"Nos queremos como el primer día"
Estamos viviendo una segunda luna de miel", así me gustaría que la revista ¡Hola! titulara un reportaje sobre nuestras idílicas vacaciones:
"La popular escritora disfruta del verano, junto a su actual compañero sentimental, en su retiro de la sierra. En esta ocasión, no se encuentran con ellos los simpáticos hijos de la pareja, por lo que ambos se encontraban relajados y, por qué no decirlo, algo amuermados".
-Sí, los niños son el motor de nuestra vida -dice ella-, y cuando se van se hace un vacío; tanto es así que pasamos días enteros sin cruzar una sola palabra. Ayer, por ejemplo, sólo hablé con la chiquita que me hace la depilación en el pueblo y con mi hijo que me llamó para pedirme que le aumentara el saldo del móvil. Y hablo con Chiquitín, nuestro encantador yorkshire, pero no hay diálogo, dado que es un perro.
-Ella siempre monologa -apostilla él-, no le hace falta interlocutor. De todas formas, las parejas con el paso del tiempo no hablan porque ya se lo han dicho todo. Es mi teoría.
-¿Hablaban más al principio de su romance? -pregunta ¡Hola!
-No, tampoco -contestan los dos.
En la casa de esta sólida pareja se respira felicidad. Campechanos y amigables nos enseñan las habitaciones en las que transcurre su intimidad. Posan desenfadados en su cama matrimonial, que está doblada hacia delante, imaginamos que pasan muchas horas leyendo en la cama.
-Ella compró esta absurda cama con mandos -dice él-. La levantamos el 1 de agosto para leer y ya no la hemos podido bajar porque se han jodido los mandos. Así que llevamos cinco días durmiendo sentados. Hasta que venga el técnico, que está de vacaciones como todo el mundo en este país de vagos. Era la más cara del mercado de la colchonería. Ella siempre se tira a por lo más caro.
-¿Es cierta tu fama de manirrota? -pregunta ¡Hola!
-Es infundada, aunque si te comparas con su entrañable tacañería -la escritora le tira un besito a su marido-, cualquiera es un consumista. Compré este colchón porque los escritores tendemos a sacar chepa. Me dijeron que estas camas de látex son las mismas de la Clínica Incosol de Marbella, donde va nuestro admirado Vargas Llosa.
-Yo admiro a Vargas Llosa -dice el escritor- y detesto el látex. Creo que ambas cosas son compatibles.
Después de asistir a esta simpática discusión que refleja la sintonía en la que conviven este par de tórtolos de nuestras letras, pasamos a ver sus estudios. El de ella es amplio, de impresionantes vistas; el de él, diminuto y tiene una ventanilla que da al tendedero. Nos preguntamos si se los echaron a suertes.
-No -dice él- ella se quedó con el grande y me dejó el chico.
-En su estudio antes había un váter -dice ella, divertida- y nos hizo gracia poner un estudio donde antes hubo un váter.
-Le hizo gracia a ella -dice él.
-Y además los hombres, en el fondo, van buscando eternamente el claustro materno porque así se sienten más protegidos.
-A mí me gustaba el grande.
Antes de irnos, él posa con la mochila de fumigación y ella en biquini con un pareo de cuello alto. "No quisiera dar una imagen frívola ante mis lectores", dice. Viendo a esta pareja en su retiro estival uno se da cuenta, qué diablos, de que el amor no está reñido con la inteligencia.
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