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Reportaje:

Las fiestas inventadas

La Aste Nagusia bilbaína nació a raíz de un concurso de ideas convocado por El Corte Inglés en 1978

La Aste Nagusia, las fiestas populares de Bilbao, no es heredera de una tradición secular. Su partida de nacimiento la firmó en 1978, en plena Transición, un grupo de jóvenes llenos de energía que transformaron la semana de la feria taurina y de la llegada de las compañías teatrales y el circo en unas fiestas más ciudadanas, más o menos con el mismo modelo que hoy sigue vigente: Marijaia, comparsas, txosnas en el Arenal, fuegos artificiales y largas madrugadas de jolgorio en la calle. El plan estuvo marcado por el proyecto que venció en un concurso de ideas convocado ese año por El Cortés Inglés.

La primera comisión de fiestas estuvo integrada por 17 personas y poner en marcha su programa costó ocho millones de las antiguas pesetas. Ayer, esas mismas personas (excepto dos que han fallecido) se reunían en Bilbao en una comida homenaje organizada por la comparsa Moskotarrak y el Café Iruña. Han pasado 25 años y ya peinan canas, pero la mayoría sigue viviendo las fiestas, aunque de una forma más tranquila.

También Ana Isabel Arciniega Gamboa (Bilbao, 1960), de la ya desaparecida comparsa

Araba Etxea, la primera txupinera que tuvo la Aste Nagusia acudió a la comida. Ahora reside en Madrid, pero acude todos los años a sus fiestas. "Ya no paso por las txosnas del Arenal. Eso es para los jóvenes. Mi marido y yo vamos a ver los fuegos y luego a tomar algo tranquilos", reconoce. Dice que, en 1978, no fue consciente de lo que podía significar su elección, que ahora las txupineras tienen más peso, más papel. "La Aste Nagusia de hoy es a lo grande, pero entonces había un ambiente más familiar. Todo el mundo se echaba una mano", comenta. No le gusta pasarse el día recordando su nombramiento, pero sus dos hijos están muy orgullosos, tanto que muchas veces le dicen: "Ama, pero diles quién eres".

Las fiestas de 1978 se organizaron en un tiempo récord: apenas mes y medio. Bien es verdad, que hubo colaboraciones inesperadas. El Ayuntamiento, que se había resistido a financiar las fiestas populares, poniendo en peligro su celebración, acabó cediendo. Su aportación resulta ahora irrisoria: 48.000 pesetas y material para las txosnas.

Y el 19 de agosto nacía, con poco peso y muchas incógnitas sobre su futuro la Aste Nagusia. "Resucita", decía el pregón, "el Bilbao que quisiéramos siempre tan vivo, accesible y abierto". Era una declaración de intenciones que iba mucho más allá de las fiestas en la calle. "Se trata", seguía, "de que estas primeras fiestas de Bilbao sean un adelanto, un anuncio, aunque tímido, de ese otro estilo de vida que está aún por estrenar, anuncio también de esa otra ciudad que intuimos".

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Desde el primer txupin ya van 26, aunque ya no se lanzan desde Begoña, ni se organizan bajadas de comparsas, que se prolongaban hasta cuatro horas para acabar desembocando en el Arenal.

El cartel anunciador de aquellas primeras fiestas se encargó al dibujante Juan Carlos Eguillor. Las prisas jugaron una mala pasada: nadie se percató a tiempo de que en él no figuraba el año.

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