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Columna
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La burbuja

Mientras los expertos, las autoridades, los interesados, dicen no detectar los peligros de una burbuja inmobiliaria, la inundación avanza y borbotea ruidosamente alrededor. En realidad no existe ahora una conversación más común que la que alude al precio de los pisos, los solares y las parcelas, comparando cuánto valía un metro y cuánto ha llegado a valer. O, incluso, de lo que llegará a valer muy pronto, al cabo de unas semanas, unos días o al final mismo de esta consideración. Significativamente, el suelo se comporta hoy como si hubiera adquirido una monstruosa vida propia y lo inmobiliario consistiera en una sustancia asemejable a las células madre capaces de crecer muy deprisa y transmutarse en cualquier clase de formación constructiva a la que de inmediato le van brotando excrecencias de valor y a la manera de una marcha cancerosa que nunca se conoce hasta dónde puede devastar o asesinar. ¿Especulación? La orgía en el mercado inmobiliario se entremezcla con la acalorada psicosis colectiva que hace pensar en la fiebre del oro, en la fiebre de los tulipanes, en la fiebre de los frenopáticos, en el máximo hervor. La temperatura de las partículas sociales -y no sólo de la física mercantil- se encuentra patrocinada por el desbordante fenómeno del calentamiento del suelo. La naturaleza, contemplada hasta hace poco como un don impagable, se muestra hoy como la riquísima madre de todas las parcelas posibles, mientras su paisaje, que antes desempeñaba un papel de relax, incita compulsivamente a la intervención, al trazado de aceras, al negocio urbano y veloz. Acaso no se detecte burbuja inmobiliaria de acuerdo al interés de los pícaros de la política y el capital, pero cada ciudadano puede auscultar en su interior o en su exterior, en su excitada codicia o en su impotencia económica, el tamaño del ahogo y, probablemente, la importante presencia de algo más. Un algo más que posee la inconfundible consistencia de la opresión más las características de la explotación y que promueve la evidencia de que derechos supuestamente otorgados por la democracia, como poseer saludablemente una morada, se han infectado de alguna burbuja emponzoñada, ampolla mefítica o enfermedad mortal.

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