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Columna
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Burdlaki

Recuerdo, por haberlo leído, que Burdlaki era un pueblo peculiar. Su posición, entre Austria y Rusia, la convertía en ciudad fronteriza. Ello implicaba una guarnición austriaca permanente, nada operativa en realidad, con lo que ello implicaba de descomposición propia de la inactividad de los ejércitos: burocracia, alcoholismo, amaneramientos aristocráticos, etcétera. Había allí, eso sí, un comercio muy activo de productos varios según usos comerciales que no correspondían al mundo civilizado de la época (principios del XX). Traficaban antes con las casualidades que con previsiones razonables, vivían de la intuición y el instinto antes que de las deducciones calculadas del comerciante moderno. Lo controlaban los judíos. Allí no había estudios de mercado ni cálculos de negocio. La vida de aquellos comerciantes era un perpetuo misterio. Un misterio para el ajeno, pero connatural para sus habitante, comerciantes o no.

Era 1910 y lo cuenta Joseph Roth. Era un pueblo del centro de Europa. Los pueblos fueron muy particulares. Lo fueron durante mucho tiempo. Pero el caso es que lo siguen siendo.

Labastida tiene una historia de contrabando decimonónico (exención aduanera mediante) casi olvidada, pero una más reciente colonización veraniega de los vascos (bilbaínos) que permanece viva. Memoria viva y activa. Ataun conserva recuerdos sobre Echarri (pastizales disputados e incursiones bandoleras en 1936) que no es probable que los haya enterrado del todo aún hoy. Puede decirse que Carranza supo, en un momento dado, que podía tener Bilbao a sus pies gracias a sus competentes naturales; del mismo modo que Retuerto (Barakaldo) sabe de siempre que Bilbao es uno de sus barrios. Getaria sabe, sin dudarlo, que tiene la flota pesquera más dotada del Cantábrico; Lazcano, el burro más famosos en enero, y Bergara las chicas más guapas de norte del país. Cada pueblo tiene su idiosincrasia y su carácter muy acusado. Eso no es algo del pasado, se da hoy mismo.

El sábado hubo plenos municipales en los que se constituyeron los ayuntamientos y eligieron a sus alcaldías. Es cosa de los liberales -de los liberales progresistas españoles- el que esto sea así hoy. Antes, era el patriciado local quien decidía, y punto.

Bilbao, San Sebastián, Vitoria, no son problema: se rigen, con sus particularidades, según los principios de la política general: mayorías-minorías y pactos (aparte algún carisma local). Pero, tomado pueblo a pueblo, la cosa resulta compleja. Herri Batasuna -o como rayos se llame ahora- no ha tomado parte en estas elecciones.

Hablemos de Lizartza, por ejemplo, ese pueblo que mira al Txindoki. Había 516 votos habilitados en la localidad, de los que 136 han ido a parar al PNV y 245 han resultado nulos (el 47% de los votos del censo; casi el doble de los obtenidos por el Ilmo. Sr. Alcalde). Diez votos han sido para Aralar. La gente debía estar con los ilegalizados, da la impresión. Hay muchas lecturas de las elecciones en ese pueblo. La primera, que a Joseba Egibar le ha tocado, Ibarretxe mediante, bailar con la más fea. (¿Es su destierro?) En segundo lugar, que el independentismo no es una idea abstracta -de otro modo, Aralar hubiera obtenido más votos-. Y, finalmente, que, quien quiera que fuera el alcalde de esa localidad, hombre de Herri Batasuna -o como rayos se llame ahora-, contaba con el apoyo del vecindario.

Vuelvo a reivindicar la vía penal frente a la política (como se hizo con el Ku-Klux-Klan). No conozco, por descontado al anterior alcalde de Lizartza. Si es un poseso que persigue a los siete votantes del PP que hay en el pueblo por entre los castañales, procésele. (Si justifica a ETA, algo así debe estar promoviendo). Si no, ¿por qué no va a gobernar un ayuntamiento constitucional reivindicado por los liberales progresistas en España? La democracia es antes pedagógica que imperativa (sin renunciar a ello). Así lo creemos unos cuantos.

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