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Columna
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Ex-aldea

Un inglés vino a Bilbao, dicen, por ver la Ría y el mar... Ahí es nada el Támesis frente al Nervión. Ahora, también dicen, que vienen americanos con su inmenso caudal, con su inmenso caudal. En Vitoria, no. En Vitoria es frecuente reunirse la gente en casas conocidas, dicen que dijo un vitoriano de pro, Martínez Aragón, que además son muy reducidas.

Barcelona (donde no son felises porque les falta nuestra merlusa, de Bilbo) busca paralelismos de cultura y arte con Madrid. Bilbao, con Nueva York. Vitoria, no. Si de Vitoria se hace algún paralelismo, es con Soria (230.000 habitantes frente a 38.000). Los madrileños creen que de Madrid, al cielo. Los bilbaínos, no; los bilbaínos LO SABEN. Y ¿de Vitoria? De Vitoria, dos pasos, y a algún patatal.

Vitoria dejó de ser aldea... pero mantiene ese "carácter" circunspecto y cauto. El reto es romper con él. Toca a la nueva corporación municipal hacerlo.

Tópicos que dan carácter. Para buena parte de los guipuzcoanos, Vitoria era en su infancia una misérrima estación de autobuses y cuatro tiendas en las que se exponían alubias y garbanzos en sacos, y donde, además, se vendían escobas y alpargatas. Para Bilbao, simplemente no existía.

Como el yanqui con la estupidez del masca-chicle, el vitoriano se ha quedado, para propios y extraños, con su pequeñez provinciana. Vitoria, la recoleta, la discreta (que, con Cuerda, pasó a ser habitable, transitable, peatonal). Rancho y agua bendita, se decía hace ya mucho. Pero, aún hoy, cuando alguien de Hernani viene a Vitoria, busca los basquitos y las neskitas para llevarlos como regalo y recuerdo. Como en Ávila se buscan las yemitas de Santa Teresa; o en la Verbena de la Paloma, los barquillos.

La cosa está muy extendida. El arquitecto responsable de la nueva planificación urbanística del lugar (un catalán ajeno a toda esta idiosincrasia local) sostenía que la cultura difusa que había captado en sus reuniones con las gentes "representativas" de Vitoria era la conciencia de una limitación, un estar sosegado y discreto (¡con quiénes se reuniría!) Y, otra. Si se ve un coche perdido en Vitoria, montando atascos monumentales sin saber si ir a izquierda o a derecha, y al que todos gritan "¡aldeano!, hazte con un plano", es un coche BI-0000-A. Para un bilbaíno, Vitoria es la Dato y cuatro casas. Luego, llega y se pierde. Natural. Y, para uno de Lazkao y de la Real (lo siento, Beloki Jn.), un lugar en el que vivir toda una vida sin saberse de él.

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Vitoria dejó de ser aldea... pero mantiene ese "carácter" circunspecto y cauto. El reto es romper con él. Toca a la nueva corporación municipal hacerlo. Pero también a todos esos grupos pujantes de la cultura, la empresa y la vida pública del lugar. El Artium para quien lo trabaje. Y para los artistas "locales", el So-Ho neoyorquino o el British Museum. Soterrar el ferrocarril (hacia el norte), romper hacia el sur ese misérrimo centro decimonónico de la Dato (mientras se ahuyenta a los coches con parkings y transporte público), e invadir, contaminar, el campus con cafeterías y centros comerciales (ese vacío a llenar). Redimensionar el centro simbólico de la ex-aldea.

Esa ciudad ha pasado de 40.000 a 230.000 habitantes en poco tiempo (casi cinco veces), es el más prometedor centro industrial del norte y gran puerto de pesca, la cabecera de toda la economía logística de la zona (Foronda y Júndiz; Lantarón), tiene la mayor población de aluvión y una clase media desarraigada (de lo que se resiente), el mayor porcentaje de población inmigrante en el País Vasco. Es una ciudad para el futuro. Una ciudad que requiere un centro simbólico y servicios a la altura (véase el éxito de las Jornadas sobre Japón del Artium). La ciudad que será.

Un bilbaíno vino a Vitoria...

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