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Crónica:TOUR 2003 | Duodécima etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El gran duelo

Dos años después de su último enfrentamiento, Ullrich derrota a Armstrong en la contrarreloj y se postula como máximo aspirante

Carlos Arribas

Puente hacía unos maillots de lana merina y un punto no muy fino que eran fabulosos. Se empapaban de sudor, pero se secaban enseguida, y al secarse con el viento, con la velocidad del ciclista, al evaporarse el agua, refrescaban. Eran tan buenos, y costaba tanto hacerlos, que Puente quebró, no podía competir con los maillots sintéticos. También tuvo la culpa la televisión en color. Sobre el tejido natural, los colores de las marcas publicitarias, los anagramas, no brillaban, quedaban apagados, sosos. Eran maillots de blanco y negro. Eran maillots como el del Bianchi de Coppi, azul celeste y blanco. Un color irrepetible. Cuando a mediados de temporada, el fabricante de bicicletas italiano tuvo que hacerse cargo del equipo de Jan Ullrich a mitad de precio, Nalini le confeccionó en una sola noche centenares de prendas. Pero el azul sobre fibra sintética no era el mismo, ya no es celeste, sino verdoso, como las bicicletas. Y la fibra de Ullrich no es como la lana de Coppi. No transpira tanto, no refresca como la merina. Pero no importa, Ullrich no suda.

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Lance Armstrong sudó y se quedó seco. Llevaba un maillot amarillo mágico, decían sus fabricantes, un maillot que no pesa y se desliza contra el viento como una flecha, que sólo se nota porque refresca, enfría. Llevaba el maillot unido al culotte en combinación única, extraordinaria, pero de repente empezaron a saltársele las costuras. Entonces, en mitad de su recital, de piernas girando a 110 pedaladas por minuto, de hombros acompasados, de cabeza animosa, Armstrong gritó. No gritó "asúcar", como Celia. Gritó ¡agua!, agua que me muero de sed. Agua, que el asfalto está a 50 grados y el calor reflejo me sube por las piernas. Agua que el sol no para de machacarme desde arriba, que la única brisa que sopla es la que genero yo, a 45 por hora, la que me frena. Y es una brisa cálida, abrasante, porque yo no soy un ciclista, sino una central térmica en movimiento. Machaco los pedales con 400 vatios de fuerza, pero eso sólo es el 28% de la energía que produzco: el resto, 800 vatios, es calor. Calor puro y duro. Calor que me abrasa y me seca. Agua. "Fue una crisis tremenda. Fue deshidratación pura", dijo el estadounidense. "Debí haber bebido más por la mañana, pero no tenía sed, ni tampoco antes de empezar a correr". No bebió y la temperatura de su cuerpo empezó a subir. Dos, tres grados. Un ciclista febril. A partir de los 39 grados, como demostró José González Alonso, el cerebro dice basta. El hipotálamo frena al cuerpo, alto, deja de producir calor, que hiervo. Y llega, repentino, el cansancio, un cansancio extraño, porque la sangre sigue llegando a los músculos, y el oxígeno, y el "asúcar" sigue quemándose, pero es cansancio, una fatiga letárgica, no hay chispa.

Armstrong empezó la contrarreloj más importante de su vida pedaleando de puntera, fresco y fuerte, y la terminó dando zapatazos planos, agarrando el manillar por el lado más ancho. Empezó con los mismos tiempos que Ullrich y terminó, más que terminar, hizo la segunda parte de la contrarreloj, perdiendo cuatro segundos por kilómetro frente al indestructible alemán. Llegó con la boca blanca y seca, saliva blanca sin agua, pegamento para los labios. Armstrong llegó así y derrotado, su primera gran derrota en una contrarreloj del Tour -la victoria en 2002 de Botero quedó en anécdota-, a 1.36 m de Ullrich, pero conservó el maillot amarillo.

La fibra de Ullrich, no la fibra de su maillot brillante, sino su fibra mental, su fibra física, es indesmayable, inoxidable e ignífuga. Hace siete años debutó en el Tour, lugarteniente de Riis. Ha disputado cinco, ha ganado uno, hace seis años, y su peor puesto ha sido el segundo. Es un ciclista único que estuvo a punto de perderse entre gorduras, anfetaminas y buena vida, pero que ha regresado a tiempo para terminar una faena inconclusa. Hace cinco años perdió el gran duelo con Pantani. En 2000 y 2001 sufrió la ley de Armstrong. En 2003 está de regreso allí donde dejó el Tour, donde la memoria de los aficionados le había colocado, en la contrarreloj de Corrèze en el 98, por ejemplo. Un rival a la altura de Armstrong en el Tour que más que del Centenario es el Tour del sufrimiento para el estadounidense soberbio.

Y mientras Vinokurov estuvo por encima de lo esperado y se reafirma en su papel de bisagra pues seguirá atacando y modificando los cálculos tácticos hasta que reviente -un vistazo a la general cuando el fin de semana serán los Pirineos: 1. Armstrong. 2. Ullrich, a 34s. 3. Vinokurov, a 51s-, los ciclistas españoles -exceptuando a Zubeldia, que puede seguir pensando en el podio- volvieron a sus orígenes, a retomar el papel de animadores en la montaña, en otra dimensión. Armstrong dijo que no pensaba atacar en la montaña, que el suyo, aparte de sufrido, es el Tour de la gestión de los recursos, que él está por delante y que todavía queda la contrarreloj de Nantes, pero aunque ese pensamiento táctico sea verdadero, el Tour del Centenario será, definitivamente, el Tour de la pasión (o el más apasionante de los últimos años).

Ullrich, durante el recorrido, ayer.
Ullrich, durante el recorrido, ayer.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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