El primer trofeo
Va de veras. Habrá que contar con el Barcelona no sólo para lo malo sino también para lo bueno. Acabó la función del club de la comedia y el enredo en el Camp Nou, cerrado por la rabia de una hinchada desesperada por haber elegido un presidente titiritero. Nadie contribuyó más a la elección de Laporta que Gaspart. Al socio le entró tanto pánico a que la cosa no cambiara como las circunstancias demandaban que, llegada la hora, puso el voto en la urna del candidato más rupturista.
Desde el escepticimo, las elecciones se juzgaron como un ataque de calentura culé. Incluso se ha dicho que a Florentino Pérez le convenía más Laporta que Bassat, y de ahí que se hiciera el sueco con Beckham cuando en Barcelona se discutía sobre la llegada del inglés, que ya por entonces se entrenaba con el escudo del Madrid en los calzones. A Laporta le tomaron entonces por un iluso.
Laporta recogió el carrete, tiró la caña hacia otra parte y, mientras aguardaba pacientemente a que los peces picaran, cedió la palabra a los técnicos, que se afanaron en asuntos de dominio público: trajeron un portero de renombre (Rustu), un central con buen gusto (Márquez) y un extremo para no perder la costumbre (Quaresma). A cada presentación, sin embargo, se le preguntaba por Ronaldinho, y el presidente respondía entre complacido y expectante, siempre a gusto como centro del interés mediático.
Logró Laporta que Ronaldinho se equiparara con el paso de los días a Beckham. Igual de apetecible y también igual de imposible. Apareció de nuevo el Madrid como solución, se presentó al Manchester otra vez como problema y se hizo ver que el jugador brasileño era tan caprichoso, en tanto que genial y único, como el inglés. Un escenario perfecto para revertir el golpe. El nuevo Barça había sabido trabajarse por una vez un culebrón con un final feliz para sus intereses.
Implacable en el control del gasto con los fichajes que hubiera hecho cualquiera para combatir los males de todos, Laporta se ha mostrado desprendido cuando ha sabido que había picado Ronaldinho. La alegría del Barça se alimenta no sólo de la ilusión que ha conseguido que despertara el futbolista sino del llanto de Ferguson, de la rendición del PSG y de la incapacidad para maniobrar de un Madrid ya saciado, harto como está.
Ronaldinho le viene de perlas a Laporta, que necesitaba expresar el cambio tanto en la sala de juntas y en el banquillo como en el campo. La austeridad y el compromiso están muy bien como declaración de intenciones. Ocurre, sin embargo, que la directiva entiende que un proyecto como el suyo necesita también de una bandera nueva y diferente, igualmente joven y atrevida, que no sea la de Puyol, Cocu o Kluivert, por no hablar de Riquelme y de cuantos extracomunitarios están en nómina, futbolistas interesantes y, sin embargo, cómplices del pasado.
Ya se sabe que Riquelme, e igualmente Saviola, han sido fichajes mediáticos, y puede que el de Ronaldinho también, pero ha sido el presidente el que lo ha vendido a la prensa y no la prensa al presidente. Y es el jugador el que ha dicho que quiere jugar en el Barça y no el Barça el que se ha vuelto loco por el jugador.
Ronaldinho, por lo demás, es un buen futbolista, un jugador de preciosos gestos técnicos, de goles para el recuerdo como el que le marcó a Venezuela en la Copa América de 1999 o el que le metió a Seaman en el Mundial. Y a la hinchada culé le gustan los futbolistas especiales. Futbolistas como Evaristo, Romario, Ronaldo o Rivaldo expresan que la afición barcelonista tiene una vena muy brasileña. Enfrentados a Ronaldinho, sin embargo, hay una diferencia. La mayoría fueron el punto final a un proyecto ganador, la guinda a equipos sólidos y competitivos, mientras Ronaldinho se presenta como el principio de una historia.
Puede que el equipo no le necesite hoy tanto como a un delantero centro. Romario y Ronaldo fueron unos grandes especialistas y a Rivaldo se le crucificó justamente por reclamar que era una cosa cuando jugaba de otra. Igual resulta incluso que Txiki y Rijkaard no piensan lo mismo que Laporta y Rossell, que no advierten el exceso de media puntas en el plantel y piensan que los futbolistas, rebeldes o dóciles, individualistas o de equipo, aparentes o fiables, son asunto de los técnicos.
A buen seguro, Ronaldinho es un jugador que le conviene más al club que al equipo, sobrado de jugadores circenses y falto de especialistas. Pero en cualquiera de los casos, el brasileño aparece hoy como una gran conquista barcelonista, como el primer trofeo de un campeonato que, sin haber comenzado, ilusiona más que cualquier otro anterior. El Barça ya tiene presidente, entrenador y también crack. Va en serio.
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