_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La relación de EE UU con el resto del mundo

Recientemente escribí en estas páginas sobre los tremendos cambios internos que están teniendo lugar en el sistema de gobierno de EE UU con el presidente George W. Bush. Hoy quiero hablar de la relación que mantiene la única superpotencia del mundo con el resto del mundo. Para empezar, no creo que dure mucho tiempo el estilo adoptado recientemente de arrogancia pura y dura. El presidente y sus asesores neoconservadores experimentaron una elevación autoinducida cuando iniciaron la innecesaria "guerrita espléndida" (aplicando a la guerra de Irak una de las frases favoritas de los imperialistas de 1898 en la Guerra Hispanoamericana). Se pueden utilizar más amenazas de guerra y déficit creados deliberadamente para destruir los servicios sociales y las libertades civiles en EE UU, pero para reducir los atentados terroristas y desmantelar las redes terroristas hará falta una cooperación objetiva, leal y sin arrogancias con la policía, las autoridades financieras, los departamentos de investigación y los líderes culturales y políticos de muchos países, incluidos China, Japón, Rusia y la "vieja" y la "nueva" Europa.

Estados Unidos tendrá que ejercer el liderazgo en muchas crisis, algunas de las cuales tienen que ver con el terrorismo, pero de las que ninguna puede abordarse principalmente como un asunto de terrorismo: la creación de un Gobierno civil aceptable en Irak; una solución aceptable para el conflicto entre Israel y Palestina; qué hacer con las armas nucleares de Corea del Norte y con los programas nucleares de Irán y de otros muchos países; cómo ampliar la autoridad del Gobierno de Afganistán instalado por Occidente más allá de la zona de la capital, Kabul; cómo resolver el problema de la relación de Taiwan con el continente chino; cómo evitar las repetidas amenazas de guerra nuclear entre Pakistán e India; cómo librar a África de varias dictaduras genocidas; cómo reducir las espantosas diferencias entre la rica élite y la masa de la población en la mayor parte de Latinoamérica, África, los Balcanes y Oriente Próximo. Dudo que los halcones más agresivos de Washington crean que Estados Unidos puede mejorar, y mucho menos solucionar, todas estas crisis sin la cooperación voluntaria y activa de muchas de las naciones que se negaron a secundar la guerra anglo-estadounidense en Irak. Pero no querría limitar mi discusión al ajedrez de las fuerzas militares y políticas de hoy. Si el mundo no quiere ir dando bandazos de una crisis a otra hasta que un accidente nuclear, o un acto terrorista nuclear, o un ataque preventivo nuclear de uno de la docena de países que tienen armas nucleares, destruya toda esperanza de "paz y prosperidad", debemos encontrar algún compromiso aceptable entre lo que pide la empresa capitalista dirigida por Estados Unidos y otras formas de organización económica y social que seguirán existiendo, y tienen todo el derecho de existir, entre los seres humanos.

No he podido olvidar un conmovedor informe de un antropólogo estadounidense que leí hace años sobre su vuelta al pueblo indio en el que había estado investigando. Recordaba un pueblo en el que los caminos, las estructuras de las casas y edificios, los muebles y las tuberías de agua se construían a partir de las abundantes existencias de bambú. No era un pueblo de la Edad de Piedra. Había radios, televisores, muchos tipos de máquinas, bicicletas y pequeños automóviles. Pero la base de la mayoría de la infraestructura era el fuerte bambú, y no bloques de cemento ni tubos de metal. En este viaje, el alcalde le mostró orgulloso gran cantidad de construcciones de cemento y de tuberías de plomo, hierro y cobre. El pueblo se había endeudado por estos materiales y estaba mucho más sucio de lo que lo recordaba, pero había sido "modernizado". He elegido deliberadamente un ejemplo relativamente benigno en lugar de hablar, por ejemplo, de la ruina de los millones de hectáreas de suelo cultivable en África por las filtraciones de los campos petrolíferos de propiedad occidental. Lo que quiero decir, y podría dar muchos ejemplos, es que con demasiada frecuencia la "modernización" ha significado el endeudamiento con multinacionales para hacer cosas que conecten la aldea con la "economía globalizada", pero que, en general, no mejoran la calidad de la vida local.

