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Columna
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'Omertà'

Manuel Rivas

La más importante declaración en las comparecencias del caso Madrid ha sido el silencio de Bravo y Vázquez, afiliados al PP y vanguardia militante del PC, el dominante Partido Constructivista. En los ejemplos de oxímoron suele citarse el de "un silencio ruidoso". Existe un diapasón en algún lugar del Atlas Mundial del Alma Humana que registra la naturaleza de los silencios. Hay que saber escuchar los silencios. Los programas de enseñanza deberían incluir una Historia de los Grandes Silencios. Esos momentos clave en que se mueren las preguntas, las palabras pierden la memoria y las onomatopeyas se caen hacia dentro, engullidas por esa variante oprobiosa de la gravedad que es la ley del silencio.

Sí, necesitamos una moderna Escuela del Silencio. Un lugar donde no se enseñe a callar, sino a investigar e interpretar los silencios. Donde se estudie su gramática e incluso su zoología. El hábitat y la arquitectura de los silencios. Una fisonomía de los silencios. Establecer la diferencia básica entre los silencios sabios y los estúpidos silencios, los silencios dignos y los serviles. La reproducción de los silencios. Los silencios mediáticos. La ética del silencio. La figura del silenciador. Además de otros silencios, ¿de qué se alimentan los silencios? ¿Cuántas hectáreas y metros cúbicos tienen los grandes silencios de España?

El oído en Madrid no fue un silencio estridente ni espectacular. Fue, eso sí, un silencio sedicioso. Carente del cimiento de la vergüenza. Un silencio insano como el silencio de una Villa Veneno, un remedo castizo de la Poisonville de Dashiell Hammet. No había un perito en silencios en la comisión de la Asamblea de Madrid, alguien que tuviese la inteligencia de demandar al declarante: ¿Podría repetir más alto ese elocuente silencio? Y, sin embargo, reconocimos con claridad el olor y el sonido del silencio de Bravo y Vázquez cuando habló Tamayo de su común afición a la caza. Detonaba el silencio, una vez más, en la montería de España. El taciturno taxidermista se disponía a rellenar la democracia de paja y silencio. Cazado en avieso rececho el fiscal anticorrupción, el palafrén cerraba el peor muro de silencio, la omertà del Estado, con precisión poética: todo en silencio, todo en orden. Como en silencio retumbaba el primer dogma de la mafia: "La mafia no existe".

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