_
_
_
_
COPAS Y BASTOS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Karate Cid

En el escaparate de una tienda de la calle del Pintor Fortuny se exponen cojines estampados con retratos de Bruce Lee de cintura para arriba. Estoy a punto de comprármelos para decorar mi sofá. Pronto se pondrán de moda las peleas asiáticas y se recuperarán obras maestras como Karate a muerte en Bangkok o El luchador manco. Los expertos anuncian que este otoño se llevarán las artes marciales, auspiciadas por videojuegos y películas como Kill Bill, de Quentin Tarantino, con Uma Thurman desenfundando espadas y miradas asesinas. Con la mente llena de piruetas orientales, pues, me acerco a la librería La Central de la calle de los Àngels, donde necesitas un crédito y un día entero para poder atender la cantidad de estímulos que intentan seducirte. Finalmente, me llevo Contes, arguments i estirabots, de Francesc Trabal ("van ser un dels luxes més cosmopolites que hem tingut en aquest últim segle. Llàstima que el país no hagi estat a l'alçada", escribe Quim Monzó en el prólogo refiriéndose a la Colla de Sabadell) y el último poemario de Felip Cid, titulado El testament (Editorial Cafè Central / Eumo).

Cid nació en Barcelona en 1930 y es catedrático de Historia de la Medicina. Cuando la gente culta de este país se dedicaba a promover traducciones de clásicos en lugar de jugar al golf, Cid participaba en el mundillo literario con su cordial severidad, publicando libros de poemas e intercambiando simpatías y causas perdidas con gente como Pedrolo, Espinàs, Calders y Espriu. Hacía 35 años que no publicaba poemas, así que la simbólica melancolía terminal de su breve e intenso testamento no debería pasar desapercibida. En mayo de 2000, Cid sacó unas Memòries inútils (Editorial Afers) en las que desplegaba el mapa de un carácter propenso al cambio de clima y a chaparrones de pesimismo casi siempre justificados o, como mínimo, argumentados. Dos muestras: a) "Les relacions socials són plenes de crostes, i d'altres excrescències fastigoses, quan gratem la superfície de les salutacions, dels convencionalismes i de les formes educades per a fer-nos creure que són una part essencial de la nostra convivència" y b) "Si jutjo pel que he vist, els sers solitaris tenen mala premsa. Partint d'allò que l'home és un animal sociable, no ho discutirem, les persones que estimen l'aïllament són objecte de tota mena d'atributs".

Conocí a Felip Cid en 1971. Él tenía más o menos la edad que tengo yo ahora. Su hijo Gabriel me salvó de un apuro en mi primer día de escuela. En el patio, se acercaron tres alumnos a burlarse de mi acento francés y entonces llegó Cid, puso cara de Robert Mitchum y dijo que era mi amigo. Lo fuimos a partir de aquel día, y cuando conocí a su padre, a su madre y a sus hermanos, descubrí los orígenes de una grandeza quijotesca nada convencional cuyo mayor exponente era Felip Cid, un hombre que se cabreaba con facilidad y del que, de vez en cuando, me llegaba que había hecho cosas impopulares y heroicas como presentarse en la universidad pese a una huelga con la que discrepaba y otras formas de sana insubordinación.

Le traté poco, pero siempre me cayó bien, perdido tras montañas de libros. Sobre todo una noche en la que estuvo a la altura de la fama que le precedía. Su hijo y yo íbamos andando por la Gran Via de Carlos III. Al llegar a la esquina con la avenida de Madrid, se nos acercó una banda de gamberros y preguntaron: "¿Quién ha pegado a mi hermano?". Era la frase protocolaria que utilizaban para romperle la cara a incautos como nosotros. Nos hincharon a hostias pese a poner cara de Robert Mitchum. Escapamos como pudimos y, tras unos momentos de pánico y de evaluación de desperfectos, mi amigo llamó a su padre para que nos viniera a buscar: no nos atrevíamos a movernos. Felip Cid, pionero de la epistemología histórica y de la museología médica en Cataluña, poeta y erudito, llegó conduciendo uno de esos coches que demuestran que a su propietario le importa un bledo la mecánica (un Simca 1200, creo). Subimos. Sin decirnos nada, miró a su hijo, comprobó que no sufría ninguna herida grave y, al cabo de un minuto de silencio que se me hizo eterno, anunció: "Demà t'apunto a una acadèmia de karate". ¡Cómo lo admiré! No intentó comprender a los gamberros. No hizo un análisis sociológico sobre la marginalidad. No preguntó si habíamos hecho o dicho algo inconveniente. Encontró la solución adecuada: una academia de kárate. Ahora, en El testament, lega sus poemas a los suyos. Alguno suena como el propósito de luchar pase lo que pase, desafiando molinos de viento: "Us deixo el poc que he guanyat / venent mots esculpits en solsticis, / en una humil parada en les fires / de pobles dormint en els seus llunys. / Servo encara entera una balança / amb la que peso aquesta fatiga / que porto en el pit i el pensament".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_