Las formas de la oscuridad
Con este libro se da cima a la serie de 12 novelas con las que Anthony Powell cumplió un trabajo literario de extraordinaria envergadura. El relato general transcurre entre 1914 y 1970 por la voz de Nicholas Jenkins, desde su último curso como estudiante, cuando su mirada juvenil empieza a penetrar con intención en el mundo que se abre ante él, hasta la madurez del escritor prestigioso que ya observa el mundo con una cierta conciencia de finitud. El escenario abarcado es históricamente amplio (el siglo XX inglés, en la práctica), pero se ajusta a un ambiente de burguesía ilustrada, magnates, políticos, aristocracia, gente de la cultura y, naturalmente, esa clase de bohemia que acompaña al mundo del arte. Por tan amplio espacio de tiempo veremos desfilar acontecimientos históricos de tanta importancia como las vanguardias artísticas, la Guerra Civil española, dos guerras mundiales, la guerra fría, las primeras manifestaciones del movimiento hippy y los aires de rebeldía que darán lugar al Mayo del 68.
UNA DANZA PARA LA MÚSICA DEL TIEMPO: INVIERNO
Anthony Powell
Traducción de Javier Calzada
Anagrama. Barcelona, 2003
720 páginas. 29,50 euros
De las tres novelas que componen este cuarto y último volumen, las dos primeras tienen como personaje conductor a un novelista histriónico, pero talentoso; en la primera, con su presencia real; en la segunda, como personaje cuya muerte afecta de un modo u otro al resto de los personajes principales. En la tercera, asistiremos a la destrucción del acomplejado y atormentado Widmerpool que, junto con Jenkins, tiene carta de naturaleza desde el primer libro de la serie. En estas tres novelas se mantienen con todo su vigor las características de este magno relato: un sentido del humor muy británico, sin duda, pero muy medido, sin concesión alguna al "humorismo", hasta el punto de resultar crítico e incluso cruel antes que dicharachero a lo Jerome K. Jerome o sarcástico a lo Evelyn Waugh porque se mueve en un filo entre la dureza y la contención de admirable resolución. Son también novelas de comportamientos, pero no costumbristas, pues el posible tono costumbrista queda ahogado por la densidad de los caracteres: no hay ligereza sino determinación crítica a la hora de establecer las relaciones entre ellos. Son muy inglesas y lo son a cara descubierta, con la conciencia clara de que Inglaterra ha tenido un papel de importancia en la historia general y personal del siglo XX y, desde luego, en la del autor. Las historias que contienen están tejidas y entreveradas de modo notable, lo mismo que sus personajes, y eso dentro de un espacio de tiempo tan amplio que demuestra la formidable capacidad de construcción de Powell. Es admirable, también, su gusto por el detalle, su selección, su precisión. Y las novelas son, además de muy coherentes, muy semejantes en su estructura y en su escritura, lo que revela la magnitud del proyecto y del esfuerzo y la coherencia estilística del autor. En definitiva, el conjunto es el resultado de lo que se llama narrar con ejemplar fortuna "un mundo".
Powell es contemporáneo es
tricto de Graham Greene, de Evelyn Waugh y de Henry Green. Son, cada uno a su modo, retratistas de la sociedad que les ha tocado vivir, pero retratistas activos, críticos, que no ahorran un velo a la mirada. En el caso de Powell, sin embargo, la exigencia y el descarnamiento se mantienen codo a codo con una serenidad que no puede ser sino producto de un proyecto tan extenso y largamente acariciado como el suyo. La creación de caracteres es la primera y más exigente consecuencia de su idea de la escritura. En este aspecto, la repetida comparación con Marcel Proust ("un Proust de las Islas Británicas", etcétera) tiene sentido. La manera en que va modelando a través del tiempo a sus personajes sin que ninguno llegue a perder interés ni entidad por más que su evolución los complique cuanto sea necesario es un ejercicio literario de indudable maestría y es lo que hace que los sigamos a todos ellos durante casi sesenta años, con sus vidas y sus muertes. Si acaso, y refiriéndonos a uno esencial, Widmerpool, es posible que la distancia mental de Powell con respecto al mundo hippy que aparece en la última de las novelas haya forzado en exceso la etapa final del personaje y también la existencia del que la condiciona, Scorpio Murtlock, un tipo más bien tópico, una suerte de Charles Manson incruento.
El mundo de Powell se mue
ve torno a conversaciones y encuentros más que a acciones que, en último caso, surgen de esas conversaciones y encuentros. Es consecuencia de su estilo, pues la apariencia formal de sus personajes esconde la oscuridad de sus almas. Lo que le diferencia de Proust es que carece de la ambición trascendente y de la concepción dramática que el maestro francés llegó a crear. Por lo demás, aceptemos con alegría su proustismo, que nos depara una lectura tan hermosa. Conviene añadir también que la edición española de esta obra es un esfuerzo inusual que honra a su editor y no menos al traductor que se ha comprometido con semejante tarea con tan buen resultado.
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