Capaz de hacer creer en Dios
Se dice que tener una buena historia es tener la mitad de una buena novela. El canadiense Yann Martel (1963) encontró una buena historia, y se le nota la felicidad de tener entre manos un material tan sugerente. Da cuenta de su hallazgo en una larga nota de autor. Su anterior novela, Self, se moría de desatención en las librerías. Escribe: "A pesar de mis mejores esfuerzos de hacer el payaso o el trapecista, todo el circo de los medios de comunicación fue en vano: el libro no se movió". Curiosa manera de concebir la condición del escritor. De ahí a buscar un tema espectacular sólo hay un paso. Así que viajó a la India, y en un café de Pondicherry, al sur de Madrás, un anciano le contó el naufragio de un muchacho que sobrevivió más de siete meses en compañía de un tigre de Bengala. Ya tenía un argumento de impacto para hacerse notar en el circo mediático. El muchacho, ahora un señor casado y con hijos, vivía en Canadá; Martel lo encontró, escuchó la historia contada por su protagonista, y con su testimonio escribió Vida de Pi, luego recompensada con el Premio Booker 2002.
HISTÒRIA DE PI
Yann Martel.
Traducción de Eduard Castaño.
Columna Edicions. Barcelona, 2003
416 páginas. 17 euros
VIDA DE PI
Yann Martel
Traducción de Bianca Southwood
Destino. Barcelona, 2003
325 páginas. 18 euros
La novela, en efecto, contiene una peripecia asombrosa -importa poco si inventada o real-, pero con excepción de su núcleo temático, y algunas hermosas páginas sobre los animales y los zoológicos, su historia hubiera requerido una pluma más sostenida y rigurosa. Yann Martel escribe con gracia, ingenio y desparpajo, y se complace en provocar la fascinación del narrador oral; pero descuida sobremanera la composición, morosa o precipitada, según un diapasón arbitrario, y añade pegotes fantásticos que no sólo maltratan la verosimilitud, sino que hacen sospechar al lector que el narrador se ha equivocado de historia.
No obstante, Vida de Pi es
una novela atractiva, precisamente por sus defectos. Me explico. Su protagonista, Pi Pattel, hijo de un director de zoológico, consigue creer, por vocación propia, en las tres grandes religiones: hinduismo, cristianismo e islamismo, sin que la colisión de sus creencias divergentes le suponga ninguna contradicción. Ama a Dios y a la religión, con un cándido fervor, y flota, por tanto, en una realidad entusiasta que le facilita vivir en el prodigio. Conoce muy bien a los animales, y siente por ellos una veneración mayor que la que siente por las personas. Con estos presupuestos mágicos, es el candidato ideal para salir airoso de un dramático naufragio con un tigre, y poder luego contar "una historia capaz de hacer creer en Dios". Pues, aunque cabe situar Vida de Pi junto a otras experiencias de naufragio -la de Owen Chase del Essex, que inspiró a Melville su Moby Dick, o el reportaje Relato de un náufrago de García Márquez-, en esta novela el naufragio no es sino un pretexto para exponer la fecunda imaginación de un muchacho que traslada sus creencias religiosas al testimonio de su sobrevivencia solitaria en el océano. Yann Martel, que se disfraza de copista de la historia, se desentiende así de su incumbencia de relator; crea una voz cautivadora, aunque poco convincente, incluso para él mismo, hasta el punto de proponer, al final una variante más realista del naufragio. Como si no estuviera convencido del registro más adecuado de su novela. Es decir, que no basta con tener una buena historia.
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