Jan Laporta, peligro público
El tiempo y sus agobios, sus lujos imposibles, su patrimonio exquisito gastado a golpes de bolero de Pancho Céspedes: la vida loca... El tiempo, ese enemigo de nuestro tiempo. Precisamente porque vivimos como vivimos, no hay intimidad más desahogada, quizás más limpia, que la que surge del tiempo robado, consciente del lujo de dinamitar la agenda, señora de los placeres de la palabra, el tacto y el tedio. Los amigos, los amigos trabajados a golpe de horas de vida compartida, densos en emociones y en sentimientos, ¡qué lujo en el lujo del tiempo robado! Soy de esas locas de atar que, entre aviones y artículos, entre conferencias y radios y debates y libros, entre líos y más líos, he aprendido a pactar con la vida sus momentos de vida suspendida. He aprendido a luchar con el "yo" para no perderme los mejores placeres del "nosotros". Joan Laporta i Estruch, conocido entre nosotros como Jan, forma parte de lo mejor de mi vida robada a la vida. Perdonen la confidencia. Quiero decir que Jan es uno de esos amigos de verdad, surgido en algún momento lejano del pasado y proyectado, para siempre, en los deseos del futuro. Horas de palabra y diversión. Horas de anhelo y discusión, de conocerse entre los que, sentados alrededor del mejor escenario del mundo, una mesa sin prisas, nos queríamos y nos respetábamos. He vivido sus primeros tiempos impetuosos, cuando el sentimiento profundo de derrota y la profunda vergüenza como culé le llevaron a organizar la moción de censura contra Núñez. He vivido los tiempos de Bassat, las charlas de "puede que tengamos que presentarnos solos, pero no, pero quizás, pero ay qué miedo". He vivido los primeros tiempos de la candidatura, ya sueltos de lastre, valientes y asustados. Y ahora, ¿cómo no?, me siento partícipe emocional de la euforia. Les digo todo esto porque mi artículo parte de un hecho que no puedo ni quiero negar: no soy objetiva con Jan Laporta. Mi estima profunda por el amigo, mi respeto por el dirigente nato que siempre ha sido, mi admiración por el hombre brillante que es me obligan a mirar desde una lupa distorsionada, la lupa de la subjectividad. Sin embargo, ¿es ello un problema o es una garantía? Me explico. Primero no existe la objetividad, y quien hace de tamaño y pomposo concepto una bandera, sin duda esconde alguna cosa. No es de fiar. Segundo, pongo a disposición de las decenas de horas compartidas, y del conocimiento profundo de la persona, mi trabajada convicción de que estamos ante alguien realmente excepcional. Asegurarlo desde la intuición sería más o menos peregrino, pero afirmarlo desde el conocimiento profundo es bastante más serio y sobre todo mucho más honesto. Pongo, pues, mi bagaje de años de amistad para decir que el nuevo presidente del Barça es un hombre excepcional. Por serlo, es, sin duda, un hombre peligroso.
La pregunta: ¿por qué este artículo? Escribo este artículo porque ya empiezan a circular por Barcelona rumores distorsionadores, pequeñas maldades bien construidas y sin embargo falsas, el rum-rum consiguiente a un éxito sin paliativos y a la vez sorprendente. ¿Quién es este joven abogado que ha hecho el milagro? Y surgen en los círculos de bar amigos de toda la vida que lo vieron un día de lejos, vecinos de los vecinos que aseguran que saben lo que se esconde detrás de no sé qué, patriotas de pa sucat amb oli que afirman que lo suyo es el castellano en la intimidad, parias de la ilusión, descreídos, malpensantes profesionales, star system cabreado, toda una legión dispuesta, como decía el jueves un importante de pro, a "deshinchar el globo". Entre otras cosas, porque hay gente que ha perdido la capacidad de creer. Y porque hay otra gente que no está dispuesta a que existan hombres en los que creer. Se asustan de esa posibilidad o se defienden de ella... Si Joan Laporta i Estruch, flamante presidente del Barça, es un hombre excepcional, lo es fundamentalmente porque es verdad. Sé que resulta realmente extraño que una directiva de un club deportivo nazca de la verdad, de los sentimientos compartidos, de los deseos limpios, de eso tan extraño que es la ilusión. Avezados a los intereses ocultos, a los juegos de poder de las grandes familias, a contemplar el juguete roto que ha sido el Barça durante tantos años, instrumento privilegiado del interés ajeno a sí mismo, acostumbrados a la mierda, ¿cómo vamos a creernos que existen las buenas noticias? Y, sobre todo, con todo lo que se juega, ¿cómo vamos a creer que alguien sólo juega a ser honesto? Sin embargo, así surgió el largo camino de dudas, anhelos y esfuerzo de la candidatura ganadora, nació del simple deseo de hacer algo, del desánimo, de la vergüenza, del sentido de responsabilidad. Puede que les venga grande de entrada, pero no les viene sucio.
Por eso decía que Jan Laporta es un peligro. En este país tan sobrecargado de mentiras, con tanto importante sobrado acostumbrado a entrar y manosear y salir de los despachos amigos, con los intereses ocultos -piedra va, ladrillo viene- campando a sus anchas, con el juego de hipocresías que es el juego público, que un grupo de amigos lleguen sin pedigrí, hablen limpio y ganen es demasiada sorpresa. Y, para muchos, demasiada alarma. No están tranquilas las aguas de la política, acostumbradas al chapapote de las miserias compartidas, pero no a los ciclones que limpian pantanos. No están tranquilos los lobbies de poder, inesperadamente huérfanos de agenda y compadreo. No están tranquilos los de antes del Barça, porque la escoba ya ha entrado en las alcobas y ¡ay lo que va a barrer! No están tranquilos los que no creen, porque descreer es mucho más cómodo que volver a tener esperanza. Y no están tranquilos los que han hecho del desánimo un estado del alma. Sin embargo, esto que le ha llegado al Barça se llama ilusión. Y la ilusión, a pesar de los profesionales de la tristeza, es la más revolucionaria de las emociones compartidas.
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