_
_
_
_
Reportaje:ESCENARIOS URBANOS

El ginkgo de Monforte

"Por la abundancia de jardines denominaremos Valencia ramillete de España". La frase no es de Rita Barberá, ni de ninguno de sus floralescos tenientes de alcalde, sino del poeta Al-Makkarí. En cualquier caso, con lo de los jardines de la ciudad del Turia sucede algo parecido a lo de los trescientos campanarios valencianos que evoca Victor Hugo en uno de sus versos: nunca nos hubiésemos imaginado que existiesen tantos. En realidad, el valenciano difícilmente definiría su ciudad ni por los jardines ni por los campanarios, sino por otros atractivos mucho más ordinarios. En el barrio de Ruzafa (que en árabe significa "jardín"), por no haber, no hay ni un sólo árbol. En realidad, en Ruzafa, "la perita en dulce" de nuestra alcaldesa, los constructores están esperando a que los edificios acaben de derrumbarse (con o sin inquilinos), para así poder especular con los solares más cercanos al próximo -y en eterno proyecto- Parque Central (aunque ya hay un hotel que lleva ese nombre).

"Esta ciudad ha tenido muy poco respeto por los jardines"
"El ginkgo es el árbol romántico por antonomasia, el que plantó Goethe"

Ya ven, en realidad esta ciudad ha tenido muy poco respeto por los jardines, y los que han sobrevivido ha sido por meras casualidades de la historia. El "ramillete" está más bien desmochado. El mayor de los jardines es el del cauce del Turia, pero es un jardín algo caótico, sin una idea definida, como surgido de la nada. Cuando el pintor Santiago Rusiñol visitó Valencia y los cicerones que le acompañaban le enseñaron con cierta ilusión el río, éste observó: "De momento, ya veo que tienen el local". En ese "local" plantaron un jardín, casi por hacer algo. Una de sus singularidades más destacables es la gran pechina de piedra labrada que se conserva entre los elementos decorativos -que da nombre al Paseo de la Pechina-, y que antiguamente servía de contrafuerte de una de las rampas de bajada al río: sobre ella se exponían los cadáveres de los ajusticiados, cuando no se utilizaba de base, de quemadero, sobre el que ardían los herejes.

Pero, sin duda, el Jardín del Real (más conocido por Viveros, por ser el centro municipal de jardinería) es la zona verde preferida de los valencianos. Es un amplio y espacioso entorno, agradable, con algunas rarezas botánicas. Y, sin embargo, quizá por la destrucción del antiguo Palacio Real -un edificio gótico, donde los virreyes establecieron su corte, y que fue demolido, sin ninguna justificación, el año 1810-, aquellos jardines adolecen de una cierta nostalgia, que se acentúa por la intolerable presencia de un pequeño zoológico de instalaciones decimonónicas y vergonzosas.

Por todo ello, el jardín que prefiero es el de Monforte, ubicado en la Volta del Rossinyol. Cuenta Almela y Vives que lo creó el empresario textil Juan Bautista Romero, que diligentemente anotaba en un cuaderno todos los gastos que le ocasionaba aquel capricho: cuando llegó a las 500.000 pesetas "renunció a tales apuntamientos para que la cuantía no le quitara las ganas de llegar al final". Por momentos recuerda al jardín de los Bomarzo, al Sacro Bosco de los Orsini, con sus elementos grutescos y sus cipreses retorcidos y atormentados. En uno de sus extremos, junto a una fuente, crece un robusto Ginkgo biloba, mucho mejor conservado que el del Jardín Botánico. Nadie -o casi nadie- se fija en la belleza de sus hojas, en la elegancia de su porte, en su estructura piramidal. Es el árbol romántico por antonomasia, el que plantó Goethe en el jardín de la baronesa von Stein de Weimar. Aquel gingko es el complemento perfecto a todas aquellas estatuas mitológicas que se prodigan, con cierta indecencia decadente, entre los setos y los parterres. Por eso, el Hort de Romero merece todo nuestro respeto: hoy en día es el único jardín histórico de Valencia creado con ese exclusivo fin. La única flor consistente del célebre -¡ay!- "ramillete de España".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_