"Rusia es un país en liquidación por derribo"
Volga en ruso significa sagrado. Los ríos son palabras de género masculino en ese idioma, a excepción del Volga, el río madre, una imagen de tal fuerza en la poesía, en las canciones populares, en el cine y la literatura de Rusia que es capaz de representar a todo el país. Madre Volga (Editorial Seix-Barral) es el título de una obra del escritor y periodista Manu Leguineche, un híbrido de libro de viajes, gran reportaje y evocación del pasado, que le ha servido para rememorar en más de 300 páginas la turbulenta historia rusa y representar el gran fracaso de la etapa postcomunista. "El Volga es una gran metáfora de la historia rusa", afirmó ayer Leguineche en la presentación de su obra en la Feria del Libro de Bilbao. "Rusia ha sido convertida en una almoneda, en la que funciona el sálvese quien pueda. Es un país en liquidación por derribo".
Leguineche embarcó en el Esenin para seguir el curso del Volga hace ya 10 años, en la época que Borís Yeltsin gobernaba Rusia. La intención de escribir un libro sobre su experiencia sobrevino con el viaje ya en marcha, impulsada por los personajes que conoció a bordo. "No hay libro ni hay viaje sin personas", reconoció.
El Danubio, el Ganges o el Misisipí, ríos que Leguineche ha conocido, son también columnas vertebrales de cuanto ha acontecido a su alrededor, pero el Volga, el curso más largo de Europa, llega a la categoría de "historia líquida de Rusia", un "retrato tenebroso del sufrimiento" que ha visto desfilar por sus orillas a los tártaros, los zares, la revolución bolchevique, el estalinismo, la perestroika y el colapso del régimen comunista. El panorama en los años 90 era "melodramático", recordó el escritor. Borís Yeltsin -"un personaje terrible que podía caer simpático por su afición al vodka"- construyó una "república de gánsters", que ha llegado hasta hoy "perfeccionada por Putin".
El Volga que vio Leguineche es un río envenenado, en el que ya casi no quedan ni peces ni pájaros, en cuyas orillas sobreviven con grandes penurias millones de personas rodeadas de un paisaje de tristeza contagiosa. "En Kasimov conocí a una mujer que llevaba seis meses intentando vender una botella vacía", contó el autor. "Hay allí una amargura que no se puede ocultar, pero que no será definitiva", concluyó. "No sé el tiempo que hace falta para conseguir una república limpia, pero el deseo de tener unos gobernantes dignos es enorme".
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