Lo invisible
El medio centenar largo de dibujos de Amable Arias (León, 1927-San Sebastián, 1984) que se muestran en el Museo de Bellas Artes de Bilbao llevan el enigmático título De lo invisible. Ese concepto de lo invisible se imbrica con lo que Paul Klee -artista a quien más admiró en vida Amable- argumentaba por partida doble con singular e inmensa lucidez: "En el arte, no es tan esencial ver como hacer visible"; "la realidad latente escondida no es sino la prehistoria de lo visible".
Gracias a que lo invisible logra hacerse visible a través de esos dibujos, tenemos la certeza de que su interés es mayor cuantas más veces se ven. El mundo que nos ofrece Amable es holgado y vario. Ha sido trazado con agudas cargas de ironía, humor a raudales, mucho desparpajo, con una búsqueda permanente de libertad, culminado todo ello por una gran inventiva.
Son piezas gestadas como una comunicación continuada del artista consigo mismo. En cada dibujo parece como si Amable se alejara del mundo real para crear un mundo ideal. Aunque no es del todo cierto. En cualquier caso, aún dentro de ese mundo ideal, no por ello va a dejar de estar exento de crudeza, estulticia, bajezas múltiples, entre otros afectos y desafectos. Pero por encima de otras pesquisas, lo que persigue fundamentalmente con sus dibujos es buscar un lugar para la línea, y muy especial para la línea curva. Así su mano garabatea imparable, con compulsivo ardor, a la manera de lo que Klee calificaba como "universo original de improvisación psíquica".
Las variantes temáticas son abundantes, como abundantes son los utensilios utilizados. Lo más recurrente son los pasteles sobre papel Canson, entre un vasto cúmulo de técnicas como tintas a plumilla, aguadas, acuarelas, disolución de óleo en aguarrás, grafitos, carboncillo, lápiz acuarelable y humo, y hasta café y lápiz acuarelable...
Mas lo realmente atesorable es la variada red de historias con personajes y fauna de particularísima invención. Aves, animales, homúnculos sueltos por el espacio, que no parece vayan a ningún sitio -o que están en todos-, unas veces como protagonistas de un foco único y otras como comparsas con vida propia, ajenos a la historia principal. Mundo parcelado, de fragmentos. Ya sólo si se preparara una antología de tipos, sacándolos de cada contexto, tendríamos un muestrario sorprendente de inventiva espectacularidad.
En algún momento creeremos que esos dibujos los llevó a cabo un niño de suaves rizos blancos o un ser tan inocente como una manzana azul. Tal vez así fue la mano creadora de Amable Arias.
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