Todos nos llamamos Alí Lmrabet
Esta selección de artículos es un pequeño mosaico del Marruecos de hoy, tan rico, complejo y contradictorio. Es un reflejo también de un país que, como Alí Lmrabet, es el fruto de influencias cruzadas (rifeñas, españolas, francesas, judías...). Debe recordarse aquí que Lmrabet pertenece a una humilde familia del norte, originaria de una pequeña aldea cercana a Alhucemas, en la región del Rif. Él y sus numerosos hermanos son la primera generación nacida en la ciudad, en un Tetuán donde todavía quedaba una fuerte influencia española. Su padre luchó con las fuerzas nacionales durante la Guerra Civil española, y de su relato sobre esa contienda surgió el interés de Lmrabet por las relaciones hispano-marroquíes durante el protectorado (...)
'Mañana. A favor de la libertad de expresión en Marruecos'
Alí Lmrabet
Ediciones Península
La pluma de Alí Lmrabet es ágil, incisiva, corrosiva, ácida siempre, y responde a las demandas de una generación insatisfecha con el destino al que su país está condenado en manos de quienes no están dispuestos a dar el relevo
Los numerosos apoyos que el periodista ha recibido del exterior, pero sobre todo por parte de medios de comunicación y de asociaciones e instituciones de Marruecos, son la esperanza de consolidación de un Estado de derecho
En el 'Credo' de presentación de 'Demain', Alí Lmrabet declaraba que el lector marroquí está preparado para el ejercicio de la democracia y que debe ser informado libremente
La trayectoria profesional de Alí Lmrabet como periodista no es muy larga, pero ocupa ya un espacio destacado en la historia de la prensa escrita de su país. Su llegada al periodismo fue circunstancial. Un amigo suyo le propuso colaborar con una pequeña rúbrica para el diario Le Quotidien du Maroc a mediados de los noventa. Hacía poco que había regresado de Buenos Aires, donde durante dos años había ocupado el cargo de segundo de la Embajada de Marruecos. Las circunstancias de su vuelta nos desvelan algunas de las constantes de su carácter que se harán patentes en sus escritos: por un lado, su sentido de la honestidad y la falta de temor a las consecuencias de sus acciones (su denuncia de las prácticas corruptas del entonces embajador le comportaron como premio su vuelta a un oscuro despacho de Rabat con la única compañía de una máquina de escribir), y por otro, su inquietud y capacidad de trabajo (la vida del funcionario aburrido con la vida resuelta le resultaba poco atractiva).
Pronto, lo que se inició como una afición se convirtió en una verdadera pasión. En 1997 comenzaba su colaboración con el semanario La Vie Économique, por entonces pionero de una prensa independiente que se resistía a caer en las redes del Ministerio del Interior. De aquí daría el salto a una publicación que ha sido fundamental para la apertura de espacios de expresión en Marruecos: Le Journal, dirigida por Abubaker Jamai. Como redactor jefe de este semanario viviría uno de los momentos de gloria del periodismo independiente, pues, por paradójico que resulte, fueron efectivamente los años noventa, los últimos de vida de Hassan II, la llamada década reformista, los que abrieron una ventana de oportunidad para la libertad de expresión que Le Journal supo aprovechar, impulsando así con su ejemplo un movimiento de gran trascendencia para Marruecos. Desde las páginas de este semanario, Alí Lmrabet marcaría algunos hitos ejemplares de una prensa no sujeta a cortapisas ideológicas y a autocensuras. De su pluma salió la primera entrevista realizada en un país árabe a un primer ministro israelí (Netanyahu, diciembre de 1998) o a Malika Ufkir (La huérfana maldita, marzo de 1999), la hija del coronel que dio el golpe de Estado contra el rey en 1972 y que padeció veinte años de reclusión por ello. Estas entrevistas -como sus crónicas sobre el caso Ben Barka, sobre la otra cara del Sáhara, sobre el viaje al Rif de Mohamed VI- abrían la caja de Pandora de los años de plomo marroquíes, los temibles años de represión del régimen.
