'Pensat i fet': cerrada Ca Revolta
Decía Joan Fuster, que ese Pensat i fet que condensa lacónicamente la condición del comportamiento colectivo valenciano, si bien es de gran eficacia a la hora de improvisar una fiesta, no está tan claro que lo sea a la hora "de improvisar una institución o un edificio, un estado de opinión o una ambición política". Y eso es lo que no han hecho, atentos quizás a la admonición del de Sueca, los promotores y gestores de Ca Revolta, recientemente cerrada por orden municipal.
Los amigos y amigas de Ca Revolta han creado un proyecto cultural polivalente único en la historia de la Ciudad, lo han albergado en un palacete tardogótico espléndidamente rehabilitado, lo han puesto al servicio de todos aquellos que creían tener algo que decir, que escribir, que pintar o que cantar, y todo ello ha sido concebido al socaire de una legítima ambición política, entendiendo ésta, al modo de Aristóteles, como un logos racional y dinámico implantado en medio de la polis, es decir de la ciudad. En el corazón de su centro histórico, degradado por los efectos de una burbuja inmobiliaria que borbotea ruidosamente en los aledaños de la otra política, aquella que muchos estiman como sinónimo de corrupción.
Durante cuatro años, Ca Revolta ha representado para muchos valencianos la versión actualizada y estilizada de aquellos ateneos libertarios, academias populares y casas del pueblo que creó la izquierda en España para promover los cálidos valores de la vida y de la libertad, y a los que hoy hay que añadir los de la conservación de nuestro patrimonio histórico y natural, tan seriamente amenazados por la voracidad especulativa de los defensores de "cementazos" de toda laya. Por contra, para el grupo municipal popular, que en su día dio el permiso de obras para acometer el proyecto minuciosamente elaborado por los técnicos de Ca Revolta y luego lo yuguló con una licencia de actividades del todo insuficiente (la misma que el concejal Domínguez acaba de retirar), Ca Revolta ha significado ese territorio irredento que no se sometía a los dictámenes del poder ni participaba en la zaragata con que los receptores de prebendas agasajan a quienes dilapidan a manos llenas el dinero de todos.
Una vez más el poder político reviste sus decisiones de sentencia técnica. Los argumentos esgrimidos para proceder al cierre de Ca Revolta son básicamente dos: el primero es el de unos ruidos que el vecino que dice padecerlos nunca ha probado mediante una adecuada peritación, y que de ser ciertos Ca Revolta, que cuenta con el apoyo explícito de la Asociación de Vecinos El Palleter y que ya ha dedicado fuertes sumas a medidas de insonorización, asegura estar dispuesta a subsanar; el segundo, de naturaleza jurídica, es que el Ayuntamiento no tiene previstas licencias que alcancen al conjunto de actividades desarrollado por una iniciativa polivalente como la de Ca Revolta. Es una verdad de perogrullo que los demócratas entienden que las leyes deben progresar en el sentido de ofrecer mayores garantías a los ciudadanos, frente a la tendencia a la fuerza de los poderes públicos. Pues bien, así como el Ayuntamiento debe velar por el sueño de los durmientes (de todos los durmientes, también de los vecinos de pubs, de terrazas, de discotecas o de casales falleros), en tanto que institución democrática no estaría de más que estuviese alerta para adecuar sus viejas ordenanzas a los retos de un siglo que aún no sabemos si será moderno, postmoderno o transmoderno, pero que queremos sea tolerante y culto, en el amplísimo sentido de estas palabras.
Recordaba Fuster en ese artículo que ha dado pie a estas líneas, que si el Miquelet de la Seu de Valencia es una especie de emblema simbólico de este pueblo, lo es por representar mejor que ninguna otra cosa la frustración del pensat i fet, por ser "un campanario incompleto". No permitamos que el palacete de Ca Revolta, esa especie de Faro de Alejandría ubicado en el barrio de Velluters, se convierta simbólicamente en el primer Miquelet del siglo XXI, en un proyecto sociocultural truncado por quienes tanto alaban la proverbial capacidad de improvisación del pueblo valenciano.
Anacleto Ferrer es profesor de Filosofía y escritor, y Eva Dénia es profesora de Valenciano y cantante.
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