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A pie de obra
Columna
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'Jerry Springer The Opera' (I)

Marcos Ordóñez

Uno. ¡Al fin algo nuevo, radicalmente nuevo, vibrante, originalísimo, conmovedor, salvaje y divertido en el mundo del musical! Esto es escándalo: maravillosamente obsceno, gloriosamente provocador, blasfemo como sólo un católico puede serlo; un espectáculo que parece concebido tras el mènage à trois de Buñuel, Carlos Santos y Mel Brooks. El bombazo se ha producido en Londres, capital incuestionable del teatro mundial, y su onda expansiva ha llegado a Nueva York: los críticos de los principales diarios han corrido a ver Jerry Springer The Opera y han cantando unánimemente sus alabanzas. El espectáculo es el acontecimiento de la temporada, "the hottest ticket in town": el Lyttelton, la sala "italiana" del National, se llena cada noche y es imposible conseguir una entrada hasta finales de agosto, pero pueden -y deben- verlo porque ha prorrogado hasta el 30 de septiembre (o luego, a partir del 14 de octubre, en el Cambridge Theatre del West End).

Sobre el éxito del musical de la temporada escrito por Richard Thomas y Stewart Lee

Jerry Springer The Opera ha revelado a dos supertalentos: Richard Thomas, 37 años, compuso la música y escribió el libreto con el cómico inglés Stewart Lee, que ha debutado como director con esta dificilísima puesta en escena. ¿Quién es Richard Thomas? Un marginal, un músico dadá, líder del grupo Kombat Opera y estrella subterránea del Club Zarathustra del norte de Londres (sede, a su vez, de la Liga Contra el Tedio de su compinche Simon Munnery). La primera aparición "profesional" de Richard Thomas, en 1989, acabó gloriosamente: un grupo de prostitutas le arrojó un hombre desnudo al escenario. A finales de los noventa, Thomas descubrió el programa de Jerry Springer, el talk show más popular y polémico de la televisión norteamericana, donde lleva doce años en antena, y que se retransmite en veinte países: un freak parade, una apoteosis de la basura, un Crónicas marcianas convertido en púlpito, en tribunal popular, en confesionario; un ritual de purificación y castigo convertido en espectáculo sádico. Desviaciones sexuales, matrimonios traicionados, secretos revelados, guardias de seguridad para que las partes en conflicto no se agredan, público aullante, sediento de sangre, y un presentador que hurga en todas las heridas y excita los más bajos instintos de la audiencia. La gran pregunta: ¿por qué se prestan a eso los participantes? ¿Sólo por sus 15 segundos de fama y una corta estancia "en un hotel de tres estrellas" antes de volver al anonimato? Y, sobre todo: ¿se trata de casos "reales" o es una escenificación con actores? Richard Thomas, fascinado por tales cuestiones, se dijo: "Aquí hay violencia, tragedia, sentimientos extremos, gente gritando su culpa, su pasión, sus deseos ocultos: un material perfecto para una ópera".

Dos. El proyecto How To Write An Opera About Jerry Springer comenzó en el Battersea Arts Centre en 2001. Thomas invirtió en él todos sus ahorros y recabó la colaboración de Stewart Lee, su cómico favorito. Se desarrolló luego en una serie de talleres y llamó la atención de tres grandes: Andrew Lloyd Webber, el megaproductor Cameron Macintosh y el nuevo director del National, Nicholas Hytner, el primero en decir "compro". Su ayuda fue fundamental para que la "versión de concierto" se presentara en el anterior festival de Edimburgo, donde se convirtió en la gran sorpresa del certamen.

Hytner ha jugado fuerte en su primera temporada al frente del NT. Ha lanzado una política de precios populares (entradas a diez libras en determinadas funciones), ha encargado a John Guare una nueva versión de The Front Page, ha recuperado un Stoppard (Jumpers) que no se veía en Londres desde hace veinte años (les hablaré de todo eso en las siguientes semanas) y, lo más importante, ha apostado por Jerry Springer The Opera: eso es una verdadera apuesta, señores, y no lo que por ello suelen entender nuestros programadores. Una producción violenta, que podía desatar enormes controversias, escrita y dirigida por dos desconocidos. Y carísima, con treinta actores-cantantes en escena.

Cuando se estrenó todos se preguntaban "¿de dónde han salido estos cantantes?". Habían sido rechazados en innumerables castings por no ajustarse a la preceptiva de lo "estéticamente correcto". El musical se ha convertido en el reino del glamour, de los cuerpos perfectos, indistintos. ¡Ah, qué felicidad, ver al fin a gente gorda y fea como nosotros, cantando y bailando con la energía furiosa de los desheredados!

La primera crítica (Kevin O'Sullivan, del Daily Mirror) calificaba el espectáculo de "the greatest production on earth". Jerry Springer es una gran ópera barroca, y a ratos una cantata, y un oratorio: en todo caso, una partitura desbordada (dos horas y media de música), un festival de tonalidades y ecos y referencias: Bach, Monteverdi, Haendel, Kurt Weill, Sondheim. Y Miles, y Burt Bacharach, y los Sex Pistols, y Olivier Messiaen. Y rock, y country, y gospel. "Teatro musical", en definitiva, en la más amplia y rotunda acepción del término. Las confesiones se convierten en arias o estallan en duettos furiosos; la conjunción del coro corta la respiración: Martin Lowe, director musical de The Full Monty, de Mamma Mia, de Les Miserables y un larguísimo etcétera, ha hecho un trabajo impresionante, que le convierte en el tercer autor de la propuesta. Los insultos y las obscenidades se transmutan en música sublime, como si Mozart hubiera sufrido un virulento ataque del síndrome de Tourette: si este espectáculo se emitiera por la televisión estadounidense, donde cada vez que alguien dice un taco suena un pitido, parecería un atasco de tráfico en el centro de Roma. He quedado deslumbrado por la virulencia del libreto, por la riqueza de la partitura, por la absoluta convicción de todo el equipo. La semana que viene les contaré exactamente de qué va la función.

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