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Columna
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Inmoral y estúpido

Esto de las elecciones, al menos en la Comunidad de Madrid, hay que conjugarlo en presente imperfecto, con la ilusoria esperanza de que algún día llegue a ser futuro pluscuamperfecto. Ha pasado de todo, aunque pocos aprecien el implícito corolario de que puedan sobrevivir bajo mínimos, con equipos gestores que ignoran cuáles son sus atribuciones y responsabilidades, en periodos de anormalidad como el que pasamos. Wenceslao Fernández Flórez hizo de cronista deportivo durante cierto tiempo e inventó un curioso lance futbolístico: el vicegol, ese tanto que ha gritado el estadio entero y que se encajó en la red, pero por la parte de afuera. Proponía que se reflejara en el tanteo aunque con un valor inferior al del indiscutible. Nuestra expresión política más cercana ha pasado por otra interinidad, demostrativa de que es posible prescindir de ella y ella misma puede continuar en precario, eso sí, con un fastuoso presupuesto de consumo obligatorio para que salgan las cuentas.

Pronto hará 20 años que saqué a la luz un semanario satírico, llamado El Cocodrilo. Un fracaso económico y de lectores, pues parece demostrado que en nuestro país este género de prensa tiene poca aceptación y al ingenio se le llama, con perdón, mala leche. Para esquivar el instinto persecutorio heredado de los jueces llevamos el ácido humor a cumplir con la norma imperativa hasta camuflar al responsable del periódico. Durante varios meses apareció mi nombre, seguido de la fórmula: "fundador en funciones", puro retruécano. Pues a Ruiz-Gallardón podemos motejarle como alcalde en funciones de presidente de la Comunidad Autónoma, eso es lo que ha sido en el ínterin.

Largo exordio para indicar que me afecta algo que el nuevo regidor ha mencionado en su campaña. Ha dicho don Alberto -y cosa parecida sus rivales- que está dispuesto a meterle mano al asunto de los pisos de alquiler en Madrid, a los que difícilmente tienen acceso los jóvenes. Para empezar, subiendo a los propietarios de viviendas vacías el IBI (impuesto de bienes inmuebles), lo que me parece de perlas, cuando quede claro quién es el destinatario de esta gabela. No es novedad, pues la última Ley de Haciendas Locales, en vigor desde enero de este año, permite a los ayuntamientos elevar esa tasa, en función del valor catastral de la finca. El Gobierno central -y decididamente la Comunidad de Madrid- ha dispuesto bonificaciones e incentivos a los caseros para que los pisos puedan alquilarse sin demérito. No hay oscuridad en estas disposiciones, que atañen a varias docenas de miles de casas disponibles (EL PAÍS, 16-5-2003). Propósitos irreprochables, plausibles, sólo que alguien sigue subido al guindo en la Administración.

Un pacto inmoral -casi todos los del poder con los administrados lo son- con los propietarios de las casas, cuyos alquileres estuvieron injustamente congelados mucho tiempo, derivó estúpidamente la satisfacción de ese impuesto hacia los inquilinos. Una vez remediada la iniquidad declarando libres los alquileres y gravando los antiguos con una equivalencia del IPC -no correspondida, por ejemplo, con el curso de las pensiones- no tiene sentido que la carga siga pesando sobre el transitorio ocupante, que paga por algo que no es suyo. Fue dicho que sería más difícil que entrara un camello por el ojo de una aguja que cualquier Administración pública cancele un tributo, o algo parecido.

Parte del problema de la vivienda está en los alquileres, que resuelven mejor las dificultades de la gente joven que el dogal de una vivienda en propiedad, con hipoteca inacabable que ancla y confina en un lugar determinado y durante un espacio eterno. Una perversa y exitosa campaña incitó al español a ser el propietario de su hogar. Esto, que es bueno intrínsecamente al avistarse la jubilación, no lo es tanto entre quienes comienzan la vida, que así ven tasado el crecimiento de la familia, la agilidad de movimiento para optar a mejor situación laboral e incluso los incidentes que se generan en el curso de la separación, el divorcio o la herencia. La solución no es óptima. Hay más ladrillos que casas y más desalojados que propietarios. Alguien, con mayor visión, debería meditar sobre estos asuntos. No es satisfactorio el dato de que España sea el país con mayor cantidad de propietarios, lo que no ocurre en los que nos rodean. Por algo será, además de crear una desmesurada industria inmobiliaria que, por lo visto en nuestro territorio, tiene muchas características mafiosas.

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