Brillante actuación de la Sinfónica de Galicia en Pesaro
El Festival Rossini abre sus puertas con 'Semiramide', en una coproducción con el Liceo, el Real de Madrid y el Regio de Turín. La orquesta gallega superó el reto con creces.
Rossini habla español", ha titulado un prestigioso periódico italiano a propósito de la actual edición del Festival de Pesaro. No le falta razón. Los dos títulos fundamentales de este año cuentan con una significativa presencia española. En la jornada inaugural, con Semiramide, ha participado la Orquesta Sinfónica de Galicia. Esta tarde se presenta El conde Ory, con Jesús López Cobos, al frente de la Orquesta del Teatro Comunal de Bolonia, y Lluís Pasqual de director de escena. El Festival Joven repone, a partir del miércoles, El viaje a Reims, con el celebrado montaje de Emilio Sagi y la colaboración en el vestuario de Pepa Ojanguren. La valenciana Silvia Tro da asimismo un recital el día 18, y varios españoles -José Manuel Zapata, David Menéndez, Daviz Castañón- figuran en el reparto de El viaje a Reims. Hasta en la lista de sostenitori privados del festival hay un par de nombres de nuestro país: José Antonio Lipperheide, socio número uno de la ABO de Bilbao, y el gastrónomo y melómano madrileño Javier Ferradal.
La masiva presencia española ha levantado susceptibilidades, especialmente por el desembarco con alfombra roja de la Sinfónica de Galicia con los honores de la inauguración en Semiramide, a lo que hay que añadir que también están en El viaje a Reims o en el Stabat Mater, dirigido por Alberto Zedda, en homenaje a la desgraciadamente desaparecida Lucía Valentini-Terrani. Si la Orquesta de Galicia fuese polaca nadie se habría extrañado e incluso se habría justificado por la disminución de costes y razones parecidas. Pero una orquesta española, compartiendo los títulos estelares del festival con la del Teatro de Bolonia produce cierto desasosiego. Ello demuestra el despegue musical en cuanto a agrupaciones de nuestro país y, sobre todo, es un reconocimiento internacional a una determinada planificación racional de la música.
Las suspicacias se desvanecieron en cuanto la Sinfónica de Galicia dejó como tarjeta de presentación una primorosa obertura, y ello a pesar de que la dirección musical de Carlo Rizzi fuese bastante lineal y poco sutil.
La Sinfónica de Galicia sabía que estaba ante un reto histórico y no lo desaprovechó. Tocó maravillosamente, con unas secciones de viento de antología, una cuerda de sonido rossiniano, es decir, con gracia y ligereza, y una sensación de equilibrio global difícil de superar. No perdieron la concentración un solo instante, y así, al final, el público se deshizo en ovaciones y bravos como recompensa al gran trabajo realizado.
Su director, Víctor Pablo Pérez, sonreía como espectador, con evidente satisfacción, y también el presidente de la orquesta, José Luis Méndez, ex concejal de Cultura. No vino el alcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, vaya usted a saber por qué, y tampoco Fraga con sus gaiteros, que habrían dado una nota de color exótico a la encantadora ciudad natal de Rossini.
La difusión de la calidad de la Sinfónica de Galicia no se va a limitar a Pesaro. Semiramide (y también los otros títulos de Rossini) se emiten en directo por la RAI Radio Tres. En directo o diferido, se va a retransmitir también a través de la NHK de Japón, la Radio de Baviera en Alemania, la BBC en Inglaterra, la ORF en Austria o, en fin, emisoras de Estados Unidos, Canadá, Holanda, Grecia, Bélgica, Noruega, Francia, Luxemburgo, Bulgaria, Yugoslavia, Letonia, Lituania, Irlanda y Dinamarca. La imagen emigrante de Galicia tiene esta vez otros caminos. Se exporta música y no mano de obra. Es un cambio sustancial.
En el apartado vocal, Darina Takova fue una Semiramide correcta y no excesivamente carismática. Daniela Barcellona tiene fuerza y un extraño poder de encantamiento como Arsace. Ildar Abdrazakov es un personaje Assur convincente y rotundo, y el tenor Gregori Kunde hace lo que puede -en general bien- para sacar adelante el endemoniado personaje de Idreno.
Tecnología y poder
El Festival Rossini tiene, entre sus méritos más reconocidos, la multiplicidad de estéticas a la hora de afrontar sus producciones, desde Ronconi a Pizzi pasando por Dario Fo. Dieter Kaegi y los suyos (Orlandi, Venturi) plantean Semiramide a medio camino entre el futurismo galáctico, la ciencia-ficción, los casinos sofisticados y el colorido oriental, para desarrollar una trama de intrigas políticas y luchas por el poder con intencionalidad universal, por encima del localismo asirio en un tiempo y lugar determinados. La idea de partida es imaginativa y algunas escenas están muy conseguida, pero hay un par de factores que lastran la producción: la insuficiencia en la dirección de actores, que repercute en la continuidad rítmica (la ópera dura más de cuatro horas) y la falta de fascinación visual, al utilizarse unas imágenes-marcos excesivamente triviales, televisivas, familiares, sin misterio, por mucho que los espejos distorsionen, enriqueciéndolas, algunas escenas. La realización no está a la altura de la idea, y de ello se resiente la comunicación. El público abucheó a los creadores ruidosamente. Es innegable que el chispazo entre fascinación, escena y sala no llegó.
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