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Columna
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Campeones

Miquel Alberola

Al socialismo le han pinchado el único globo que había logrado llenar el pasado 25 de mayo con el hálito de Izquierda Unida. La movida madrileña de los diputados sediciosos Eduardo Tamayo y Teresa Sáez no sólo supone una carga de profundidad en la línea de flotación de José Luis Rodríguez Zapatero, que lo es por su vínculo con los protagonistas, sino que viene a confirmar que la Comunidad Valenciana siempre estuvo en la vanguardia de los acontecimientos. Y ése es el asunto. Ahí, como en tantos otros frentes, se anticipó y mucho Eduardo Zaplana, con una coreografía tan homogénea que se diría que los detalles de este negociado parecen cerrados por Juan Manuel Cabot ante un notario con apellido de capital ibérica. Incluso que la ofimática Sáez, de no ser porque hay ojos que aseguran haberla notado como figurante en alguna gala mediática de Tamayo, está esperando su fructuoso momento estelar en una suite del Casino de Montepicayo. Y si no, ahí está para acabarlo de arreglar su jefe de marras, el tal José Luis Balbás, que tanto se ha dado el moco con su amistad con el ex alcalde de Benidorm desde los días de UCD. Hasta la presión exógena de Enrique Cabezas (el constructor al que los más perspicaces sitúan en el epicentro de la trama y el ruido de chequeras) para subvertir la decisión de los electores, no sólo está más vista que la Charito, sino que además es aplaudida con fervor en algunos medios valencianos. Ahí está el ejemplo del promotor Bautista Soler, esa suerte de Bismarck de Turís cruzado de Lorenzo de Medici y rematado en portland, que con el peso de su cartera ha inclinado hacia donde más le convenía la balanza de las elecciones que hoy escenifican los socios del Valencia CF, logrando una unidad que ha acabado desvirtuando el proceso democrático y ha arrasado la masa social que se suponía que tenía que surgir de las ampliaciones de capital. Todo, por el suculento bocado de los terrenos de Mestalla (el sentiment) y el tejemaneje de la construcción de un nuevo estadio. En esto, la Comunidad Valenciana, por decirlo al modo de Pasqual Maragall, le da sopas con honda a Madrid y Cataluña. Y a este paso, incluso Chicago acabará yendo a traernos (el plural es geográfico) tabaco.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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