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FÚTBOL | La última estrella blanca

El vendaval Beckham

El nuevo astro del Madrid llega en medio de un gran revuelo, pasa el reconocimiento médico y firma su contrato por cuatro años

Uno, dos, tres coches oscuros, metalizados, largos, con los cristales tintados y conducidos por señores con traje gris y auriculares en los oídos, se introducen en la base aérea de Torrejón de Ardoz. Son las doce y media de la mañana, pero el sol no calienta demasiado y corre un poco de viento. Cerca de cien periodistas, el doble que los aficionados congregados en un 1 de julio, éxodo vacacional, giran el cuello cada vez que un vehículo entra o sale del recinto militar. "Son ellos", dice un motorista con una cámara al hombro señalando a la comitiva que acaba de cruzar las barreras; "ya han venido a buscarle". En el cielo, una avioneta blanca, sin distintivos comerciales, pierde altura. Son ellos. Y en ese momento lo que comienza a correr es el vendaval Beckham. A la una y tres minutos de la tarde, ni un segundo arriba ni uno abajo, aterriza David Beckham, un londinense de 28 años, un futbolista con la brillantez de las estrellas, en Madrid. Y la maleza seca que rodea la pista se inclina.

David se agazapa en el coche con una cámara. Como si también quisiera cazar las imágenes de los que quieren cazar la suya
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Tres coches de la Guardia Civil, uno de ellos conducido por un teniente que menea la cabeza con preocupación, esperan la salida del de lujo que lleva al jugador británico para escoltarlo. En los controles de acceso, la policía entrelaza una frontera con sus propios cuerpos. Los fotógrafos y los camarógrafos de las televisiones, incluida una japonesa, se empujan los unos a los otros a la búsqueda del mejor sitio posible. Empiezan a sonar las sirenas y los gritos histéricos de una chica que muestra, no se sabe si emocionada o desconsolada, una revista para adolescentes con la cara del ídolo en su portada.

A la una y doce minutos sale un primer vehículo. Dentro viaja Victoria Adams, la ex spice girl pija, con su hijo mayor, Brooklyn, de cuatro años, y una niñera. El pequeño, Romeo, de uno, se ha quedado en Londres. Con ellos, Javier García Coll, un empleado del Madrid. A continuación, otros dos. En el último, un Audi A8 azul oscuro se agazapa Beckham con una cámara en las manos. Como invirtiendo los papeles previstos. Como queriendo cazar también él las imágenes de los que quieren cazar la suya. A su lado, Julio Cendal, el máximo responsable de seguridad del club blanco.

El automóvil se escapa dejando a sus lados a los escasos seguidores, curiosos y... admiradoras. Niños con camisetas madridistas, algunos chicos con bicicletas, varias muchachas llorosas de entre nueve y 25 años. Y comienza la persecución mediática por la autopista M-40 en dirección a la clínica de La Zarzuela. Unas 14 motos rodean el coche de Beckham. Se circula a más de 150 kilómetros por hora. El de su esposa enfila hacia el centro de la ciudad, a la lujosa calle comercial de Serrano.

A las dos menos cuarto el astro llega al centro de Sanitas, que, según The Guardian, ha pagado 360.000 euros por que Beckham pase el reconocimiento médico en el mismo. Se baja y, delante de la puerta, posa ante las cámaras. Lleva el pelo muy tirante hacia atrás y sujeto con una coleta que se le abre en el cuello y desparrama su melena rubia sobre sus hombros. Dos brillantes romboidales guiñan al sol desde los lóbulos de sus orejas. También luce un collar dorado de gruesas cuentas. Los pantalones vaqueros, azules desgastados, están rotos a la altura de las rodillas. La camiseta, terminada en un escote de pico, la cubre con una americana blanca de cuello redondo.

En la planta sótano le esperan los doctores Alfonso del Corral y Juan Carlos Hernández. También le aguardan cuatro bandejas repletas de pasteles, sandwiches y frutas variadas. Todos los empleados del centro tienen la prohibición expresa de pedirle autógrafos.

Después de dos horas de revisión médica, en la que Hernández asegura haber "bromeado" con él sobre sus lesiones pasadas, Beckham se fotografia con la directora del hospital, María Burgoa, y con el director médico, Carlos Díez. Después les dice "bye, bye" y se monta en un monovolumen gris Lexus para ir al hotel Fénix, en la plaza de Colón. Allí se hospeda en la suite presidencial, con varios salones y que cuesta unos 1.800 euros por noche.

En el establecimiento, informa Andrés Domínguez, le esperan cerca de 500 fans, no todos de él. Algunas chiquillas lloran histéricas y otras portan las carátulas de los discos de su mujer, Victoria. También le aguardan muchos periodistas. La mayoría, de la prensa del corazón, vetada para su presentación oficial de hoy. Nadie que no se halle alojado en el establecimiento puede estar en el vestíbulo o la cafetería. Los empleados inquieren a todo aquél con aspecto sospechoso, de reportero, y le piden amablemente que se vaya a la calle para no tener que "lanzarle" a la policía.

A los diez minutos de que el ídolo ocupe su alojamiento llegá Victoria, ceñida de negro, con Brooklyn, casi tan rubio como su padre. Del maletero de su vehículo sacan dos portatrajes y dos maletas enormes. Los Beckhan van a estar unas 36 horas en Madrid.

Una hora después, la pareja se desplaza al Bernabéu para reunirse con el presidente del Madrid, Florentino Pérez, y firmar su contrato por cuatro años. Allí saluda a su viejo amigo Carlos Queiroz, el nuevo entrenador blanco, y a Jorge Valdano, el director deportivo. Regresa al hotel una hora y media más tarde para cenar con los directivos en un salón del mismo.

Y hoy, la presentación en el pabellón Raimundo Saporta. Después, la reanudación de sus vacaciones hasta que el día 24 se presente con sus nuevos compañeros y se desplace con ellos a Asia para que el club, que ha firmado un nuevo contrato publicitario en ese continente, empiece a rentabilizar económicamente su fichaje.

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