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Reportaje:FÚTBOL | El desenlace de la Liga

El Celta sortea el maleficio

El equipo vigués logra uno de sus objetivos más ansiados desde el inicio de la trayectoria de éxitos que inició con Javier Irureta en 1997

Lo que no consiguieron cinco años del mejor fútbol lo logró uno de juego pragmático. Lo que Mazinho y Penev no alcanzaron lo hicieron Ángel y José Ignacio. Y la afición del Celta, que ya no creía en milagros, reventó con la emoción de ingresar en la Liga de Campeones. La fiesta se desparramó por las esquinas de Vigo la noche del domingo, una velada que estaba llamada a presenciar una juerga ajena, la de la Real Sociedad y sus ocho mil aficionados desplazados a Galicia. Su ruidosa presencia contagió a la hinchada del Celta, que vivió con pasión incontrolada uno de sus más brillantes logros en casi ochenta años de historia.

Un lustro llevaba estropeada la fuente de la viguesa plaza de América, herida de muerte por las celebraciones del año que Javier Irureta comenzó a torcer el tradicional sino perdedor del Celta. Fueron cinco años de secano, de decepciones tan descomunales como brillante era el juego del equipo, para el que la UEFA resultaba ya una pedrea. De nada sirvieron los llamamientos del nuevo alcalde de Vigo, el abogado socialista Ventura Pérez Mariño: el renovado vaso de la fuente se desbordó con miles de celtistas, y ayer volvía a mostrar las cicatrices de una juerga más grande por más inesperada.

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Desde que en 1997 se puso en marcha un proyecto para separarse de su tradición de modesto, el Celta se acostumbró a fracasar en los momentos decisivos. Así se le escapó una final de Copa de la que partía como favorito, hace dos años frente al Zaragoza, pero especialmente dura ha sido su relación con la Liga de Campeones. En 1999, el primer año de Víctor Fernández, se esfumó en el último partido por culpa de un gol de Solari, entonces en el Atlético de Madrid, que supuso la primera derrota del Celta en su estadio en toda la temporada. El año pasado todo volvía a estar a su favor, pero en la penúltima jornada vino un Sevilla que nada se jugaba a devolver al Celta a su ineludible UEFA.

Sea por la tradición céltica de gatillazos, sea por lo que la Real se jugaba o sea por el poco convincente fútbol del equipo, llegó la afición el domingo a Balaídos asumiendo que su papel era de reparto. Pero los rugidos de los hinchas del equipo donostiarra contagiaron a los del Celta, y Mostovoi hizo el resto. No podía ser otro que el ruso: el icono del Celta, el de las lágrimas de la final de Sevilla, el que siempre se queda a las puertas de todo. Y el eterno pesimista. La fiesta se acababa de desatar en Balaídos y sus primeras palabras moderaron la euforia: "Sí, estoy contento, aunque tal vez éste haya sido mi último partido en Balaídos".

La renovación de Mostovoi, como la de Gustavo López, dependían en buena medida de los ingresos de la Liga de Campeones, pero el ruso no acaba de creer en su continuidad, a pesar de su protagonismo en la noche del domingo. El presidente, Horacio Gómez, mantuvo su proverbial prudencia, y se adelantó a posibles exigencias salariales de los jugadores. "Seguiremos con los pies en el suelo", anunció.

Un descapotado autobús de dos pisos paseó a los jugadores por entre las 10.000 personas que los aclamaban. Juanfran se desgañitó, el egipcio Mido se colgó de la barandilla, Luccin jaleó a los aficionados... Únicamente Cavallero y un entristecido Catanha permanecieron ajenos a la algarabía. Sus caras sólo eran comparables con las de los futbolistas de la Real Sociedad, el único equipo del mundo cuyo pánico al éxito supera al del Celta de Vigo.

Aficionados del Celta ayer en la plaza de América de Vigo.
Aficionados del Celta ayer en la plaza de América de Vigo.SANTOS CIRILO

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