Absorciones y patentes
Javier Rojo ya fue reprendido no hace demasiado tiempo por Jaime Mayor Oreja y recuerdo que en aquella ocasión le dediqué una columna titulada El contagio metonímico donde, entre otras cosas, auguraba que las desdichas de Javier Rojo no acabarían ahí. Ahora ha tenido la osadía de expresar una aspiración razonablemente discutible, es decir, razonable que, por cierto, repitió a lo largo de su campaña electoral. Se la oí explicar por la cadena SER. Los votantes socialistas votan al PSE, que es un partido constitucionalista, y no al PP, que es otro partido constitucionalista. Necesitan un referente que dé validez a su voto, que en estas elecciones ha tenido en Alava un crecimiento importante. Es previsible que ese voto sirva para conformar gobiernos de coalición tanto en el Ayuntamiento de Vitoria como en la Diputación de Álava, y deseable que esas coaliciones lo sean con el PP. Lo lógico es que quien asuma la presidencia en ambas instituciones sea un representante del partido más votado de los coaligados. Ahora bien, Javier Rojo aduce que el PP no ha ganado las elecciones para la Diputación, y es así, y que es el incremento de voto del PSE el que va a hacer posible que esa coalición gobierne. Aduce también el apoyo que prestó su partido en ambas instituciones en la anterior legislatura sin exigir beneficio a cambio. Los servicios prestados y la incrementada contribución del voto socialista requerirían una visualización, como se dice hoy, que quedaría plasmada en la presidencia de la Diputación alavesa. Hasta ahí, si no le interpreto mal, Javier Rojo
Ignoro a qué nivel de la representación de ambos partidos implicados se ha tratado este asunto, si se ha tratado a nivel alguno. Si sé que Javier Rojo ha recibido una andanada, él hablaba de insultos, a cambio de una propuesta legítima que habría prosperado probablemente si los resultados de los populares hubieran sido mejores en otras zonas. Pero, al margen de insultos, lo que me preocupa es el lugar marginal en que se le coloca a Javier Rojo tras su anunciada candidatura a diputado general: será el responsable del triunfo de los nacionalistas si actúa así. Bien, el mismo argumento puede servir para Ramón Rabanera tras su anunciada candidatura. Y es que, si no hay un acuerdo previo, ambos serán responsables de lo que ocurra. Da la impresión, sin embargo, de que la candidatura constitucionalista sería una y sólo una, la del PP, y que Javier Rojo quede en tierra de nadie, o en tierra maldita, si no se adhiere a quien, no sabemos por qué, ostenta esa patente.
La verdad es que llueve sobre mojado y que la tendencia del PP a hacerse con la patente del constitucionalismo y a ir expulsando de su seno a cualquier otro partido que no se avenga a sus exigencias viene de lejos. Ya dije en otra ocasión que el término constitucionalismo se estaba convirtiendo en una palabra-piraña, un término excluyente; lo contrario de lo que debería ser. Pero el contagio metonímico funciona precisamente como mecanismo de exclusión cuando se pone en marcha en torno a la polaridad entre el bien y el mal: a quien no obedece al bien es fácil contagiarlo con el mal: la escala progresiva HB-PNV-IU amenaza ahora con alcanzar al PSOE.
¿Y podría ser de otra forma cuando el propio presidente Aznar, en una entrevista reciente, decía, de las elecciones: "Gana el PP, en definitiva, gana España". Patético destino el del no ha mucho oficializado "patriotismo constitucional", que ha derivado a una identificación entre partido-constitución-nación, y en hacer de la segunda poco más que un emblema exclusivo. Javier Rojo afirmaba en su entrevista que el plan Ibarretxe lo frena la Constitución. Y tiene razón. Pero hay algunos que no se lo creen, sobre todo porque, como de la Constitución misma, han hecho del plan Ibarretxe un fantasma para repartir maldiciones.
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