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CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Estremecedora versión de 'El Mar', de Debussy, con Abbado en Lucerna

Después de 12 años al frente de la Filarmónica de Berlín, Claudio Abbado se retiró a Cerdeña para recuperarse de una grave enfermedad. Su retorno en el Festival de Lucerna, con una orquesta a su medida, ha sido emocionante.

Los grandes dinosaurios de la música, sea en la composición o en la interpretación, muestran con el paso del tiempo sus universos más íntimos. Henze comparte el canto de los pájaros en su última ópera, Abbado la plenitud del mar en su vuelta al podio. Los dos han sido emblemáticos pensadores de izquierda desde la música. Ahora recrean la mirada en la sencillez de lo que nos rodea. Hay en ello una nueva sensibilidad, o quizás la de siempre, enriquecida con la edad.

Abbado ha estado una docena de años al frente de la Filarmónica de Berlín. Una enfermedad destructora le dejó en los huesos y prácticamente sin estómago. Se retiró a Cerdeña. Intensificó el trato con sus amigos de siempre y tuvo al mar como confidente cotidiano. Un grupo de músicos no ha querido permitir que la melancolía le devore. Por iniciativa de Michael Haefliger, director del Festival de Lucerna, y con el entusiasmo de insignes solistas, desde Sabine Meyer o Kolja Blacher al cuarteto Hagen, o de destacados instrumentistas de las Filarmónicas de Berlín y Viena, o de la Mahler Chamber Orchestra, se ha creado una orquesta de privilegio, al amparo del veterano festival suizo. Anteayer Claudio Abbado reapareció -delgado, sonriente, frágil, increíblemente lúcido- y fue como un milagro, especialmente en una versión escalofriante de El mar, de Debussy, tal vez la página más adecuada después de un periodo tan intenso en contacto con la naturaleza.

El concierto de gala, que inauguró el Festival de Lucerna, comenzó con la escena de la despedida de Wotan del tercer acto de La

valquiria, de Wagner, con la presencia como solista vocal de un temperamental e imponente Bryn Terfel. Era lógico el homenaje a Wagner, que aquí en Lucerna compusó el Idilio de Sigfrido y se casó con Cosima Liszt. Abbado se mostró al principio un poco nervioso y hasta impreciso, tomando luego el pulso desde la cuerda, con su familiar planteamiento lírico, y sugiriendo, más que imponiendo, una lectura de corte humanista.

Las cosas fueron a más, y de qué manera, en Debussy, ya desde la suite de El martirio de san Sebastián. Sonoridades cuidadas al límite y un aire de extraña serenidad iban mostrando lo mejor del Abbado analítico, sensible y profundo de siempre. La orquesta se empezaba a mostrar exultante. Y llegó El mar, con una lectura minuciosa, panteísta, hechizante, verdaderamente magistral, que puso al público en pie en un homenaje al maestro realmente emocionante, al que se sumaron entusiastas la orquesta y el coro de cámara de Suiza, dirigido por Fritz Näf, coro que no se había movido de sus asientos después de El martirio para vivir más cerca y en detalle este concierto histórico. Al final la organización obsequió con una caja de bombones a todo el público asistente. Era un epílogo en dulce a una tarde memorable.

El Festival de Lucerna reúne durante un mes a las mejores orquestas y directores del planeta: Filarmónica de Berlín con Rattle, Filarmónica de Viena con Boulez o McFerrin, Sinfónica de Chicago con Barenboim, Concertgebouw de Amsterdam con Chailly, Pittsburgh con Jansons, Filarmónica de Múnich con Levine, Israel con Mehta... La primera semana está dedicada a Abbado y sus músicos-amigos. Harán sesiones de cámara con los Lupu, Argerich, etcétera, y culminarán los próximos 19 y 20 de agosto esta resurrección del gran director de orquesta italiano con la Segunda sinfonía de Mahler, precisamente conocida como Resurrección, con la participación del Orfeón Donostiarra.

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