De paisaje 'noucentista' a suburbio
Recuerdo unas bellísimas ilustraciones de J. G. Junceda en la revista Barcelona Atracción de la década de 1930, en las que se representaban las actividades barcelonesas -y del entorno barcelonés- más características de cada mes, acompañando unos textos de V. Solé de Sojo, cargados de optimismo pero también de nostalgia anticipada. Junceda ha sido el mejor ilustrador catalán y mi generación lo recuerda en dos líneas paralelas: en las Pàgines viscudes de J. M. Folch i Torres en el periódico infantil En Patufet y en las traducciones de los grandes libros de aventuras de una memorable colección de Seix y Barral (Las minas del rey Salomón, La isla del tesoro, etcétera). Las ilustraciones de Barcelona Atracción son el testimonio de unas tradiciones que van decayendo: las castañeras y Don Juan Tenorio en noviembre, la rua de carnaval en febrero, las verbenas en junio, la feria de santa Llúcia en diciembre. Recuerdo especialmente el mes de septiembre: una muchacha joven con pantalones anchos y amplia pamela recostada en el banco de una pérgola de parra esplendorosa, en unas horas tardorales y quizá nostálgicas. Al fondo, el largo paisaje del Maresme -agricultura disfrazada de huerto-, con un entoldado de fiesta mayor a punto de ser desmontado y, a lo lejos, el mar amablemente salpicado de velas blancas. Es la imagen más eficiente de aquel Maresme que en buena parte ya no existe. Un Maresme noucentista con pérgolas y entoldados, con pequeños pueblos agrupados en la doble serie del mar y la montaña, con caminos civilizados pero todavía rurales, con esnobismos incipientes -"la pérgola y el tenis", como dijo Gil de Biedma- bajo la imagen de las diversas Ben Plantades de Argentona, de Vilassar o de El Masnou.
El mérito del Maresme no era precisamente su paisaje natural -neutro, sin puntos culminantes ni sorpresas-, sino el paisaje artificial que habían impuesto las agregaciones urbanas, el orden de los cultivos y el esfuerzo estético suavemente civilizado del noucentisme, griego y florentino, más urbano y menos agresivo que otros modelos de la época -la Mallorca de Sunyer, el Pla de Tarragona de Mercader, el Vallès de Pere Quart-, más orsiano, más adicto al treballar i jugar y a la obra ben feta.
Desde hace bastantes años, las confortables agregaciones urbanas han degenerado en monstruosas masas de edificación y los cultivos se han convertido en construcciones industriales de plástico y fibrocemento. Ya queda poco del modesto paisaje original y no queda nada del discreto orden urbano. Hoy es un suburbio inexpresivo con residencias masivas, dormitorios sin concreción urbana, residuos dispersos de la capital. Hemos perdido la identidad de una comarca y hemos fabricado una periferia abusiva que crece sin control.
Hace pocos días conversé con algunos jóvenes arquitectos de la comarca y comprobé la gravedad de la situación actual y de la que vendrá si continúa el feroz descontrol. Me hablaban de un próximo plan comarcal, pero casi nadie confiaba en su eficacia a corto plazo. Ya no es posible recomponer el paisaje noucentista y hay que afrontar el hecho incuestionable de las diversas suburbializaciones, desde los residuos residenciales de cierto nivel hasta los bloques de viviendas que no atienden ni a la geografía ni a la confortabilidad.
Una posibilidad para recivilizar toda la comarca y sus entornos es proyectar el largo frente de mar como un germen de regeneración. Pero la actual línea del ferrocarril es una barrera detrás de la cual los pueblos de la costa no pueden mantener la identidad marítima que les corresponde. Si estos pueblos funcionasen a partir de un eficaz frente marítimo, se recuperaría una identidad que les salvaría de la suburbialización. Habría que reformar el trazado de la línea del tren, es decir, eliminarla o soterrarla y recuperar el espacio para construir nuevas fachadas, completar unos barrios que acreditaran la calidad de usos, de morfologías y de paisaje. Es seguramente el único fragmento cuya reurbanización puede sanear la comarca.
En varias ocasiones se ha propuesto la reforma de este trazado, pero nunca ha prosperado perdida entre incompetencias técnicas, desaciertos políticos y falta de financiación. Si ahora se habla de un plan territorial de conjunto, ¿no vamos a exigir como premisa indispensable esa modificación? Todos los litorales urbanos del Mediterráneo están ahora eliminando las vías costeras y proponiendo nuevos paisajes, nuevos usos, nuevos servicios para unas costas que hace más de 100 años fueron ocupadas con instalaciones que van siendo obsoletas, unas costas que ahora son reclamadas por el turismo y por los propios ciudadanos como lugares de nueva centralidad. ¿Hay alguien que esté pensando seriamente en una operación parecida en el Maresme? Desde Badalona hasta Blanes ¿la Generalitat no va a imponer el control radical de toda la línea costera? ¿Seguiremos dejando las decisiones en manos de unos promotores sólo obsesionados por la ocupación desordenada y masiva y de unos ayuntamientos demasiado débiles? No se puede ser nostálgico y reivindicar demasiado tarde la vieja armonia noucentista, pero se puede actuar con otros métodos más radicales para evitar la definitiva suburbialización.
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