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Columna
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Brutos

Algunas veces los brutos nos abren los ojos. Con su incapacidad para el disimulo, los brutos nos traen involuntariamente a los ojos la crudeza del mundo, esa que los políticos más dotados intentan adornar o escamotear con palabras de cinco sílabas que no significan nada. Los brutos no saben mentir. Sus paquidérmicos temperamentos se hunden en las arenas movedizas de la ambigüedad. Los brutos dicen las cosas a la brava. Buscan el terreno firme, los colores definidos. Sus voces pedestres rompen de vez en cuando las aguas mansas de la corrección política. Y está bien que así sea; que estos personajes unidimensionales e incapacitados genéticamente para la hipocresía política salgan ocasionalmente a la palestra y digan que el rey está desnudo. Bien mirado, los brutos son vías de conocimiento. Como los místicos, pero a lo basto.

Terrorista político, llamó Juan Enciso a Rafael Hernando. Aquí no se le tiene mucha simpatía a este Hernando, pero no creemos que sea terrorista. Ni político. Como mucho, enredador. Y si está en forma, mentirosillo. Y no lo digo por todo ese movimiento de caimanes que se está produciendo en la Diputación de Almería, sino por su trayectoria: desde los falsos vídeos de Felipe González supuestamente censurados en la televisión de la etapa socialista hasta el desparpajo con que nos tomó el pelo en el asunto de los trenes en Almería.

Pese a todo, las lamentables palabras de Enciso nos enseñan cuál es el legado de Aznar, el talante del partido. Con su pestífera política en el País Vasco, Aznar ha conseguido vaciar de contenido la palabra terrorista y legitimar un comportamiento fascista: considerar criminal al disidente. Y los brutos del partido aprenden rápido. Mamíferos, fuerzas de la naturaleza que no han interiorizado el refinado artificio de la democracia, los brutos encuentran en las palabras y las actitudes del presidente una justificación para dejarse llevar por sus instintos primarios: eliminar al adversario, convertir en demonio su diferencia. Cuando se marche, esta actitud quedará entre nosotros como quedó la radiactividad en las tierras de Chernobil. Durará generaciones.

Hay otro bruto. A su lado, el burdo Javier Arenas parece Proust. "Ya lo hemos trincao", decía el alcalde de Morón el jueves pasado, al enterarse de que el Gobierno piensa construir en su pueblo una de las dos cárceles que se levantarán en Andalucía. Hubo un tiempo en el que la política penitenciaria era casi, casi una rama de la Filosofía. Hubo un tiempo en que nos preguntábamos si las cárceles debían regenerar al delincuente o simplemente castigarlo, como sucede en esas terribles penitenciarías de las películas. Pero este debate, como otros tantos, ha pasado a la historia. "Sólo la licencia de construcción -dijo el bruto- son quinientos millones". No sé qué me parece más cruel, si considerar las cárceles simples centros de castigo o hablar de ellas como hicieron el otro día Arenas y el de Morón: considerándolas simples motores económicos y olvidando lo que de verdad son. Menos mal que existen los brutos. Gracias a ellos, periódicamente recordamos quién nos gobierna.

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