El polvorín de Marbella
Cualquiera que haya mirado con ojos limpios hacia Marbella desde 1991 hasta la fecha esperaba un desenlace ruidoso de la 'era Gil'. Un final apocalíptico en el que, tirando del hilo, se desharía la gruesa madeja urdida por un opaco proyecto personalista que sólo tenía un fin: hacer caja. Sabíamos que la lectura del epitafio político de tan peculiar 'jubilado' nos llenaría a todos de vergüenza y rubor. Pero jamás imaginamos que esta quimera se desmoronaría como un castillo de naipes dos meses después de revalidar la mayoría absoluta. Ningún conocedor del terreno habría sido capaz de prever una fractura (escenificada y computada, gran pico de audiencia) entre delfín y mentor. Hay quienes sostienen que para existir hay que salir en televisión; quizá, después de tantos años de despropósito, el salto de Julián Muñoz del papel prensa al cuché haya acelerado, sin pretenderlo, el hundimiento del gilismo.
El PSOE podrá salpicar a otros partidos, pero seguirá metido hasta el cuello en la cienaga
Dice el proverbio que cuando el dedo señala a la luna, el tonto mira al dedo. En estos días de convulsión política estival hay quienes, demostrando que se han dejado el estilo en casa a buen recaudo, intentan sacar provecho de una situación que nos afecta por igual, de la que todos los partidos somos en parte culpables por no haber convencido e ilusionado a los marbellíes, por no haber cimentado alternativas al burdo populismo. Y se hace particularmente indigesto que cierto dirigente socialista se ampare en su cargo institucional para vituperar a sus rivales en una tribuna publicada en estas mismas páginas. No seré yo quien saque de su error al autor de dicha tribuna, cuyo sectarismo no atiende a razones. No obstante, me permito aportar argumentos que pueden servirle como herramienta para corregir la galopante miopía que padece.
La degradación del panorama político de Marbella no sólo es consecuencia de la victoria de Gil. Invirtiendo esta premisa, la desidia de los partidos políticos degradó Marbella y abonó el terreno para que Imperioso (como Othar, el caballo de Atila) cabalgara y no volviese a crecer la hierba a su paso. Desde la primera victoria de Gil, hace doce años (66,2% de los votos, un total de 20.530), se han producido tres elecciones municipales en las que ningún candidato, socialista, popular ni andalucista, ha podido persuadir a los ciudadanos de que el GIL es una tiranía avalada por las urnas. No voy a caer en la tentación de afirmar que el pueblo se ha equivocado al darle cuatro mayorías absolutas consecutivas; por el contrario, prefiero asumir que quienes no hemos sabido, podido o querido quitarle la máscara al tirano y mostrar su verdadero rostro a los marbellíes somos culpables de su permanencia en el poder.
Efectivamente, aquí no hay partidos vírgenes ni mártires. Aunque sí tenemos una formación que ha sido, desde el principio de esta larguísima travesía del desierto, particularmente hipócrita. Me refiero al PSOE, el mismo que pasa de poseído azote de Gil a muñidor de una moción de censura planificada por su otrora bestia negra; ese partido que, con tal de asirse al poder, contraviene la voluntad de los esteponeros y eleva a Antonio Barrientos a la Alcaldía con el apoyo de José Ignacio Crespo; para quienes tienen memoria, se trata de los mismos socialistas que en Manilva le hicieron una moción de censura a IU para lograr el sillón apoyados en el GIL.
Hablando de amnesia, resulta paradójico que el citado dirigente socialista se atreva a hacer inventario del urbanismo de la Costa del Sol cuando en sus filas tiene dos notorios y depredadores ejemplos: Mijas y Vélez-Málaga. Habrá que administrarle rabos de pasa para que explique cómo es posible que hace ahora un año la Junta de Andalucía amenazara a la ciudad de Málaga ¡con retirarle las competencias urbanísticas! Algo que nunca ha hecho en Marbella y, por supuesto, jamás hará en Mijas y Vélez-Málaga mientras gobiernen Agustín Moreno y Antonio Souvirón, respectivamente.
Da la sensación de que el firmante del artículo despliega su inquina porque el partido al que pertenece ha quedado en una incomodísima posición ante la opinión pública. Mientras el PP ha dejado muy claro desde el principio que no está dispuesto a participar en la moción de Marbella, los socialistas han sido incoherentes y demagógicos. Porque proponerse acabar con un monstruo con el apoyo del propio monstruo es como hacerse pasar por abstemio tras dar positivo en un control de alcoholemia.
Chapoteando en la ciénaga de Marbella el PSOE podrá salpicar a otros partidos, pero seguirá metido hasta el cuello. Bastante hemos tenido los andaluces con divisar un polvorín a tiro de piedra para aguantar ahora a quienes pretenden prender su mecha para lograr un sucio rédito político.
Joaquín L. Ramírez es presidente del PP en Málaga y diputado autonómico
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