"La música 'soul' no se pasa de moda"
Solomon Burke, la gran leyenda viviente del soul, se presenta por primera vez en España: debuta en el festival Vía Jazz, en Collado Villalba (Madrid), el próximo viernes y actúa en Barcelona el sábado. Junto a sus clásicos de los años sesenta, interpretará temas de su triunfal disco de reaparición, Don't give up on me (Fat Possum / Mastertrax).
Aparte de su rotunda discografía, Solomon Burke tiene una de esas asombrosas biografías que nos recuerdan la singularidad de la experiencia afroamericana. Solomon (Filadelfia, 1936) nació en el seno de una familia religiosa, responsable de la Iglesia Unida Para Toda la Gente, que le puso inmediatamente al frente del Templo de Solomon, forjando su arte como predicador y cantante desde sus años tiernos. Hoy, Burke ejerce de obispo en una organización religiosa con 150 iglesias en América del Norte y Jamaica.
No se parece mucho a los obispos que conocemos. Se deleita recordando la elaboración de un elepé para Chess Records, Music to make love
by: "Queríamos un disco para acompañar momentos íntimos. Así que llevamos parejas al estudio para que hicieran el amor y ajustamos el tempo de los temas a sus ritmos sexuales: que nadie dijera que mi elepé no servía para lo que anunciaba. El sexo es una parte maravillosa de la vida y deseo que todos, sean o no miembros de mi Iglesia, sepan disfrutarlo. Ya sé que la Iglesia católica no piensa como yo, pero debería replanteárselo".
Burke, dos veces casado, tiene 21 hijos y numerosos nietos. "Una familia grande es una bendición, aunque a mí me obligó a diversificarme. Nunca he vivido exclusivamente de la música. Mi iglesia tampoco es rica, así que he tenido negocios diversos: funerarias, alquiler de limusinas, herboristerías. Ahora, son mis hijos los que se ocupan de esas empresas y yo me concentro en la música".
Si Solomon Burke no ha alcanzado la fama que merece, una de las razones reside en que su obra está repartida entre demasiadas compañías: "Llevo grabando desde 1954. Nunca me dejé manejar y me consideraban un rebelde. La industria del disco no ha sido buena conmigo: cada vez que entro en una tienda, me encuentro con una o dos reediciones con mi nombre de las que nadie me ha avisado y de las que no cobro nada".
Su suerte ha cambiado con su actual sello, Fat Possum. "Vinieron a buscarme a un concierto y me dijeron lo que quería oír. Nada de concesiones a los sonidos de moda, pero, al mismo tiempo, tampoco volver al pasado. El soul no se pasa de moda: habla del amor, de la vida en términos universales; es la música menos sectaria que existe".
El primer resultado de la alianza con Fat Possum es Don't give up on
me, que ha vuelto a colocar a Burke en el centro de la pista: ha sido el mejor disco de 2002, según la revista británica Mojo, aparte de ganar un Grammy. Contiene canciones hechas a su medida por admiradores como Bob Dylan, Van Morrison, Tom Waits, Nick Lowe, Brian Wilson o Elvis Costello. Sólo lamenta que no participaran los Rolling Stones: "Ellos interpretaron canciones mías en los años sesenta y ¡me lo debían! Pero Mick [Jagger] y Keith [Richards] cada vez componen menos".
Cabalgando sobre la cresta de la ola, Solomon está lleno de proyectos. "Quiero grabar con una orquesta sinfónica: siempre me gustó el bel canto. Pero también puedo trabajar con músicos electrónicos, como el chico ese holandés, Junkie XL. Ray Charles y yo llevamos tiempo hablando de hacer un disco a dúo. Y sigo escribiendo mi autobiografía, y, al paso que va, va a ser un libro más grueso que la Biblia".
Será un tomo divertido: las anécdotas de Solomon Burke todavía circulan por la industria de la música. Muchas historias y una enorme reputación: se decía que sus conciertos competían con los de Otis Redding y James Brown en intensidad y en el grado de comunión con el público. "Todo lo que hago", explica, "lo aprendí predicando".
Presume de buen ojo para los músicos. "En los ochenta, tuve a Marc Ribot como guitarrista. Cuando le veo, siempre me dice que aprendió más de gira conmigo que durante todos sus años en el conservatorio". Ejerce de jefe de orquesta sin contemplaciones: "Está prohibido fumar, beber o tomar drogas. Cada transgresión lleva una multa de 100 dólares; al final de la gira, se paga un banquete con la cantidad acumulada. Suelen ser músicos disciplinados, aunque siempre están buscando excusas para no ponerse el esmoquin".
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