Los ataques de EE UU contra los focos de resistencia desatan la cólera en Irak
Los iraquíes que sufren las incursiones denuncian que los soldados les tratan como terroristas
Las operaciones militares lanzadas en los últimos días por EE UU contra los focos de resistencia baazista al norte y al oeste de Irak están teniendo de momento efectos perversos. Los ataques a las tropas norteamericanas no dejan de sucederse, al tiempo que crece la ira de los habitantes de los pueblos afectados por estas incursiones, que se sienten tratados como terroristas. Dos convoyes fueron atacados el domingo en dos poblaciones al norte de Bagdad con el resultado de cuatro soldados heridos, mientras la Operación Escorpión del Desierto continuaba ayer por segundo día consecutivo.
Las últimas incursiones de los soldados se centraban en las ciudades de Jaldiya y Ramadi, situadas al oeste de Bagdad. La docena de detenidos y de armas incautadas en ambas ciudades probablemente no compensen políticamente la cólera de unos vecinos, que son sobresaltados en plena madrugada por el estruendo de carros de combate, blindados y helicópteros.
El Ejército de EE UU se ha planteado la Operación Escorpión del Desierto como una combinación de combate y ayuda humanitaria, y tras cada incursión en una localidad son enviados a ésta medicinas, juguetes y material escolar. Ayer, en Ramadi, a 140 kilómetros al oeste de Bagdad, las tropas norteamericanas llegaron a las 5.15 horas de la mañana, mientras la gente aún dormía. Conectaron unos altavoces y lanzaron un mensaje con estas palabras en árabe: "Somos las fuerzas de la coalición. Por favor, permanezcan en sus casas y abran las puertas. Gracias por su cooperación". Detuvieron a seis hermanos de dos familias distintas y abandonaron el pueblo, pero el susto y la indignación de los vecinos no es fácil que los alivien más tarde un juego de lápices de colores o unos balones de fútbol.
Esta política de palo y zanahoria no ha evitado por ahora nuevos incidentes. En la ciudad de Al Mushahida, 25 kilómetros al norte de la capital iraquí, fue atacado un convoy norteamericano con un lanzagranadas. Los agresores fallaron su objetivo y el proyectil, al parecer, impactó contra un autobús con pasajeros. Las autoridades militares norteamericanas dijeron ayer que dos soldados habían resultado heridos graves y que desconocían si había bajas civiles, limitándose a condenar que los grupos leales a Sadam Husein "pongan a los civiles en peligro y retrasen la transición hacia un pacífico Irak". El otro ataque a un convoy se produjo un poco más al norte de Bagdad, en Dujail, donde resultaron heridos otros dos soldados.
Este círculo de acción-reacción en el que están inmersas actualmente las autoridades de EE UU en Irak está provocando, además de la paralización del proceso político y de la reconstrucción económica del país, que crezca el sentimiento entre los iraquíes de que pagan justos por pecadores.
Thaluya, a unos 90 kilómetros al norte de Bagdad y a unos 15 de Balad, está situada en pleno centro del la zona donde se desarrolló la semana pasada la Operación Ataque a la Península, en realidad es más bien una isla en el río Tigris. Toda la zona es un vergel, repleto de palmeras y huertas donde crecen naranjos, limoneros, manzanos y granados en medio de cañaverales y parras, de campos de girasoles desde tiempos bíblicos. Probablemente sea un buen sitio para que las partidas de Fedayin de Sadam y guardias republicanos se escondan, pero sus habitantes están indignados y perplejos.
"Aquí siempre nos referíamos a Sadam como el tirano", asegura Ahmed al Turki, profesor en una escuela secundaria de Thaluya. "Pero la noche que llegaron los soldados americanos rompieron cristales y muebles de las casas, arrancaron las moquetas y se orinaron en las terrazas y habitaciones. También se llevaban los dólares y cosas de oro. Fue de una brutalidad absoluta. Nada que ver con el progreso y la libertad que dice representar EE UU".
Familias detenidas
La conversación se interrumpe un momento por el ruido de los dos helicópteros que sobrevuelan constantemente el pueblo. Ahmed al Turki continúa: "Detuvieron a familias enteras. Hasta se llevaron a jubilados expulsados del Ejército por Sadam. Y mataron a cuatro personas: un profesor, un vecino de un alumno mío, un muchacho de 15 años y otro más pequeño".
A la salida de Thuluya descansa el teniente Pittard, de la 4ª División de Infantería. Manda una unidad de 40 hombres y no quiere saber nada de niños muertos, pero sí reconoce que la primera noche fueron "contundentes y rápidos". "Fuimos recibidos con lanzagranadas", se excusa.
En Balad, una isla chíi en medio de un mar suní, los viejos carteles de Sadam han sido sustituidos por los de Mohamed Baqer al Hakim, el principal líder espiritual de esta comunidad en Irak, y las pintadas de sus calles no dejan lugar a equívocos: "El baazista es como el cerdo; no lo podéis tocar". "Al baazista, como al burro, que no ande sin palos".
A unos cuatro kilómetros de allí fue atacado el jueves un convoy de carros blindados norteamericanos y murieron una veintena de atacantes. Sus habitantes tampoco entienden lo que está pasando. "Los soldados entran en las casas y se llevan el oro y los dólares de la gente. Pero quienes les atacan son baazistas, que tratan de provocarlos para que se venguen en nosotros, que somos chiíes", dice un comerciante mientras pone a la venta unos sacos de grano de Vietnam repartidos probablemente por la ONU.
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