"El vestuario ayuda al actor a componer su personaje"

De signo zodiacal Tauro -lo especifica ella misma al comienzo de la entrevista-, Nati Ortiz de Zarate se reconoce una persona cabezota, noble y sincera. Su tesón la mantiene donde está, como una de las escasas sastras teatrales que trabajan en Bilbao. Ella reclama una continuidad a su oficio y asegura que desearía formar un equipo. Eso sí, todavía le queda el gusanillo de los escenarios y aceptaría una oferta que le permitiera volver a actuar en ellos.

Pregunta. ¿De dónde le viene su afición por el teatro?

Respuesta. A mi abuelo le gustaban mucho los cabarés. En su momento, cuando había grandes cosas en Bilbao y se hacía revista.

P. ¿Cómo comenzó?

R. Empecé como actriz en la compañía Karraka, que se montó en 1980. Entonces estaba acabando Magisterio.

P. ¿Estudió arte dramático?

R. Quería, pero en mi casa no me dejaron. No sólo no era una profesión apropiada, sino que encima me tenía que ir a Madrid a estudiarla.

P. Así que su aprendizaje teatral es de aficionada.

R. Karraka fue mi verdadera escuela de teatro; era el verdadero teatro independiente, porque entonces no había ni ayudas. Íbamos con una furgoneta y hacíamos mucho teatro de calle porque no había otra cosa. Lo pasábamos bien, pero no te das cuenta de la labor que realizas hasta que pasan varios años y lo ves con perspectiva.

P. ¿Y cuándo lo dejó?

R. En el año 1991, después de haber hecho muchísimas cosas, desde el teatro de calle, infantil, y hasta cosas para la televisión y teatro de sombras. La gente que lo formábamos íbamos teniendo nuestros proyectos profesionales personales. El grupo ataba demasiado.

P. ¿De dónde le surgió la afición a la costura?

R. El gusto por coser lo tengo de mi madre y de mi abuela. Y, bueno, quizá la hermana Gloria también hizo su labor en el colegio.

P. Se acabó encargando del vestuario teatral.

R. Sí, porque me gustaba coser. Y también por el reciclaje, que es algo que he defendido mucho. No había un duro y había que sacar el vestuario de donde fuera. Había que aprovechar lo que había y gastar lo menos posible.

P. ¿Aquí también su aprendizaje es autodidacta?

R. Al principio sí, pero luego me fui a Madrid a estudiar vestuario, al Centro de Tecnologías del Espectáculo. También hice un curso de patronaje; quería prepararme en serio.

P. ¿Sintió dejar de actuar?

R. Sí, pero le pasó a todo el mundo de esa época, que se fue especializando.

P. ¿Qué es lo malo de ser sastra teatral?

R. Bueno, yo siempre me quejo de que no tengo equipo. Yo soy la que discurro, compro, hago, pongo, quito,...

P. ¿Por qué no forma un equipo?

R. No hay gente preparada. O igual es que yo no la encuentro, pero con todos los años que llevo, si alguien realmente tuviera interés por el vestuario teatral, ya se habría puesto en contacto conmigo.

P. ¿La mecánica de su trabajo es similar a la de una modista, con pruebas y esas cosas?

R. No del todo, porque yo visto personas, pero también gigantes, marionetas y hasta monstruos. En los gigantes, por ejemplo, he encontrado una tapicería que hace cortinones y no se asusta de que yo le lleve una falda de dos metros.

P. ¿Qué trabajos ha realizado últimamente?

R. Alguno de los gigantes de Bilbao. Los que salieron en las celebraciones del 700º aniversario, de la época, eran todos míos. En publicidad, que ahora he hecho bastante, me he encargado de los anuncios de ETB de promoción de cadena de La familia Txapeldun.

P. ¿Qué diferencias hay entre crear un vestido para salir a la calle o para actuar?

R. Lo bonito del teatro es que el vestuario ayuda al actor a hacer el personaje. Hay que contar con la iluminación para el personaje, con su caracterización, si es el malo, si es el bueno..., y con que el traje aguante 300 funciones en buenas condiciones.