Con el piano en el alma y la orquesta en la mano
La presencia de Daniel Barenboim en Madrid impone aire de acontecimiento unido a una corriente de simpatía y amistad sentida como fenómeno colectivo. Alguna vez he recordado un antecedente de algo parecido en Rubinstein, y, para las anteriores generaciones -las de la Sociedad Filarmónica-, el caso se llamó Edouard Risler. Por cuarto año, el Teatro Real recibe el festival veraniego centrado en Barenboim y las formaciones de la Staatskapelle de Berlín, las del histórico coliseo de Unter den Linden. Y si interesan al máximo las propuestas de Barenboim en el campo operístico, no quedan a la zaga las de su categoría excepcional como director y pianista. Una vez más, el triunfo de Barenboim en Beethoven ha sido definitivo en una de esas obras que podrían recibir la adjetivación otorgada por Ravel a la Sinfonía pastoral: el "milagro" de Beethoven.
Festival de Verano
Staatskapelle de Berlín. Director y solista: D. Barenboim. Obras de Beethoven y Schumann. Teatro Real, 9 de julio.
Entre otras cosas, el Concierto en sol, número 4 (1805/1806) nos permite calibrar la elevación artística del solista desde sus primeros compases a piano solo, pues se hace preciso fabricar las calidades sonoras que dominarán, a través de los tres movimientos, la portentosa invención del compositor y la imaginación, sensibilidad y sabiduría del intérprete. Pienso que estos pentagramas, vividos por Barenboim casi desde la infancia, podrían servir como vena fluida de su biografía. Con el piano en el alma y la orquesta en la mano, Barenboim hizo prodigios y la audiencia sintió que estrenaba nuevamente una música egregia y familiar.
Después, Schumann, el poeta de Amor y vida de mujer, el temprano profeta de Brahms, el constante fabulador de "música sin palabras" en la Sinfonía en Do Mayor, op. 61. Desde el segundo tiempo, Allegro vivace, como desde El sueño de una noche de estío de Mendelssohn, queda enteramente definido lo que fue el scherzo para el sinfonismo romántico alemán, tan intenso en el genio de Zwickau como en la andadura "con pies ligeros" del "feliz hombre y nombre" de Hamburgo. Y a la hora de la expansión lírica, la segunda sinfonía schumanniana alcanzó grandeza e intimidad en estrecha fusión.
Muchas cosas sustantivas analizadas y comunicadas por Barenboim y una orquesta de todo punto admirable con tal veracidad como pedía nuestro Falla al "noble oficio" de la música: la búsqueda de una verdad escondida como fuente en el bosque de Oberón. Las ovaciones y aclamaciones cobraron la algidez reclamada por los pentagramas y sus vivificadores.
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