéntica o superior a la de los hombres. Pero las mujeres desprecian el liderazgo. Quizá lo teman. Hay que encarar a las mujeres con su propia revolución triunfante.

Yo sí. Ahí estoy. Yo quiero el poder. Yo soy ambiciosa. No me importa nada reconocerlo. Hablo del poder, de la influencia lograda a través de las ideas. Trabajo para conseguir esa influencia. ¿Para qué lo voy a negar? Al menos tengo claros los objetivos. Creo tenerlos. Me parece que si los objetivos están claros, los costes de la independencia son mucho menores. O como mínimo se puede transigir mejor con ellos. Mi problema, como el de muchas mujeres, está en la vida privada. La dificultad de ser fuerte en la vida privada. De no depender tantísimo de los afectos. Este problema. Este ser tan vulnerable.

En el punto de mira de ETA

Por ahí, no. El que estuvieran a punto de matarme no me ha hecho ni más vulnerable ni más dependiente. Cuando... ¿Cuándo fue lo del atentado? ¿En el 2000, en el 2001? Ni eso soy capaz de recordar. Bien: desde que pasó no creo que haya cambiado nada profundamente. Al menos nada que yo pueda detectar con claridad. Y es probable que esto se deba a que de alguna forma ya había previsto que podían intentar matarme, que yo era un objetivo. Quisieron matarme después de un verano terrible, con muchísimos atentados, Más de una vez en aquel año pensé que podía tocarme. Y antes también. He sabido siempre, cuando he dado un paso, qué nuevo límite cruzaba. Cuando mi primera aparición pública, por ejemplo, en el Foro de Ermua. Lo piensas. Sabes que aparecer ahí te pone más cerca de lo peor. Cuando empiezo a publicar artículos en Abc. Sabes que esos artículos están marcados. Pero sigues. No hay valentía. En mi caso, al menos, no hay nada parecido a la valentía. Sólo una tendencia innata e irremediable a decir lo que pienso. O sea que el valor sólo es circunstancial, un derivado de esta tendencia. Pero, además, lo he pensado a menudo... cuando el terrorismo, la amenaza del terrorismo, te pilla trabajando en el ambiente intelectual, ¿qué haces? Si uno se dedica a otro tipo de trabajos, puede ir trampeando. Pero trabajando en esto no hay más remedio que plantarle cara. No vas a callarte cuando hablar es tu trabajo. Y aunque parezca mentira tampoco es fácil decir lo contrario de lo que realmente se piensa. Me muevo fríamente. De la manera más fría que puedo. Asumiendo que tengo un cierto papel de liderazgo social en determinados asuntos vascos. Asumiendo, incluso, el extraño asunto de que intenten matarte y tu popularidad aumente por esta causa.

¡Uf, las ocho! Aún debo escribir el artículo. Y comprar la cena. La cena es lo de menos. Algo preparado. La cocina preparada es un invento maravilloso. El artículo ha de prepararse. La muerte, la muerte. Más. No creo que haya cambiado mi relación con la muerte. Hablando en general. Es verdad, sin embargo... Hay algo. Raro, según se mire. Yo nunca he entendido el suicidio. Incluso he despreciado al suicida. Por débil. La voluntad del suicida de causar sufrimiento a los demás era algo que yo no podía comprender de ninguna manera. Bueno. Ahora ha cambiado mi punto de vista. Sigo apreciando horrores la vida. Pero... Es cierto. No tengo tanta pasión por ella. Mi adhesión a la vida es algo más escéptica. Y ya no me parece tan terrible el suicidio. Y lo que es más: creo que entiendo mejor a los suicidas, la razón y la fuerza que los mueve. Bueno. Reconozco que es una manera curiosa de salir de una amenaza de muerte que ha estado a punto de concretarse. Pero así es. La proximidad de la muerte me ha dado una extraña comprensión sobre ella.

Edurne Uriarte, en el balcón de Urdabai, su rincón favorito.
Edurne Uriarte, en el balcón de Urdabai, su rincón favorito.LUIS ALBERTO GARCÍA

PERFIL

Edurne Uriarte (Fruniz, 1960) es catedrática de Ciencia Política en la Universidad del País Vasco, allí donde el 18 de diciembre del año 2000 estuvo a punto de matarla una bomba de ETA. Como para muchos otros vascos, Euskadi no es sólo el lugar donde nació, sino el referente principal de su actividad intelectual y política. Uriarte, colaboradora de diversos medios audiovisuales y escritos, es autora de dos libros: 'Introducción a la ciencia política. La ciencia política en las sociedades democráticas' y 'España, patriotismo y nación'. Preside la Fundación para la Libertad, y su compromiso político fue distinguido en el año 2001 con el Premio de la Fundación Miguel Ángel Blanco.

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