Este periodo periodístico de Lmrabet finaliza en noviembre de 1999, cuando dimite de su puesto en Le Journal por discrepancias con la línea editorial. Es el momento de un artículo que se incluye en esta antología, 'Los hombres pasan, el sistema permanece', que no puede publicarse en Le Journal y que aparece en Francia, en Le Courrier International. En él se percibe hasta dónde pretende llegar la crítica de Lmrabet en su cuestionamiento del sistema. Frente a los límites que encontrará en Le Journal decide establecerse por su cuenta. Es el inicio de la aventura, el 11 de marzo de 2000, de Demain, un newsmagazine que continúa con la línea crítica de Le Journ
al, pero con un formato novedoso en Marruecos (papel cuché, más fotografías, dominio de la política sobre la economía), que lo entronca con lo que supuso en el contexto español de la transición un semanario como Cambio 16. Pero su vida, por razones ajenas al director, será corta. El 2 de diciembre de 2000, y por decisión del Gobierno de alternancia dirigido por el socialista Abderramán Yusufi, Demain es cerrado junto con otras dos publicaciones independientes: Le Journal y su gemela en lengua árabe Assahifa. Conviene señalar que Demain cae por lo que los otros semanarios publican: las revelaciones de un viejo opositor que implica al partido del primer ministro en la trama del golpe de Estado de 1972. Demain se cierra, pues, no por algo concreto que publica, sino por el miedo de la clase política a lo que este tipo de prensa, crítica y libre, representa, y que pretende ir más allá de los pactos y amnesias sobre los que se ha construido ese difícil momento de la alternancia. En el 'Credo' de presentación de Demain, incluido en este volumen, Alí Lmrabet declaraba ya su convencimiento de que el lector marroquí está preparado para el ejercicio de la democracia y de que debe ser informado libremente.
La publicación sobrevivió con mucha dificultad gracias al apoyo de los lectores, pues la publicidad era cada vez más escasa, conforme aumentaba el tono crítico de la revista. Pero el cierre de la publicación constituyó para Lmrabet un duro golpe profesional y personal, ya que, como expresa en uno de sus artículos, suponía cerrar el periodo de esperanza abierto con la alternancia y finalizar con la imagen del primer ministro Abderramán Yusufi como "combatiente por los derechos humanos". No es de extrañar que, a partir de ese momento, una serie de personajes se conviertan en objetivo constante y casi obsesivo de la pluma crítica del periodista. Este episodio supone además un duro golpe económico.
Si se desea seguir publicando deberá ser con una nueva cabecera, que apenas retoca el título original: Demain Magazine. Lo propio harán Le Journal y Assah, que añadirán a su nombre el adjetivo semanal. La nueva fórmula de Demain Magazine implica un nuevo formato tipo tabloide, y, para abaratar costes, sin el equipo con el que antes contaba. Aparece en los quioscos el 20 de enero de 2001, como reza su portada: "En espera de la vuelta de Demain". Un papel de poca calidad, prácticamente todo en blanco y negro, un precio asequible (cinco dirhams, unos 50 céntimos de euro), noticias breves de rápida lectura (se deberá renunciar al periodismo de investigación) y mucho trabajo: su director y dos caricaturistas, más algún colaborador eventual. Pero la novedad reside en su tono: Demain Magazine es el primer semanario satírico francófono de Marruecos que ensaya, con éxito, la fórmula Hermano Lobo española o Le Canard Enchainé francés. El humor inunda sus páginas. Viñetas y caricaturas desvisten a personajes públicos, los presentan en su vertiente humana, a veces ridiculizados, siempre exagerados. Pocos escapan a este particular guiñol marroquí, y son contados los que lo aceptan deportivamente. Salpicando estos artículos, no faltan los análisis políticos del momento o las denuncias.
Censura, procesos
La historia de la nueva publicación, que se convirtió en poco tiempo en récord de ventas de los semanarios francófonos de Marruecos -es la única publicación que vive exclusivamente de sus ventas, sin ningún tipo de publicidad-, estará llena también de episodios relacionados con la censura y con procesos, como el que se le incoó por publicar el rumor de la hipotética venta de uno de los palacios reales, por el que se le condenó a cuatro meses de prisión y una multa de 3.000 euros en diciembre de 2001, y que amenazó con parar la publicación, suspendida temporalmente por supuesto impago de la multa.
El siguiente paso en la aventura periodística de Lmrabet fue la aparición en el otoño de 2002 de una revista gemela en lengua árabe para llegar a un público más vasto. Doumane, deformación arabizada del título de Demain, fue mucho más lejos en el alcance, con mayor calidad en los dibujos y fotomontajes, pero haciéndose enemigos a diestra y siniestra entre una clase política, e incluso entre un gremio periodístico al que no ahorraba sus críticas, como el que le enfrentó al diario de mayor tirada en árabe del país, Al Ahdath al magribiya. Como ocurre con Demain Magazine, que continúa publicándose en paralelo, Doumane es también periódico de crónica y denuncia de los procesos a la prensa, de los negocios de financieros y generales, de la intransigencia de los integristas, de la deriva irracional de las relaciones hispano-marroquíes, del retorno de la tortura y de la censura. Y es ahí donde esta última acaba abatiéndose sobre la publicación y su director.
