Nauru y la evolución
Nauru es una isla coralina de 21 kilómetros cuadrados perdida en el Pacífico profundo, un insecto más en el enjambre insular de la Micronesia suroriental. 6.000 de sus 10.000 habitantes descienden de los primeros pobladores de la isla, que llegaron allí en canoa en algún momento mal precisado de la prehistoria. Ostenta dos marcas imbatibles: es la república más pequeña del planeta y padece los mayores índices mundiales de diabetes de tipo 2. La razón de lo primero hay que buscarla en una tortuosa historia de colonizaciones europeas, australianas y japonesas. La razón de lo segundo es un profundo misterio. La diabetes de tipo 2 es la enfermedad de la opulencia -sus causas más directas son el exceso de comida y la falta de ejercicio-, y aunque los nauruanos han medrado bastante en los últimos tiempos, cualquier comparación con el museo de la grasa en que vivimos los occidentales resultaría de mal tono. ¿Por qué, entonces, la incidencia de la diabetes de tipo 2 en Europa es sólo del 2% mientras que en Nauru alcanza nada menos que el 41%?
El antropólogo y evolucionista Jared Diamond, de quien ya les hablé ayer en otro contexto, cree haber encontrado la causa (Nature, 423:599). Es cierto que la diabetes de tipo 2 está muy relacionada con el balance calórico. La mayoría de los diabéticos parisienses experimentaron una drástica mejoría gracias a las cartillas de racionamiento impuestas durante el asedio que sufrió la ciudad en 1870. Los judíos de Yemen empezaron a padecer la dolencia al emigrar a Israel, y los japoneses al instalarse en Estados Unidos. Lo mismo les pasó a los indios en Singapur y a los chinos en Hong Kong. Hasta los monos están sufriendo una epidemia de diabetes en los zoos occidentales. Pasarse comiendo es mal rollo, de esto no cabe duda.
Pero ésa no es toda la historia. Si un gemelo tiene diabetes, su hermano la tendrá casi seguro. Los mellizos sólo coinciden en el 20% de los casos. La incidencia de diabetes entre los latinoamericanos crece en proporción directa a su sangre india. Y los biólogos ya han descrito varios genes que confieren susceptibilidad a la dolencia.
Lo que ha ocurrido en Nauru es lo siguiente, según Diamond. Los habitantes de la isla solían vivir de la pesca y de la agricultura, y padecían frecuentes hambrunas debido a la sequía y a la pobreza del suelo. En esas duras condiciones, los individuos que mejor sobreviven son los que tienen genes de la frugalidad. Estos genes, que afectan a los niveles de insulina y de otras hormonas que regulan el metabolismo y el apetito, hacen que el cuerpo aproveche la comida más eficazmente, acumule más grasa y gane peso muy deprisa. Sus portadores engordan como ceporros en los años de buena cosecha y luego aguantan mejor que nadie cuando vienen mal dadas.
En Europa, por cierto, debió ocurrir lo mismo entre los siglos XV y XVIII, y por eso tenemos ahora menos diabetes de tipo 2. Porque si fuera por la dieta, nosotros no necesitamos fosfatos.
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