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VISTO / OÍDO
Columna
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Estado de malestar

Y dijo Blair: "Si no cambias, no sobrevivirás". Prefiero que no sobrevivan los agentes políticos del G-8 a que operen la "reforma" del Estado de bienestar. Innovación, modificación, reestructuración y algunas palabras más (evolución, sustitución...) están a disposición del lingüista oficial con buena hoja de servicios. La "reforma" del "bienestar" procura que no haya bienestar y, si es posible, un buen malestar. Las personas que van a sufrirlo son menos que las que ganan con él o creen que no es cosa suya y votan como ricos. Francia, Alemania, viven huelgas gigantescas por la supresión de ayudas: pero votaron a Chirac. Ginebra, Evian, se baten contra los perjudicados del malestar. Las televisiones recogen las opiniones de los selectos que se quejan de las huelgas, y de su daño a la economía (son los patriotas). Algún clásico vería un teatro de la lucha de clases: los agentes de los ricos se enfrentan con los rojos que piden "otro mundo", "otro concepto de la globalización"; sus guardias de Corps les machacan y les precipitan al vacío. Previamente se ha desterrado, por esos filólogos de escalafón, la expresión de lucha de clases: para eso Franco inventó el sindicato vertical, que debería ser restaurado. Una de las formas de esos amanuenses que ponen letra a la sequedad de argumentos de los grandes es declarar obsoletas expresiones, como las de clases sociales, propias del balbuceo sin saliva de la amojamada momia tras sus vendas amarillentas.

Una de las grandes operaciones del aznarismo lingüístico ha sido convencer a los pobres de que son ricos: ni Freud llegó a hacer creer a los desgraciados de que son (somos) felices. Les colocó hipotecas sobre casas desfallecientes y automóviles efímeros, sobre sus "empresas" -un taxi, una taberna, una mercería entre chabolas-; les hizo morosos, les convenció de que en lugar de retraerse se metieran en mejoras; y luego les dijo que si venían los rojos se lo iban a quitar todo. ¿Qué todo? Un todo que es, además de la suposición de propiedades, la creación de un espíritu de ricos, un "pueblo de señores", frase con la que les engañaba el gran precursor, Hitler ("herrenvolk"); y ahora piensan que los rojos son los socialistas, más si les flanquea el horrible Llamazares con su amistad por el terrorismo burgués y curil del PNV; y creen que la atenuación de un Estado de bienestar que no existió va sólo con ¡los obreros, qué gente!

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