Alí Lmrabet ha pagado muy duro por plasmar gráficamente lo que todo el mundo piensa. Se le ha acusado de usar el humor gráfico en una sociedad que no está preparada para ello. Pero, en realidad, es la clase política que se siente retratada y denunciada en la publicación de Lmrabet la que no está preparada para soportar la crítica humorística, con sus dobles sentidos y con la hoja afilada de la ambigüedad. Es oportuno recordar las palabras del jurista tunecino Yadh Ben Achur en su libro Politique, religion et droit dans le monde arabe a propósito de las relaciones entre humor y democracia: "La democracia no es solamente el reino de la libertad filosófica y religiosa. Es igualmente el del humor, de la sátira y de la risa simple y jubilosa, que estalla a la luz del día en la calle, en la escena del teatro, en el periódico satírico. La democracia es el régimen donde se puede reír libremente sin preocuparse de quién mira o escucha". Pero ese tiempo no ha llegado aún a Marruecos, donde lo simbólico cuenta tanto.
Como decíamos al principio de esta presentación, Mañana es, sobre todo, una crónica marroquí de los años difíciles de una sucesión que no ha colmado las esperanzas que se ponían en ella y de una transición que no logra cuajar. Crónica de la esperanza de una primavera humanitaria en las postrimerías del reinado de Hassan II, cuando ya surgen las voces de los damnificados de los años de plomo. Crónica de la necesidad de recuperación de la memoria, que al desvelarse recobra bajo su idealización también sus sombras, sombras que acaban afectando asimismo a alguno de los mitos sagrados de la oposición marroquí. Crónica de las luchas de poder que esconde una alternancia con un primer ministro impotente frente al inmenso poder del Majzén, como se demostró en la expulsión de Cristine Serfaty en mayo de 1999. Crónica de un inicio del reino de Mohamed VI en el que se proyectaron todas las ilusiones colectivas, en la creencia de que iba a saber acabar con el resentimiento de los olvidados, pero que se frustró en pocos meses. Crónica, por último, de una desesperanza y una impotencia que se extienden entre la población, y de las que Alí Lmrabet se hace eco y portavoz canalizándose poco a poco hacia el humor como vía de escape y casi única salida.
La pluma de Alí Lmrabet es ágil, incisiva, corrosiva, ácida siempre, y responde a las demandas de una generación insatisfecha con el destino al que su país está condenado en manos de quienes no están dispuestos a dar el relevo. A la prensa independiente, en cuya aventura se embarcó Alí Lmrabet con otros jóvenes colegas a finales de los noventa, le tocó en suerte abrir brecha en ese panorama gerontocrático de una sociedad patriarcal como la marroquí, en la que todo lo controla la generación que hizo la independencia..., hace ya medio siglo. El resultado de la lucha de esa prensa independiente han sido los "espacios de libertad" -y se usa aquí conscientemente este término, que tanta fortuna hizo en los años de nuestra transición- que se han conquistado en Marruecos, aunque, desgraciadamente, como revela el caso Lmrabet, no son todavía irreversibles. Un paseo por las calles de las grandes ciudades en Marruecos permite ver la soltura en el lenguaje e incluso el atrevimiento en la presentación de los temas de que hacen gala las portadas de los periódicos, convertidas en pequeños pasquines con mensaje en esos quioscos callejeros improvisados que son cada esquina, cada soportal o cada plaza. Los periódicos y semanarios, en árabe y en francés, expuestos en el suelo o colgados de cualquier soporte con pinzas de la ropa, son leídos por multitud de viandantes que manifiestan su avidez por una información que esta prensa independiente ha impuesto en la calle, rompiendo así con décadas de desinformación oficial o de filtro interesado de los partidos -no importaba que fuesen de oposición-, en cuyas manos se encontraban no pocas de las principales y más leídas cabeceras.
Transgresor de tabúes
En Mañana, Lmrabet pasa revista a los temas más candentes, transgrede los tabúes, derrumba mitos, huye de la autocensura, dice lo que piensa y lo que se piensa a su alrededor, evitando caer en lo complaciente o en lo políticamente correcto. Eso es lo que le ha costado ir a la cárcel, dando así ejemplo a una clase intelectual y política demasiado doblegada, medidora de la correlación de fuerzas, acomodaticia siempre. En Proceso político (incluido en esta selección) aconseja a sus compañeros de Le Journal que no recurran una condena: "Es preciso aceptar ir a prisión por sus ideas; pagar, como se dice en la jerga judicial, y mostrar a Abderramán Yusufi que los chicos se han hecho mayores. Para que los viejos vestigios que pueblan los partidos políticos de izquierda no digan más: 'Nosotros padecimos prisión para que podáis hoy hablar libremente".
