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Crónica:TOUR 2003
Crónica
Texto informativo con interpretación

Beloki, a rueda de Armstrong

El guipuzcoano sólo cede dos segundos al favorito estadounidense, séptimo en el prólogo, ganado por el australiano McGee

Carlos Arribas

A los ciclistas del Tour les duelen los dientes. Les dolieron ayer, después de dar botes como saltimbanquis sobre cabras por el pavés del París más turístico, Sena arriba, Sena abajo, durante siete minutos y medio. A 50 por hora. Es lo que se llama un prólogo. Lo terminan y lo primero que hacen, antes incluso de arrancarse con furia el casco de plástico que les da aspecto de hombres bala y les aplana la cabeza, es llevarse la mano a la mandíbula, mover los dientes, dejar resbalar los superiores sobre los inferiores, y decir: "Cómo me duelen". Es por el ansia, explican los que saben. Después de varios días encerrados en un hotel que ni siquiera estaba en París, sino rodeado de pistas de aterrizaje y despegue, en el aeropuerto Charles de Gaulle, los ciclistas del Tour de Francia, salieron ayer a comerse el aire. Y no es metáfora. Tragaban el aire a grandes bocanadas y cuando pasaba a través de los dientes, cuando rozaba las encías, tanto aire, tan deprisa, tomado con tanta necesidad, hacía daño. Un dolor que se unía al de los músculos de las piernas, envenenados de ácido láctico.

Tour 2003 -Prólogo

ETAPA

1 Bradley McGee /Fdjeux.com), 7m 26,16s

2 David Millar (Cofidis), mismo tiempo

3 Haimar Zubeldia (Euskaltel), a 2s

4 Jan Ullrich (Bianchi), a 2sç

GENERAL

1 Bradley McGee (Fdjeux.com), 7m 26,16s

2 David Millar (Cofidis), mismo tiempo

3 Haimar Zubeldia (Euskaltel), a 2s

4 Jan Ullrich (Bianchi), a 2s

ETAPA DE HOY

Montgeron-Meaux, 168 kilómetros

"He tenido muy buenas sensaciones; vengo con ganas de dar guerra", dice el corredor del Once
El vencedor de la etapa de ayer ganó hace 10 días la contrarreloj larga de la Vuelta a Suiza
Más información
Todavía no ha terminado

El Tour es un aprendizaje del dolor. Y el prólogo, una anécdota. Eso dijo Joseba Beloki, el guipuzcoano que sueña con hacer soñar a los aficionados españoles. "Vengo con ganas de dar guerra y de hacer algo soñado también", dijo después de terminar su veloz marcha por los alrededores de la torre Eiffel, el Trocadero, la plaza de Alma y la Concordia hasta terminar delante de la Academia Militar, junto a la puerta del pabellón de artillería. "He tenido muy buenas sensaciones". Beloki se olvidó enseguida del dolor de dientes. Lo olvidó porque cruzó la meta, se giró para ver su tiempo en un poste y vio que no era nada malo, que sólo había cedido 9s al superespecialista australiano Brad McGee y que aunque aún no hubiera terminado Lance Armstrong tampoco perdería mucho tiempo ante el sheriff americano. Y aunque se había ido diluyendo poco a poco intentando mover los 11 dientecillos de su piñón sobre una superficie de adoquines en la que su bicicleta, ligera, y su cuerpo, más ligero, no encontraba adherencia, había encontrado el punto de resistencia suficiente para no perder más de 2s ante Armstrong. Fue el mejor de los escaladores, los ciclistas de pequeños cuerpos que fueron quienes más sufrieron ayer.

Era un recorrido para culones pesados, para los especialistas del pavés, para sólidos rodadores de carácter explosivo, como McGee, un especialista de la fecunda escuela de la pista australiana que se estableció en Francia hace años conquistado por el deseo de ser un gran ciclista de carretera. Tiene 27 años. Hace 10 días ganó la contrarreloj larga de la Vuelta a Suiza. Hace un año ganó al sprint una etapa del Tour. Ayer ganó por ocho centésimas al desgraciado David Millar, el alegre escocés, que era el gran favorito. Pero a 500 metros de la llegada, cuando le aventajaba en media docena de segundos a McGee, se le salió la cadena. Y aunque con una habilidad increíble, con los dedos rozando los dientes del plato, que botaban y botaban, logró empujar lo justo para colocarla. Pero McGee saldrá hoy de amarillo de la puerta del Réveil Matin (Despertador), el café de Montgeron, al sur de París, de donde salió el primer Tour hace 100 años, el lugar que revisitará la caravana de 2003. Lucirá McGee el mismo amarillo que ayer lució Armstrong, ganador de 2002 que había anunciado que no lo exhibiría. "El amarillo hay que ganarlo cada año", había explicado. Cuando terminó su prueba se montó inmediatamente en un coche que le esperaba en la primera curva con su chófer y sus guardaespaldas y el motor al ralentí y partió escopetado. El público le abucheó. Él reflexionó. De su entorno se emitieron señales mixtas. Su equipo, el impecable US Postal, había mostrado una puesta a punto perfecta: llegado el Tour, todos los corredores que llevaban un año oscuro o escondido -Peña, Heras, Hincapie, Ekimov- dicen presente y más fuertes que nunca comienzan a pedalear. Él, el favorito, se ha visto superado por unos cuantos no especialistas, por otros hombres de todo el Tour, por Ullrich, por Hamilton, por ejemplo.

También por Haimar Zubeldia. El rodador guipuzcoano del Euskaltel se fue pronto al autobús pensando que había hecho una buena contrarreloj sin más. "Me he vuelto y he visto que sólo he perdido 2s, así que muy bien", dijo. Sin embargo, estaba equivocado. Había marcado el mejor tiempo, con lo que le tocó esperar más de hora y media por ver si ganaba y tenía que subir al podio. Desgraciadamente para él, McGee corrió un poquito más deprisa.

McGee, ganador del prólogo de ayer, a su paso por la Torre Eiffel.
McGee, ganador del prólogo de ayer, a su paso por la Torre Eiffel.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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