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PERSONAJES DEL SIGLO XX | Evelyn Waugh | PERFILES

De pantalón corto

Hay narradores que a partir de una determinada realidad -la suya, parte ya de su conciencia y hasta del inconsciente- construyen con la palabra un mundo paralelo a esa realidad, un mundo transfigurado, regido por leyes y pautas de comportamiento que les son propias. Y los hay que, como poco interesados en esta clase de empresas, prefieren dar expresión literaria a ese mundo del que forman parte y que a su vez forma parte irrevocable de su conciencia. Los primeros suelen dar paso a nuevas formas de relatar merced a su manera de estructurar el relato y al poder de la expresión verbal con que ese relato se manifiesta. Los segundos suelen relatar cómo una persona cualquiera cuenta a otra lo que le ha sucedido, sólo que con una precisión verbal que hace de su historia algo inolvidable. Ejemplos del primer tipo en la novela del siglo XIX nos lo ofrecen Guerra y paz, donde intriga y disquisición se mezclan como cuerda y cobre en el desarrollo de una sinfonía, o la búsqueda de la ballena blanca que organiza la peripecia de Moby Dick. El mejor ejemplo del segundo sería probablemente Dickens. En el siglo XX, yo destacaría como sinónimos ejemplos del primer grupo a Proust y Joyce; del segundo, tenemos un excelente ejemplo en Evelyn Waugh. Merece la pena destacar que el suprarrelato de este segundo grupo, es decir, el aura estrictamente literaria que emana de sus obras no tiene por qué ser inferior a la que es propia de las que pertenecen al primero. El que me sea posible evocar la obra de Evelyn Waugh prácticamente de memoria es una de las mejores pruebas.

Waugh había adivinado los signos de la inevitable caída: simples intentos de huida de la imbecilidad dominante
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Las primeras novelas de Evelyn Waugh transcurren en los años de entreguerras del pasado siglo, sin duda uno de los periodos más brillantes -para bien y para mal- de la historia. En efecto: la fecundidad de los años veinte y treinta en el terreno de la creación literaria y artística coincide exactamente con la paulatina puesta en práctica de las ideologías político-sociales más radicalmente enfrentadas que, al tiempo que llevaban la desgracia a países enteros, no parecían sino aplicarse meticulosamente a la preparación de la Segunda Guerra Mundial. Una situación que para nadie se saldó en éxito, que incluso para los vencedores supuso un fracaso en más de un aspecto; un final de época. Decadencia y caída, como diría Waugh, refiriéndose al mundo en general y a la sociedad inglesa en particular. Una sociedad en la que hasta un rato antes, como quien dice, hubieran podido reunirse a tomar el té Aldous Huxley y T. S. Eliot, Virginia Wolf y T. H. Lawrence, Bertrand Russell y el propio Waugh. Sin contar con Joyce, expatriado en Suiza.

Waugh parecía haberlo intuido desde el principio. La disipación rigurosamente reglamentada de Oxford y Cambridge; las noches de Belgravia que terminaban en algún club privado, ya de mañana, en torno a unas cuantas docenas de ostras, langosta y rosé de Borgoña, a fin de reponer fuerzas; aquellos propios cuerpos pecadores, entregados a prácticas eróticas que, para una mentalidad victoriana, pertenecían al terreno de la fantasía; las mujeres, sobre todo, temiblemente dueñas no ya de su propio destino, sino del de cuantos se dejaran seducir por su desdeñosa belleza. En eso, en todo eso, Waugh había adivinado los signos de la inevitable caída: simples intentos de huida de la imbecilidad dominante que de un modo natural tendía a instalarse en el llamado bienestar social. La realidad, al cabo de los años, la constata uno de los personajes de sus últimas novelas: gordos y colorados. Todos terminamos gordos y colorados.

Su novela más conocida es Retorno a Brideshead, gracias a su adaptación televisiva, sin duda más afortunada que la novela, que dista mucho de alcanzar el nivel de otras. Se narra en ella, retrospectivamente, la conversión de Waugh al catolicismo, un paso que coincide con sus comienzos de escritor sin que, no obstante, halle reflejo en sus novelas de la época. Tampoco se refleja en su obra más importante La espada del honor, una trilogía a la que dedicó sus últimos años: Hombres en armas, el primer volumen, que probablemente recoge una serie de experiencias personales, culmina en una frustrada incursión militar en la costa occidental de África, que se salda sin más bajas que la de un negro con cuya cabeza consigue hacerse, a modo de recuerdo, el oficial al mando. La segunda (Oficiales y caballeros) y la tercera (Rendición incondicional), ambientadas respectivamente en la costa del Mediterráneo central y en Yugoslavia, no hacen sino ahondar en su visión de la guerra como una ceremonia dedicada a la exaltación de la violencia inútil y de la estupidez. Una visión que sin duda influyó decisivamente en Kubrick cuando realizó algunas de sus mejores películas, como Senderos de gloria o Chaqueta metálica.

En la Segunda Guerra Mundial, tras los felices veinte y los difíciles treinta, casi ya en la mitad del siglo, Waugh ve confirmado su juicio acerca de lo que supone el siglo XX respecto a épocas anteriores: decadencia y caída. Una impresión que sus numerosos viajes, principalmente por África, Oriente Próximo y Suramérica, le ayudaron a precisar al permitirle conocer mejor el mundo en general a la vez que, por contraste, también su propio país, Inglaterra. Y cuando se permitía abrigar alguna esperanza se equivocaba; como la que le llevó a ver en la guerra de Abisinia la posibilidad de que la ocupación italiana rescatase a Etiopía de su insondable pasado. Pero, a partir de un momento determinado, incluso viajar dejó de interesarle como bien expresa el título de una de sus recopilaciones de crónicas viajeras, Cuando viajar merecía la pena. Es decir: perderse en lo desconocido al tiempo que distanciarse al máximo de los círculos sociales en los que transcurría su vida cotidiana, poblados de gente tan deliciosa como banal y mezquina. El declive de ese mundo que con tanto placer dejaba a su espalda lo vio con absoluta claridad la primera vez que, en el curso de la Segunda Guerra Mundial, se encontró con soldados ingleses uniformados de pantalón corto. Sí, decadencia y caída. Irremediable.

FERNANDO VICENTE

Un gran viajero

Evelyn Waugh, escritor inglés de novelas satíricas. Nació en Hampstead (Londres) en 1903. Estudió en la Universidad de Oxford. En 1928 publica su primera novela, Decadencia y caída. El 29 de septiembre de 1930 decidió entrar en la Iglesia católica. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial escribe su novela más famosa, Retorno a Brideshead (1945), una novela considerada por muchos críticos como su mejor obra. Viaja a Estados Unidos y España, y escribe Helena, su novela favorita, dedicada a la madre del emperador Constantino.

Con Los seres queridos (1948), Waugh retoma la sátira. Escritor de gran calidad, publicó también libros de viajes fruto de sus experiencias en Europa, África, Oriente y México, biografías y la autobiografía Un aprendizaje mínimo (1964). Fallece en 1966 de un ataque al corazón.

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