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Crítica:SAN SEBASTIÁN | LA LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La verdadera fiesta la pone el toro

Cuando hay toros, el espectáculo toma una voz especial. Los toros de Pérez Tabernero dieron un juego aceptable y muy aceptable en algunos momentos. Dejaron en conjunto un recuerdo vibrante.

Manuel Caballero en la faena de su primer toro no pasó del discreto. A las tandas de derechazos y naturales les faltó fe y le sobraron demasiadas dudas y precauciones. Es verdad que a ese toro le faltaba clase. Sin embargo, el cuarto de la tarde le brindó al maestro la ocasión de que le viéramos torear por naturales de manera excelente. Con su muleta cresta de gallo en algunos de sus naturales se comprendía que uno podía aprender a vivir. Al empezar con la mano diestra creemos que se equivocó. Y de ese modo, las tres tandas con esa mano no pasaron del aprobado raspado. Mas cuando se echó la muleta a la izquierda ahí pasaron cosas muy enjundiosas y muy toreras. De pronto, se percibía que el toreo es algo que cala en los tendidos cuando se hace con pureza y buen son. El torero de Albacete supo estar a la altura del buenísimo pitón izquierdo.

Pérez / Caballero, Abellán, Jiménez

Toros de Javier Pérez Tabernero, en general bien presentados, buen juego, algunos con notable alto. Manuel Caballero: media estocada (breves aplausos); media estocada (oreja). Miguel Abellán: estocada caída (silencio); pinchazo y estocada (vuelta). César Jiménez: media estocada (oreja); -aviso- pelín trasera y desprendida, tres descabellos (vuelta). Plaza de Illumbe, 14 de agosto, 5ª de feria. Tres cuartos de entrada escasos.

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Un manso de carreta

Miguel Abellán se topó con su primer toro que le pedía el carné de profesional. No pudo con el toro, porque el torero tenía mucho que dominar y no lo dominó. Su toreo fue un toreo de transición: pasaba de un pase malo a otro peor. En su segundo, pese a poner toda la buena voluntad del mundo y a echarle valor, su labor no tuvo calidad. A falta de arte, el torero quiso ponerle emoción. Pero la falta de calidad era evidentísima. La lidia que realizó a ese toro haría llorar a un ojo de cristal. Llevó a cabo una faena de pueblo, pero de pueblo feo.

En la tarde de ayer observamos que César Jiménez dejó de lado esa mística sacerdotal de la estética mentirosa que viene prodigando últimamente. Ayer, sus dos faenas atesoraron pases de notable interés. En su primero, los derechazos estaban inmersos todavía de esa estética vertical que no aporta nada. Mucho mejor resultados le dieron los naturales, ya que ahí entró como participación esencial la cadencia y la templanza. Fueron naturales donde pervivía un sabor añejo. En una palabra, pervivían los ecos del toreo de siempre. Ahí donde cada torero lo ejecuta con más o menos talento y gracia. Las grandes figuras del toreo en el natural supieron dejar su sello propio. En esto del arte, cada cual se adjudica lo que Dios le ha dado como gracia en el arte de cúchares. Amén.

Se agradece al ganadero el haber gastado pienso y tiempo en criar unos toros que hicieron de la tarde momentos bastante inolvidables.

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