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Un histórico del socialismo

Manuel Garriga, desaparecido hace unas semanas, soportó la enfermedad y luchó contra el cáncer hasta el final, con valentía y dignidad; de la misma manera que afrontaba la vida, igual que entendía la política, de acuerdo con su personal forma de ser.

El socialismo catalán le debe mucho a este político inconformista y brillante. Creo que ha sido un gran personaje desaprovechado en nuestra democracia.

Garriga fue un pionero, de los que abren camino. En nuestras primeras actividades políticas juveniles en la clandestinidad, cuando luchábamos por ideas de libertad y justicia social, en aquel FOC en que compartíamos ideales y amistad, con Antoni Farrés, José Ignacio Urenda, Isidre Molas, Pasqual Maragall y otros, Manuel Garriga era un maestro. Sólo tenía unos años más que nosotros, pero sabía más y había visto más mundo que nosotros, y expresaba sus ideas con una seguridad que nos aportaba confianza. "Si pasa algo, llama a Garriga", le decía yo a mi esposa en aquellos tiempos de clandestinidad.

Cuando el FOC se disolvió, Manuel Garriga y otros seguimos en contacto y, saltándonos el tópico de la rivalidad entre las dos ciudades, trabajamos juntos en Terrassa y Sabadell. Recuerdo la revista en catalán TS, secuestrada y multada repetidamente por sus contenidos "subversivos", y aquellas clases de marxismo a trabajadores y estudiantes. El sentido del humor nos hacía llamarnos "los eléctricos" porque estábamos por todas partes.

Desde allí algunos optaron por el PSUC y otros integramos Convergència Socialista; después, el PSC Congrés, y más tarde, el PSC (PSC-PSOE). Manuel Garriga se mantuvo siempre en lo más avanzado del socialismo; era inteligente y brillante en la exposición de sus ideas, y tenía coraje. Todos esos méritos le hicieron indispensable en el socialismo de la clandestinidad y de la transición.

Con la llegada de la democracia, demostró también que era un gestor eficaz, capaz de llevar esas ideas a la práctica, pero su liderazgo político fue diluyéndose, seguramente por su absoluto desapego a los cargos y porque, en realidad, Garriga era un creador, tenía fobia a entrar en la rutina y, cuando había conseguido una meta, se marcaba inmediatamente nuevos objetivos.

En 1979, como cabeza de lista en Sabadell por el PSC, no consiguió ganarle la alcaldía al PSUC, pero supo ser un colaborador leal de Antoni Farrés, como teniente de alcalde. En Terrassa, a partir del segundo gobierno socialista de la ciudad, demostró también su capacidad trabajando a mi lado durante 10 años en el Ayuntamiento. Él fue el promotor de Prointesa, la primera sociedad mixta pública y privada que se creó en el país para la reactivación económica de una ciudad en grave crisis industrial. No fue tarea fácil tejer complicidades entre todos los agentes económicos y conseguir que trabajasen con un objetivo común. Fue un éxito suyo, como también el impulso al plan estratégico de la ciudad, un proyecto fundamental para diseñar la ciudad que hoy podemos disfrutar todos los egarenses, con motivo del cual volvió a demostrar sus dotes para conciliar voluntades.

Ésa fue la última ocasión que tuvimos de trabajar juntos; después dijo que quería dedicarse a la antropología. Entendí su postura pensando que la fuerza ética que guiaba sus actos debía de llevarle a querer conocer mejor a los humanos. Ha sido un lujo excesivo prescindir de su capacidad política durante estos años.

Garriga nos deja justo cuando Cataluña vive un final de etapa. Lo creo sinceramente: este país necesita un cambio y un nuevo impulso moral para el que hacen falta muchas personas como el socialista Manuel Garriga, valiente, capaz, desinteresado. Quedamos en deuda con él y lo que debemos hacer es trabajar firmemente por ese futuro mejor para Cataluña.

Manuel Royes es presidente de la Diputación de Barcelona

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