'Air' Beckham
El inglés y sus asesores eligen el dorsal 23, el que universalizó Michael Jordan
Se iluminó gradualmente la sala, empezaron a sonar las notas del himno del Madrid cantado por Plácido Domingo y la silueta de David Beckham, el nuevo inquilino de la camiseta blanca con el número 23, el mismo dorsal que universalizó Michael Jordan, se dibujó al trasluz en una cortina azul oscuro que ocultaba el escenario. El ídolo dio un paso adelante, apartó la tela y, junto al presidente, Florentino Pérez, y el mítico Alfredo di Stéfano, detuvo el impacto de todos los flashes con su primera sonrisa. Vestido con un traje de verano azul cielo, muy claro, con una camisa blanca abierta en pico de par en par, el jugador se presentaba ante 499 periodistas acreditados de todo el mundo que se amontonaban en una sala abarrotada. Y ante la mirada de su mujer, Victoria Adams, que había bajado las escaleras unos minutos antes y estaba sentada en la grada con un corpiño de leopardo y los ojos fijos en la tarima. En la calle colindante al pabellón Raimundo Saporta, en Madrid, cerca de un millar y medio de personas.
Florentino Pérez: "David viene del teatro de los sueños al equipo de los sueños"
"Querida Victoria y querido David", enunció por este orden Florentino Pérez, repartiendo su mirada entre los dos célebres cónyuges, en el centro del escenario y con una sonrisa, antes de estrechar firmemente la mano del centrocampista británico. Beckham le escuchaba a través de un auricular por el que se deslizaba la voz del intérprete que traducía al inglés el discurso del dirigente. Y es que el astro no sabe más que algunas palabras sueltas en castellano, como "hola", "gracias", "señor" o "hala Madrid", el grito de los hinchas blancos con el que, precisamente, cerró su brevísima alocución.
"Beckham ha venido al Madrid porque es un gran futbolista, uno de los mejores de la historia de Inglaterra", aseguró el presidente, que hizo gravitar todo su discurso sobre la dimensión futbolística del ídolo, del que destacó su carácter "trabajador" y "humilde". "Se habla estos días de su hechizo global, de que es un símbolo de la postmodernidad. Y puede ser. Pero que nadie se equivoque: él sólo piensa en el fútbol y con él seremos mejores dentro y fuera del campo".
El inglés, que no habló más allá de un minuto, reforzó la idea de su presidente, se definió como "un jugador de fútbol" y expresó que este deporte es "todo" para él. "Éste es un sueño hecho realidad", dijo en su idioma y despacio, con una voz suave y modulada, para que el traductor simultáneo le pudiera seguir sin dificultades. Beckham escuchaba a Florentino Pérez, aunque, de vez en cuando, intercambiaba guiños de complicidad y sonrisas con Di Stéfano. Precisamente fue el presidente de honor quien mostró las manos que reposaban tras su espalda y sacó una camiseta del Madrid con un nombre, el de Beckham, y un número, el 23. El misterio del dorsal del centrocampista quedaba al fin desvelado. Había preferido el 23 al 4, los dos que estaban libres en el conjunto blanco. El 23 del baloncestista Michael Jordan, un ídolo de masas, pero también el 23 de Pedro Munitis, el cántabro que no triunfó en Chamartín. Y, paradójicamente, el 23 de Aldo Duscher, el medio del Deportivo que le lesionó el año pasado y casi le dejó fuera de la Copa del Mundo.
Toda la directiva del Madrid estaba a la derecha de los protagonistas, en una prolongación del escenario, con la excepción de Fernando Fernández Tapias, el vicepresidente, que estaba a medio camino entre los tres protagonistas y el resto de los directivos. Florentino Pérez continuó su discurso y recalcó que el Madrid trabaja "en la busca del mejor fútbol posible" y reveló su convicción de que su único "límite" es "la imaginación". El dirigente cerró su discurso con un juego de palabras: "Beckham viene del teatro de los sueños [Old Trafford, el estadio del Manchester United] y llega al equipo de los sueños".
Y las luces se apagaron de nuevo, no sin que antes todos los directivos escoltaran al astro para la foto de familia. Los 499 periodistas acreditados de todos los puntos del globo recogieron apresuradamente sus bártulos y se trasladaron al campo 2 de la Ciudad Deportiva. Beckham desapareció en dirección al vestuario que han venido utilizando sus predecesores, Figo, Zidane o Ronaldo, durante los entrenamientos de toda la temporada. Su mujer, Victoria Adams, subía con cuidado las escaleras, procurando que no se le cayese un gato llamado Blanquito, con un lazo morado al cuello, que le regaló una aficionada.
Beckham se vistió de futbolista y sacó cuatro balones. Primero, jugueteó con uno de ellos. Un toque con la izquierda, otro con la derecha, de nuevo la izquierda, unos controles con la cabeza hasta matar el balón sobre el cráneo y un suave balanceo sobre el césped antes de recoger la pelota y lanzarla contra la grada donde se habían ubicado los aficionados, a quienes finalmente se había permitido el acceso al recinto porque interrumpían el tráfico de las calles adyacentes. Mientras un amigo le filmaba en vídeo sobre el mismo césped, uno de sus muchos escoltas, siempre con la mano en la sobaquera, aceleraba tras él cada vez que Beckham corría de un lado a otro del recinto. En una de esas carreras, un niño de 11 años se coló en el campo por uno de sus laterales, fintó a uno de los guardas jurados y, con el pecho desnudo, corrió al encuentro de Beckham. El inglés le abrazó en un par de ocasiones y le regaló una de sus camisetas. No fue la única con el nombre del futbolista impreso en la espalda que se vio ayer en Madrid. Hasta 200 equipaciones, a 78 euros cada una, se vendieron en la tienda oficial entre las doce y la una de la tarde. Poco después, hacia las dos, el jugador abandonó la Ciudad Deportiva junto a su mujer. Todavía llevaba la camiseta del Madrid con el número 23 bajo la chaqueta del traje.
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