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Reportaje:TOUR 2003 | Decimotercera etapa

El chupete de Claudia

"Es el comienzo de una carrera", dijo Carlos Sastre tras su victoria en Ax-3 Domaines

Carlos Arribas

Por la mañana, en el horno de Toulouse, cuando aún hablar de montañas, de Pirineos, era hablar de frescura, sombras y verdor, Francisco Mancebo era una persona optimista que había afilado el cuchillo a petición de José Miguel Echávarri y hablaba de atacar. "No os preocupéis, que si me veo bien, ataco", decía a sus amigos. Mientras, como todas las mañanas, el gesto más importante del día, Carlos Sastre se metía en el bolsillo del maillot, junto a las barritas energéticas, los pastelillos de arroz y una gorra, un chupete rosa. Luego se subió a la bicicleta y escuchó a sus piernas. Le hablaron optimistas. "El chupete es mi hija Claudia, que va a hacer dos años", explicó. "Me lo meto en el bolsillo para acordarme de lo más importante de la vida, para pensármelo dos veces antes de arriesgar en un descenso".

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Terminada la etapa, cuando los puertos de los Pirineos más que promesa de frescura eran memoria del infierno, Mancebo, que antes de empezar el Tour soñaba con el podio, se dejó caer en el asiento trasero de la furgoneta del equipo, se bebió de un trago una botella de agua, y dijo, los ojos perdidos: "Pensaba que iba a estar mejor, pero esto es lo que hay". También de sufrimiento eran los recuerdos de Sastre, pero éste no se dejó caer hundido en ninguna parte, sino que subió, orgulloso y serio, al podio, ganador de etapa del Tour, etapa de alta montaña. Nunca han estado tan lejos uno de otro los dos chavales que hace 10, 12 años compartían bromas, confidencias y alegrías en el asiento trasero del 1.430 ranchera en que Víctor Sastre, el padre de Carlos, los llevaba a las carreras por los pueblos y los puertos de Ávila y Segovia.

Carlos Sastre es del El Barraco (Ávila) y le salieron los dientes viendo al ídolo local, el salvaje Ángel Arroyo, atreverse con todo lo que se le ponía por medio en su primer Tour, en 1983, y hasta le vio ganar la cronoescalada del Puy de Dôme, subir al podio junto a Fignon, y ganar en Morzine el año siguiente. Ángel Arroyo es también el nombre de la escuela de ciclismo, del equipo, que organizó Víctor Sastre para los jóvenes del pueblo. Por allí pasó Chava Jiménez -otro escalador del pueblo que es el cuñado de Carlos Sastre-, y más tarde, en tropel brillante y único, entraron Sastre hijo, Mancebo, Lastras, Navas, Curro García, una generación deslumbrante que pasó en bloque al Banesto amateur, porque Víctor Sastre era amigo de Echávarri, era su ojeador en tierras de Castilla. Pero llegado el momento del salto al equipo profesional, Sastre hijo, serio, de carácter, maduro, impaciente, dotado de una gran autoestima, un año mayor que Mancebo y compañía, sintió que se le dejaba atrás y, en septiembre de 1997, en una acción relámpago e inesperada, se comprometió con la ONCE de Manolo Saiz, por entonces enemigo irreductible del Banesto. Originó una crisis de fe que terminó, tres años después, con el cierre del Banesto amateur.

Con Manolo Saiz tampoco se entendió mejor Sastre. También se sintió menospreciado. Siempre aspiraba a más. "Manolo nunca me daría libertad en el Tour, con él siempre sería un gregario", dijo. El año pasado, gracias a su amigo Jalabert, se fue al CSC de Riis. Ayer, al fin, justificó sus exigencias. "Hoy es el comienzo de una carrera nueva", dijo en la sala de prensa.

Lo hizo después de ganar la etapa, de cruzar la meta de la estación de esquí de 3 Domaines, pegada a Andorra, con el chupete de su hija Claudia en los labios, homenaje infantil y cariñoso. Lo hizo después de ganar una etapa que, como el triunfo de su paisano Julio Jiménez en el Puy de Dôme de 1964, el día del codo a codo Anquetil-Poulidor, quizás pase a la historia más por el duelo que mantuvieron los grandes favoritos a sus espaldas, que por su victoria.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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