La gloria de San Zinedine
El vestuario del Madrid encierra una colorida variedad de caracteres humanos.Los hay autoritarios afectuosos, como Hierro; los hay impetuosos, como Figo; cándidos, como Casillas, y hedonistas como Ronaldo, entre otros muchos. Pero sólo Zidane (Marsella, 1972) es realmente particular. El francés es el San Pedro Mártir del fútbol. Un San Pedro como el de Berruguete, con aura y ojos transparentes. Sin cuchillo en la cabeza, pero con un lumbago de todos los demonios. A veces consigue levitar sobre la hierba y sus compañeros le admiran. Pero nunca le llegan a tocar.
El francés, musulmán convencido, es pudoroso y distante. No necesita codearse con la bohemia para distraerse, como sus colegas. Tampopoco se obceca con multiplicar sus récords. Ni es de los que cargan las baterías de madrugada, ni necesita el reconocimiento masivo del público femenino para reafirmar su orgullo, ni busca ponerse la diadema del cacique. La perfección y la felicidad le encuentran a él sin que las vaya a buscar. "Prefiere pasar por tonto antes que litigar", dice un compañero.
"Prefiere pasar por tonto antes que litigar", dice del jugador francés un compañero
Con la llegada de Ronaldo, hace un año, Zidane debió amoldarse. Aceptó jugar por la izquierda porque en la media punta, le dijo Del Bosque, era preciso que jugase Raúl, retrasado a espaldas del brasileño. Por consideración a Raúl, el francés ha competido durante toda la temporada en un sitio al que no estaba habituado. Y lo ha hecho con lumbago, una dolencia que le provoca dolores paralizantes que maquilla con tratamiento fisioterapéutico. En su entorno se cree que sólo el doctor Boixel, de la selección de Francia, es capaz de aliviarle del particular martirio.
En el partido del Calderón, en la penúltima jornada, durante el calentamiento, Zidane se llevó las manos a la espalda y se movió con cierta dificultad. Sumaba más de 4.000 minutos en toda la temporada y los casi 31 años de edad no le han pasado en vano. Sin embargo, tardó siete minutos en abrir una brecha por debajo de la línea de flotación del Atlético: un pase medido a Ronaldo para que se desmarcase entre Otero y Coloccini. Justo al hueco. Fue la décima asistencia de su temporada más productiva en goles: 9 en Liga (12 con la Liga de Campeones) frente a los 2, 4, 6 y 7 de años anteriores.
El 10 de Francia vive una época de satisfacciones simples. Hacía años que no se sentía más tranquilo y satisfecho. Ya no sufre los rigores del calcio, que padeció en la Juve, sus tres hijos son felices en Madrid -Luca y Enzo estudian en el Liceo Francés-, y está convencido de que el público del Bernabéu entiende sin rechistar las sutilezas de su juego. Permanece recluido entre familiares y amigos de la infancia y apenas hace vida social. En octubre jugará en Marsella para recaudar fondos para las víctimas del terremoto de Argelia.
En una de sus contadas salidas, el 29 de mayo, acudió por primera vez a la plaza de Las Ventas para asistir a una corrida de San Isidro y presenció los revolcones de Fernando Robleño. El diestro le dedicó la faena del tercer toro bañado en la sangre del animal. Y Zidane, espantado, abandonó la plaza.
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