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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Doce años de melancolía

Jesús Mota

Alemania vive un momento económico de singular amargura. En el segundo trimestre de este año se ha confirmado la recesión económica que todos los economistas y medios de comunicación daban ya por segura en el primer trimestre, a pesar de que a finales de marzo no se había cumplido aún el requisito de dos trimestres seguidos de decrecimiento del PIB. Ahora sí, los dos trimestres, el primero y el segundo de 2003, presentan tasas de variación intertrimestral del -0,1 y -0,2, y el rito económico de la recesión se ha consumado.

Aunque es un hecho que tiende a olvidarse, Alemania tiene una economía renqueante prácticamente desde 1991, cuando Helmut Kohl se zambulló en la reunificación de las dos Alemanias, Este y Oeste. Los 12 años que han transcurrido desde esa fecha pueden resumirse así: durante los seis primeros el PIB alemán creció aproximadamente medio punto por debajo de la media europea, y durante los seis siguientes empeoró y creció un punto menos que la media europea. Mal puede decirse pues que el problema de la economía alemana sea cuestión del ciclo económico. Una recesión tan prolongada sólo puede explicarse si se acude a desajustes estructurales. Así que hay que volver a la reunificación de Kohl y sus consecuencias que, dicen los economistas, se han enquistado en la maquinaria económica hasta el punto de que muchos neoliberales la consideran ya pura chatarra.

Las transferencias al Este alemán cuestan el 3,5% del PIB anual. Sin esa carga, Alemania hubiera mantenido el equilibrio presupuestario

Tampoco se recuerdan bien las condiciones de la reunificación; por lo menos no en España. El Gobierno alemán, en nombre del acontecimiento sacramental de la unión, decidió equiparar los salarios de ambas zonas, las prestaciones sociales y el valor de la moneda. Todos los alemanes iguales; el símbolo fue cambiar un marco del Este por un marco del Oeste. Como era de esperar, el alto valor simbólico de la operación no evitó el desastre derivado de un decisión tan antieconómica. Entre otras razones, porque la productividad de la economía del Este apenas llegaba al 40% de la producción del Oeste. Como los alemanes del Oeste no estaban dispuestos a pagar los mismos salarios por productividades tan magras, el resultado fue un aumento del desempleo y una necesidad creciente de transferencias desde el Oeste hacia el Este para pagar el coste de los estabilizadores automáticos. La factura de las transferencias es considerable: en torno al 3,5% del PIB cada año. Sin esa carga, como llegó a explicar Hans Eichel, Alemania hubiera mantenido el equilibrio presupuestario con toda comodidad.

Un breve paréntesis para matizar que la afición de las empresas alemanas por invertir en los países del Este no es contradictoria con su escasa disposición a arriesgar capital en la Alemania del Este. Porque aunque la productividad de los países que se incorporarán a la UE es tan baja como la de Alemania del Este, sus salarios son mucho más bajos.

La percepción de este problema es muy variada, pero una de las más miopes corresponde al Gobierno español. La idea (elemental) es que si a Alemania le va mal, al resto de Europa también. Y España forma parte del resto de Europa. Aproximadamente el 15% de las exportaciones españolas son importaciones alemanas, por lo que cualquier funcionario razonable de cualquier país del mundo estaría muy interesado en que Alemania retornara a tasas de crecimiento apreciables. En los ministerios de Economía y Hacienda se piensa todo lo contrario. Se trata de seguir fustigando a las autoridades alemanas por el incumplimiento del Pacto de Estabilidad, por la desviación del déficit público, por los amagos de heterodoxia de preferir el crecimiento al déficit cero. Las autoridades españolas, que se permiten el lujo de equilibrar gastos e ingresos gracias -entre otras cosas- a los fondos que reciben de Alemania, y de un maquillaje presupuestario de trazos más que groseros, se permiten humillar y reclamar al Gobierno alemán que cumpla a rajatabla el objetivo de déficit, con el furor de los conversos.

Una táctica perversa, además de mezquina. Cuanto más se constriña el crecimiento alemán, menos oportunidades exteriores tendrá la economía española. Dicho sea a grandes rasgos. El caso es que en muchos departamentos ministeriales -en demasiados- pesa más la doctrina que el sentido común.

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