El caso Lmrabet se ha convertido en test de las dificultades de la construcción de la democracia en Marruecos y trasciende al periodista y al personaje. Los numerosos apoyos que ha recibido del exterior, pero sobre todo por parte de medios de comunicación, de asociaciones e instituciones en el interior de Marruecos, son la esperanza de consolidación de un Estado de derecho en Marruecos que mande definitivamente al olvido farsas como la que le ha tocado protagonizar a Alí Lmrabet. Hoy, como en la versión española de la vieja película de Fassbinder, "todos nos llamamos Alí".
(Demain, 20-26 de julio de 2002).
Perejil: humillación y cólera
"ESPERÁBAMOS LA ORDEN de disparar, y nos ordenaron que nos retiráramos", decía un enfurecido lector de Demain en un correo electrónico enviado a la redacción. Era en la mañana del miércoles 17 de julio cuando el país se enteraba de que el ejército español había vuelto a ocupar el islote de Perejil sin disparar ni un tiro. Ni uno solo. Los seis militares marroquíes que vigilaban la dichosa roca no opusieron ninguna resistencia. Seguramente habían recibido instrucciones. Ni siquiera estaba la fragata marroquí que lógicamente, en mitad de una crisis, estaba encargada de vigilar el islote. Y las fuerzas del orden, que estaban en la playa situada frente al islote, tampoco rechistaron. ¿Qué había sucedido?
Seguramente no lo sabremos nunca. Como tampoco se sabrá nunca quién tuvo la idea de enviar a un pelotón de la gendarmería para que tomara posesión de este islote deshabitado. En un Estado democrático que tenga un poco de respeto por su opinión pública, el primer ministro habría tenido que comparecer en el Parlamento para dar explicaciones. Y con lo ocurrido, con esta enorme humillación que no quedará sin consecuencias, su piel no valdría gran cosa. Pero, por desgracia, estamos en Marruecos. Un país con un Gobierno dirigido por un hombre que está aquí solamente por la gracia de un rey difunto, y que se ve obligado a convivir con otro Gobierno paralelo, mucho más poderoso y dirigido por el palacio real.
¿Es marroquí el islote de Perejil? Hasta el último imbécil diría que sí. Este islote está situado a doscientos metros de la costa marroquí. No aparece en ningún tratado ni en ninguno de esos documentos que tanto les gusta citar a los españoles cuando se aplican a diferenciar el caso de Gibraltrar del de Ceuta y Melilla.
Pero extrañamente, hay que decirlo también, desde la independencia del país, en 1956, Marruecos nunca ha reivindicado formalmente el islote. El ministro de Asuntos Exteriores, Mohamed Benaisa, asegura que nunca tuvo dudas sobre la marroquinidad de este trocito de tierra marroquí. Pero entonces, si nunca ha habido ninguna duda al respecto, ¿por qué protestó Marruecos en 1994, cuando el Gobierno español de la época intentó incluirlo en el territorio de Ceuta en el curso de las negociaciones sobre la concesión del estatuto de autonomía al antiguo presidio? ¿Y por qué no envió a los gendarmes para que tomaran posesión del mismo cuando el Gobierno de Felipe González aceptó la alegación marroquí y no lo incluyó en la delimitación territorial de Ceuta, con la aprobación del Partido Popular presidido por José María Aznar? En una entrevista concedida a EL PAÍS, el ministro de Comunicación, Mohamed Achaari, juraba que Marruecos había ocupado el islote para "luchar eficazmente contra el tráfico de inmigrantes y el terrorismo". Pero entonces, nos preguntamos otra vez, ¿por qué el wali de Tetuán declaró a varios periodistas extranjeros y marroquíes, el miércoles 17 de julio, que la decisión de tomar posesión del islote se había adoptado "localmente"? ¿Desde cuándo los comandantes locales de la gendarmería toman decisiones que conciernen a la lucha contra el terrorismo?
Y finalmente, ¿por qué se ocupó el islote el jueves 11 de julio, un día antes de la boda del soberano, y en plena crisis marroquino-española? ¿Será que los ingleses filtraron a los marroquíes la información de que el ministro del Interior, Jack Straw, el viernes 12, debía declarar solemnemente ante la Cámara de los Comunes que su país aceptaba la cosoberanía angloespañola sobre Gibraltar, y, por consiguiente, Marruecos había intentado hacer oír su voz? Otra cosa que no se sabrá nunca.
En cambio, lo que sí se sabe, o lo que se intuye, es la humillación infligida por los españoles a los marroquíes. ¿Quién será capaz de olvidar la imagen de esos jóvenes militares marroquíes transportados en furgones de la Guardia Civil como los inmigrantes clandestinos y entregados ante las autoridades marroquíes del puesto fronterizo de Ceuta? (...)
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