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Crítica:ÓPERA | 'Invocation'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un desolador grito blanco

Como un mudo grito blanco se alza el macizo central de los Alpes ante los ojos atónitos de quien sobrevuela la ciudad de Ginebra. Esta imponente pero silenciosa imagen es quizá la más cercana para ayudarnos a describir el potente paisaje sonoro que despliega en su nueva producción operística el compositor suizo Beat Furrer (Schaffhausen, 1954). Invocation -encargo de la Ópera de Zúrich para los festivales de verano de la ciudad- es el título de esta obra compuesta sobre textos de Marguerite Duras (Moderato cantabile), San Juan de la Cruz, Ovidio y Pavese. Marthaler (Zúrich, 1951), bien conocido como el maestro de la lentitud, firma una puesta en escena que, como un preciso mapa, nos guía a través de la partitura.

Invocation

De Beat Furrer. Dirección musical: Beat Furrer. Dirección de Escena: Christoph Marthaler, Annette Kuss. Escenografía: Bettina Meyer. Ella: Soprano: Alexandra von der Werth. Actriz: Olivia Grigolli. Flautista: María Goldschmidt. El: Actor: Robert Hunger-Bühler. Coro: Vokalensemble Zürich. Opernhaus Zürich, 6, 8, 10 y 12 de Julio.

Moderato cantabile es la espina dorsal de esta obra estructurada, como el texto original, en ocho cuadros. La historia la seguimos a través de una voz recitada: un parlato estremecedor -y aquí es fundamental la aportación de Marthaler- articulado a una vertiginosa y embriagante velocidad extrema. La actriz Olivia Grigolli borda con dicción precisa su papel. Ella es Anne, una madre que, como de costumbre, acompaña a su hijo a clase de piano. El grito de una mujer asesinada en el bar de enfrente por su compañero, "porque ella así lo quiso", interrumpe las delicadas notas de la sonatina Moderato cantabile de Diabelli. El persistente recuerdo de aquel grito la obliga a volver cada día al lugar del suceso y la arrastra a un abismo de arrebatadores sentimientos.

La austera pero efectiva puesta en escena de Marthaler no cae nunca en la banal tentación de lo descriptivo. El escenario que construye Bettina Meyer reproduce el típico interminable e insoportable paseo marítimo de un anónimo pueblo de la costa. Una casa blanca que entre sus paredes abiertas a los cuatro vientos alberga todos los cotilleos del mundo recorre de lado a lado, en el cuarto cuadro, los 30 metros de escenario y nos trae a la memoria la casa de Fama que Ovidio describe en sus Metamorfosis.

El coro, ataviado con trajes de domingo provinciano, años cincuenta, recorre de arriba abajo, acompañando el lento caminar de la casa de Fama, el paseo marítimo. Los músicos, vestidos por la figurinista Annabelle Witt al estilo camarero berlinés, guían el dionisiaco sonido coral a uno de los más estremecedoramente hermosos momentos musicales de la obra. Y es que es en el paisaje sonoro donde se proyecta toda la intensidad de la trama textual. Este paisaje, a ratos desolador, frío, inmóvil, tristísimo, pero a la vez levemente cálido o tierno, es el espacio que alberga los roces de la experiencia con los bordes de la intimidad del alma del personaje principal. Ella, Anne, no es sólo la voz de la actriz. El personaje se desdobla en una soprano -extraordinaria Alexandra von der Werth, tanto en registro agudo como en unos graves llenos, redondos, y en la articulación de sonidos no convencionales, como gemidos o eróticas y pasionales emisiones de aire coloreado- y una flauta, María Goldschmidt. La prodigiosa técnica instrumental de la flautista y la voz de la soprano conforman un dúo que convierte sus escenas en una auténtica joya.

Con esta su cuarta ópera -tras los estrenos de Die Blinden (1989) Narcissus (1994) y Begehren (2003)-, Beat Furrer se consagra como una de las voces más interesantes de la actual creación musical. Begehren, estrenada este mismo febrero en tríaca de Graz, podrá escucharse el próximo 17 de septiembre en el marco del la Trienal del Ruhr que dirige Gerard Mortier. A finales de año está previsto el estreno de su próximo concierto para violín, encargo de la Orquesta Filarmónica de Viena. Éxito no sólo para el compositor, sino para la organización de los festivales, que han visto desbordada la taquilla para este espectáculo con una lista de espera de más de 200 personas en cada una de las cuatro representaciones. Contribuyen de manera fundamental la precisión del conjunto vocal, dirigido por Peter Siegwart, la altísima calidad interpretativa de los miembros del conjunto Opera Nova de la Orquesta de la Ópera de Zúrich, así como la cuidada proyección sonora a cargo de André Richard.

Todos fueron aclamados con un prolongado y entusiasta aplauso por parte del público que abarrotaba la Schiffbauhalle de Zúrich.

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