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Columna
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Un día de diario

Rafael Argullol

Pleno verano, un día cualquiera, por ejemplo el 6 de julio de 2003, domingo: a mediodía el sol mediterráneo brilla con aquella intensidad deslumbradora que provocó un giro brusco en la vida de Meursault, el extranjero de Albert Camus. En la primera página del diario hay dos noticias inquietantes que, sin embargo, podrían estar en los titulares de cualquier otro día. En la de más relieve se informa de que dos terroristas chechenas han causado 14 muertos en Moscú. En un lugar más secundario advertimos que el asesino del naipe asesinó para probarse a sí mismo que matar era fácil.

A esta hora el sol es casi blanco, y el cielo también. La lectura de todas las páginas del periódico (es domingo) me llevaría un par de días, quizá más. Es curioso cómo mutilamos las informaciones de un periódico según nuestros particulares intereses, pero especialmente según nuestro estado de ánimo. De la misma manera que alternamos el hábito de empezar por la última o la primera página de acuerdo con extrañas intuiciones, moldeamos el mundo en función de nuestro talante. La lectura del diario es muy útil para tales arbitrariedades, lenta como un largo viaje a veces, fulminante otras, con la brusquedad de un desprecio universal.

En el bochorno de julio es más fácil convocar fantasmas del pasado que sentir curiosidad por el porvenir

Ese día el ritmo es intermedio. Los ojos recorren con desgana las páginas avasalladas por la luz ¿Por qué disimular la enorme pereza que produce la rutina política doméstica? De repente me asalta la certidumbre de que muchas de esas noticias del día tienen una vejez de varios meses e incluso de años. Otra vez las horribles pugnas por saber quién tiene las encuestas más fiables. O el gran tema de la sucesión de Aznar, transformado en un asunto dinástico que, siendo un sainete, ha ocupado ya más líneas que cualquier drama shakesperiano. O la irritante trama de Madrid, la novedad de tantos días, un pequeño sótano en esos enormes bajos fondos en el que los especuladores compran voluntades políticas: ¿quién podía ignorarlo viendo las cifras de los negocios inmobiliarios en los últimos lustros y, si se sabía, por qué no se rompía antes la baraja?

Claro que la rutina de los periódicos se limita a reproducir la monotonía de la sociedad. Puede asimismo que sean falsas tales rutina y monotonía y el problema sea del calor asfixiante que impide concentrar la atención. Por fin, pese a todo, hay dos motivos que sí reclaman la mía, aunque sea para trasladarme a momentos anteriores de mi vida. En el bochorno de julio es más fácil convocar fantasmas del pasado que sentir curiosidad por el porvenir.

La primera es grotesca en sí misma, pero me sirve para evocar otra información aparecida hace unos pocos días. El actor Arnold Schwarzenegger, de viaje por Bagdad para animar a las tropas norteamericanas, arengó a los soldados: "¡Vosotros sois los auténticos Terminator!". Los supuestos guerreros aullaron de entusiasmo. Es una muestra más, particularmente ridícula, de la bondad armada que una parte del cine estadounidense lleva propagando desde hace medio siglo. Que el antiguo papel de Marilyn Monroe lo haga ahora Terminator es bien indicativo del cambio de los tiempos, incluso en esos detalles aparentemente frívolos.

También del mismo signo, la evocación me lleva a una noticia que ha pasado desapercibida pese a ser de un calado más profundo. Una semana antes de la visita de Terminator, los norteamericanos escenificaron una de las secuencias de Apocalypse now, la del ataque con helicópteros, cuando asaltaron un barrio de Bagdad bajo el sonido estruendoso de la Cabalgata de las valquirias, que emitían potentes altavoces. Hace años esta secuencia espectacular le valió muchas críticas a Francis Coppola porque fue considerada "irreal". Pero, como se ha comprobado ahora, a los 45 grados del verano iraquí lo irreal se convierte fácilmente en cruel realidad.

La segunda noticia me llevaba a años todavía más lejanos: a aquellos años en que los ecos de una enigmática revolución cultural que se estaba realizando en China se incrustaban en los oídos esperanzadores de muchos jóvenes europeos. Luego aquel brumoso sueño fue relevándose como una pesadilla. Se habló de fraude, después de crimen. El fotógrafo chino Li Zhensheng, que salvó milagrosamente los negativos con que captó aquellos días aciagos, expone en París el testimonio gráfico de una brutalidad de la que todavía tenemos, tan sólo, indicios y sospechas. Es posible, sin embargo, que cuando reunamos los suficientes fragmentos nos veamos obligados a hablar del mayor crimen en un siglo pródigo en crímenes. Vuelven a mí los borrosos recuerdos de un verano, tan caluroso como éste, en que una multitud de jóvenes coreaban el nombre de los criminales. Nadie les había dicho que eran criminales.

Domingo 6 de julio de 2003, página 35: Mira Bernabéu, Alicante-Valencia, 1969; artista, "se quitó voluntariamente la vida ayer, 5 de julio, a los 33 años de edad, habiendo dejado escrito: 'No aguanto más la situación'. Sus familiares y amigos le desean un merecido descanso". Página siguiente: Barcelona, 30º; Madrid, 33º; Sevilla, 36ª; temperaturas en ascenso.

Meursault, el extranjero: "El ruido de las olas parecía aún más perezoso, más inmóvil que a mediodía. Era el mismo sol, la misma luz sobre la misma arena que se prolongaba aquí. Hacía ya dos horas que el día no avanzaba, dos horas que había echado el ancla en un océano de metal hirviente".

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