También en las últimas décadas, las industrias agrícolas multinacionales han adquirido tierras en países en vías de desarrollo y le han dicho a la gente qué plantar o no plantar, obligándoles a aceptar importaciones europeas y estadounidenses subvencionadas en lugar de alimentarse a sí mismos. Las subvenciones pagadas a las empresas agrícolas estadounidenses son infinitamente superiores al dinero destinado a ayudar a los países en vías de desarrollo a salir de la pobreza. Y las empresas farmacéuticas multinacionales, que han invertido millones en inventar los fármacos necesarios para combatir todo tipo de enfermedades, y también han ganado millones con ello, se niegan a permitir que estos medicamentos que salvan vidas se produzcan por precios más baratos en países que no tienen la posibilidad de pagar lo que los ciudadanos y Gobiernos de los países del G-8 pueden pagar, para así proteger sus futuros beneficios. En términos generales, al menos durante las últimas tres décadas, tanto en EE UU como en los países en desarrollo se ha creado un abismo cada vez mayor entre las capas superior e inferior de la sociedad. Los servicios sociales y educativos desarrollados en los Estados democráticos occidentales del bienestar desde la II Guerra Mundial (sometidos a la fuerte presión ideológica de los conservadores para reducir sus prestaciones desde la desaparición de la alternativa soviética) pueden destinar recursos para reducir la tendencia "natural" de los ricos a hacerse más ricos y de los pobres a empobrecerse aún más. En el caso de las relaciones internacionales, las naciones ricas, en colaboración con economistas competentes de los países en vías de desarrollo, pueden y deben eliminar las subvenciones que están arruinando la agricultura local en muchas zonas en las que la agricultura ha sido el sostén principal de la vida durante varios miles de años.

En mi opinión, el más difícil de los ajustes necesarios tendrá lugar en los ámbitos de la religión y los derechos humanos. En 1948, Naciones Unidas proclamó un conjunto de derechos humanos universales, y en el medio siglo transcurrido desde entonces organizaciones como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Pro Derechos Humanos, etcétera, han conseguido importantes avances a la hora de revelar un porcentaje vergonzosamente pequeño de violaciones de los derechos humanos que tienen lugar cada día. En una ocasión hice un estudio de las actitudes mundiales ante la pena de muerte, y descubrí que jamás ha sido un problema político en muchos países altamente civilizados como China, Japón, India y Rusia. La oposición a la pena de muerte, y las preocupaciones asociadas respecto al trato humano a las personas encarceladas por los motivos que sea, es un legado de la Ilustración europea del siglo XVIII. Los pueblos con otras herencias culturales pueden alegar con bastante razón que los derechos humanos como se conocen desde mediados del siglo XVIII son un problema occidental, no universal.

Hay al menos tres obstáculos importantes para la verdadera universalización de los derechos humanos. Uno es la indiferencia histórica por parte de las muchas civilizaciones importantes anteriormente mencionadas. Otro es la oposición por motivos religiosos de muchos Gobiernos islámicos y de una parte importante de los cristianos practicantes y de los occidentales laicos que creen en el ojo por ojo, en pagar una vida con otra, etcétera. El tercero es el grupo de doctrinas modernas conocido como multiculturalismo, que puede usarse, y se usa, para razonar que no hay principios universales, y que cada sociedad tiene derecho a definir sus propias normas morales y legales. A pesar de estos formidables obstáculos, tengo confianza en que la mayoría de los seres humanos, con independencia de su religión y cultura, quieren los derechos humanos esenciales para sí y para los suyos. Debemos intentar ampliar la base de comprensión todo lo que podamos, a través de intercambios educativos, viajes, relaciones sociales, competiciones no profesionales de atletismo y campamentos, conferencias filosóficas y festivales artísticos y musicales con apoyo internacional y en entornos internacionales. Y Europa tiene un papel especial que desempeñar en esta evolución, porque, tras mil años de guerra y agresiva competencia en tiempos de paz, está creando una unidad inevitablemente basada en el compromiso y el reconocimiento de los derechos de los demás. En el futuro próximo (no dentro de siglos como en época del Imperio Romano, sino en tres o cuatro décadas), el poderío militar estadounidense será un hecho básico de la vida mundial. Pero no hay ninguna razón para que los métodos económicos, las costumbres y los prejuicios sociales de Estados Unidos deban dominar el mundo. Sinceramente espero que la fortaleza económica y científica de Europa y del este de Asia obligue a cualquier Gobierno estadounidense a respetar esos ejemplos, y que la variedad cultural europea y la creación de una unidad política supranacional ayude tanto a EE UU como a las partes de la humanidad menos prósperas y menos libres a crear un mundo más tolerante y pacífico que el que habitamos ahora.

Gabriel Jackson es historiador estadounidense. Traducción de News Clips.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_